er swiftie es un manifiesto. No una etapa ni una nostalgia de la adolescencia. No. Porque la nostalgia pasa y las modas se desvanecen, pero Taylor Swift permanece. Les escribe una de sus seguidoras; viajé 7.780 kilómetros de Bogotá a Río de Janeiro con el único objetivo de verla en vivo en medio de una ola de calor en la que la sensación térmica llegaba a los 60 grados centígrados. Cuando Taylor Swift salió del centro del escenario sentí que me iba a desmayar, las barandas del Estadio Nilton Santos impidieron que cayera en las gradas del frente. Sonó Cruel Summer, los gritos no dejaban escuchar la voz de Taylor; éramos 65.000 swifties que durante tres horas y media escuchamos —gritamos— 44 canciones. Taylor parece una Miss Americana cualquiera: un metro con 80 centímetros de estatura, ojos azules como el océano y un cabello rubio. Podría ser una mujer más del prototipo “estrella de Hollywood”, como Madona, Britney Spears o Miley Cyrus. Tiene 33 años, sagitario —escribió la canción The Archer (La Arquera) en la que en una balada con matices de canción de Iglesia le pregunta a sus fans “¿quién podría dejarme?, ¿pero quién podría quedarse?”, que provocó toda una tradición en sus shows en la que sus fans sostienen un letrero con las palabras “yo me quedaré”—.
En este concierto —que acababa de pasar por Argentina, Brasil y México— hizo un recorrido por 17 años de carrera y diez álbumes de estudio que ganaron 12 premios Grammy, un dato de trámite para una artista con 138 galardones y que en 2020 se llevó el mismo título que en su momento tuvieron Elvis Presley y Micheal Jackson: el de artista de la década en los American Music Awards.
El fenómeno Taylor Swift comenzó con el álbum debut de 2006 titulado con su propio nombre; una apuesta grande, apenas era otra joven de Nashville que cantaba country en una industria donde el pop y el hip hop lo dominaban todo. Dio un salto de Tennessee al show de Disney Hannah Montana en el que interpretó una canción: Crazier.
El ritual
En la adolescencia Taylor escribía canciones sobre rupturas amorosas y las cantaba con su guitarra en un escenario de apenas el tamaño de un teatro local; desde entonces ya tenía dibujado el número 13 en su mano, el de la suerte. Ahora sus seguidores aparecen en los conciertos con ese mismo dibujo en las manos y el recital llena los estadios más grandes del mundo.
Llevar un 13 en el cuerpo es apenas uno de los rituales para un show de Taylor. En la canción You Are On Your Own Kid (Tú estás por tu cuenta, chico) que le escribió a sus fanáticos en el álbum Midnights les invitó a hacer manillas de la amistad y, entonces, ellos lo hicieron: armaron brazaletes con los nombres de sus canciones, sus letras, el título de sus álbumes y hasta los nombres de sus exparejas. Las manillas no son para quedárselas. Algunos las regalan, como una fan argentina que estaba con sus padres recorriendo la fila para entrar al show de Río —después de perderse el de Buenos Aires—, repartía las pulseras entre desconocidos.
Esa es una costumbre de los swifties. Repitiendo un truco ya hecho por los Beatle, Taylor Swift deja pistas en sus canciones que conectan los primeros y los últimos álbumes, así los seguidores crean teorías sobre el significado de las letras; hay miles de youtubers que se dedican al análisis inverosímil. Hay un hito: cuando reveló los nombres de las canciones de su nuevo-viejo álbum 1989 Taylor’s Versión, sus discípulos alcanzaron a desbloquear 33 millones de acertijos en Google, una suerte de puzzles que se habilitaban cada vez que uno buscaba Taylor Swift en el buscador, que no pudo soportarlo: estuvo caído por unos minutos. No es solo música, es literatura, por eso universidades de Estados Unidos tienen cátedras dedicadas a analizar sus composiciones. Taylor Swift escribe todas sus letras, compone toda la música que las acompaña con un selecto equipo de colaboradores como Jack Antonoff; produce sus álbumes en solitario y es la empresaria dueña de sus productos.
Reputation, de 2017, está por salir de nuevo y para su lanzamiento ya hay un hábito trazado: esperar hasta la medianoche para conocerlo: “Meet me at midnight”, dijo. Narra un amor adulto pero visceral que comienza con el deseo de una mujer de ser el “juego final” de su pareja y termina con la fotografía de pasar Año Nuevo con ella.
Cada álbum es un arco narrativo, y el compendio de su obra es una historia de maduración del amor y del rol de la mujer en la sociedad, con vestigios de ficción de su Era de 2020 con el disco conceptual de Folklore. Cuando Tay Tay —como le llaman sus seguidores—, solo obtuvo una nominación a los premios Grammy por Reputation dejó de seguir a la industria para hacer que la industria la siguiera a ella, forjó una fortuna cercana a los 1.100 millones de dólares y se convirtió en una multimillonaria, pero desde entonces ya era Taylor Swift, la Miss Americana de labios rojos.
*Periodista y maestranda en asuntos internacionales. Swiftie