Hay quien piensa que André Malraux construyó un mito sobre sí mismo, y que quizá no era todo lo que se afirmaba de él, es decir, un verdadero torrente creativo y político del siglo xx. Dijeron algunos críticos norteamericanos que se le había sobrevalorado como escritor. Que había mucha mistificación de su figura y de su apasionante vida. En general, a los hombres que han sido capaces, como él, de vivir tantas vidas y de hacer de la vida misma una acción política desde y para la creación, la curiosidad y el pensamiento, se los juzga severamente: no se puede ser todo, ni pensar de todo; no se puede ser cineasta, coleccionista de pornografía, escritor, pensador, crítico de arte, ministro de Cultura, soldado, comandante, revolucionario, ladrón y dandi. No se puede ser todo eso sin fracasar. Yo creo, en cambio, que el espíritu de André Malraux, que ha sido honrado por Francia en el panteón de honor, debería visitarnos hoy, de nuevo, con la vorágine de posibilidades que su fuerza, imaginación y acción supusieron para todas las tareas que emprendió en su vida.
No haré un resumen de sus obras y peripecias. Quien quiera leer una buena biografía puede acudir a la de Olivier Todd, publicada en español por la editorial Tusquets. Pero sí me gustaría saludar a las autoridades francesas y a quienes nos acompañan hoy invocando su espíritu para que aquello que se proponen estos encuentros pueda, de alguna manera, ser insuflado por su audacia, por su compromiso y, por qué no, por su seductora manera de existir en la belleza de la vida y la cultura.
«La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado», escribió el autor de La condición humana, pues empeñó su vida en creer que la libertad de pensamiento de la humanidad nos haría más responsables con el cuidado de nuestra existencia. Responsables de manera profunda. Responsables de creer que la cultura es aquello que le da sentido a nuestras vidas, más que veinticinco kilómetros de carretera, como retó alguna vez a algunos senadores que se empeñaban en negar algún presupuesto para su cartera, que ejerció durante once años, creando una verdadera política cultural para su país y que hoy sigue siendo modelo para muchos en su descentralización, en el plan que emprendió a través de las casas de la cultura, en la creación de oficinas regionales y en la convicción de que la política debía, por supuesto, estar dotada de ideología para que el Estado pudiera asumir una filosofía de la acción cultural; en el reconocimiento de los artistas como profesionales; y en la administración, para que el ministerio, que es fundacional en el modelo institucional hoy, fuera capaz de pensarse como una cartera con recursos propios.
André Malraux nos invitó a la esperanza y a la audacia en medio de tiempos difíciles como los que ahora vivimos. Presenció la revolución China en Shanghái, estuvo en la Guerra Civil española, resistió en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis, hizo de su experiencia una película que, como la Sierra de Teruel, estaba basada en su propia novela La esperanza... Creo, sin duda, que los temas sobre los que se hablará acá, en estos tres días, como la circulación artística y cultural, las políticas públicas, la gobernanza cultural, la descentralización, las economías populares, la legislación cultural, el patrimonio y el trabajo en red no tendrían mucho sentido en el tiempo en que vivimos sin que las dotemos de una nueva-vieja manera de creer que la imaginación puede conducir el poder.
Imaginamos nuestro legado desde este ministerio dejando sembrada una verdadera organización institucional a través de la creación de nuevos cargos, de un nuevo viceministerio, de nuevas direcciones, y del camino para que quienes nos sucedan puedan, por fin, fortalecer las primeras oficinas regionales que ya hemos comenzado a poner en marcha en Cartagena, para el Caribe; y pronto en Quibdó, para el pacífico. Nos empeñamos en que nuestro legado logre sacar adelante la reforma a la ley general de Cultura, que presentaremos en el término de un mes y medio, y el cierre de las consultas para que Colombia cuente con un plan de quince años que trace una ruta para los gestores que vendrán. Creemos en que podemos confluir juntos sobre el país, atendiendo los territorios excluidos, como ya lo estamos haciendo a través de nuestros Pactos Culturales por la vida en el Litoral Pacífico; el Norte del Tolima; el sur del Caribe; el Tequendama; La Guajira; y apuestas culturales en barriadas de Barranquilla, Cali, Bogotá, Medellín, Pereira, Manizales, Quibdó, Buenaventura, entre otras. Nos esforzamos en la creación de una Red Nacional de Teatros, desde el Centro Nacional de las Artes, para que tanto los teatros municipales como las salas concertadas tejan una posibilidad para la circulación de nuestras artes vivas. Seguimos adelante con nuestro Plan Nacional de Lectura y Oralidad. Insistimos en las políticas para las artes. Y construimos un sistema nacional de formación artística y cultural, a través de programas que, como Sonidos para la construcción de paz, ya llegan a los colegios públicos colombianos con formadores artistas en música, danza, y el año entrante, en comunicación y poesía. Apelamos a discusiones sobre el patrimonio, para revalorar la idea de lo material y poner el acento en la historia, la memoria y la comunidad a través de proyectos nacionales como el Hospital San Juan de Dios y el Galeón San José. Reconocemos a nuestro país, potencia mundial de la vida, como un territorio bio e intercultural y trabajamos sin descanso con comunidades y el fortalecimiento de sus idiomas y el proyecto de etnoeducación. Esos serán algunos de nuestros legados que, por supuesto, no serán más que semillas que, como las que sembró a manos llenas Malraux y su generación, esperamos sean regadas y cuidadas por las decenas de liderazgos culturales brillantes que tiene este país. Trabajamos para dejar, no para destacarnos como individuos.
Ha llegado la hora para que la humanidad sea capaz de estar a la altura de los desafíos de un mundo que requiere ser pensado como un territorio multiverso biocultural; para pensar la vida en términos de interculturalidad; ha llegado la hora en que podemos escribir, pensar y actuar de manera armónica; ha llegado el momento en que la academia debe llegar a la política y la política debe volver a la academia; ha llegado el momento de creer en La Esperanza, en hombres como André Malraux que jamás se rindieron, a pesar de todo.
Quizás podemos seguir pensando, como lo pronunció en la Asamblea General de la Unesco, en 1960, en su célebre discurso «El acto por el cual el hombre arrebata algo a la muerte», que es «el momento en que nuestra civilización intuye que hay en el arte una misteriosa trascendencia y que el arte es uno de los medios, aunque todavía oscuros, de su unidad; en el momento en que nuestra civilización reúne las obras de tantas civilizaciones que ayer se odiaban o se ignoraban las unas a las otras y que hoy se unen fraternalmente, proponéis una acción que quiere convocar a todos los hombres contra todos los grandes naufragios».