Durante 25 años, Alfredo Garzón guardó en una carpeta el expediente judicial del asesinato de su hermano, el humorista Jaime Garzón, acribillado por paramilitares, en asocio con fuerzas de seguridad del Estado, el 13 de agosto de 1999, cuando tenía 38 años y se dirigía a su trabajo en la emisora Radionet.
Alfredo, dibujante y caricaturista político, conocido por su columna “Los cartones de Garzón” de El Espectador, contempló por años hacer un libro que mostrara las entrañas del caso y exhibiera cómo funciona el mecanismo macabro del asesinato político en Colombia, con todo su engranaje de impunidad: hoy se siguen sin determinar a sus perpetradores y el único condenado, el ex subdirector del DAS, José Miguel Narváez, permanece recluido en una guarnición militar y no ha pasado un solo día en la cárcel. Hace unos diez años, Alfredo asistió a la obra de teatro El Corruptour, de la dramaturga Verónica Ochoa, que en un recorrido por varios lugares de Bogotá ligados al caso, denunciaba décadas de injusticia. Allí iniciaron una conversación que con los años fue incubando la idea de hacer un libro juntos.
Ochoa fue fundamental en la decisión de Alfredo de abandonar su idea de contar un expediente judicial y convertirse él mismo en narrador, abriendo su intimidad y la de su familia como una forma de catarsis y de enfrentarse a un duelo que había sido imposible. En sus búsquedas y lecturas encontraron que la novela gráfica era el género que mejor fundía las habilidades de ambos, la escritura dramática y el dibujo, pero el proyecto era monumental, porque contar la vida y muerte de Jaime Garzón implicaba no solo ahondar en sus orígenes, ideas y múltiples facetas como humorista, ser político y símbolo del pensamiento crítico colombiano, sino contar buena parte de la historia y de la violencia en Colombia desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Como si de una gran producción cinematográfica se tratara, convocaron a un grupo de investigadores, dibujantes y narradores y durante cinco años trabajaron para dar a luz el libro Jaime Garzón. El duelo imposible, publicado por Rotundo Vagabundo, una obra de arte para construir una verdad, poética si se quiere, que permitiera cerrar el duelo abierto de todo un país.
¿Qué significó Jaime Garzón en su vida?
AG: “Jaime fue el niño que me acompañó en mi infancia, dos años menor, con el que jugué y crecí. Fue el compañero de colegio y de actividad como ciudadanos. Estudiamos para maestros y vivimos juntos gran parte de los hechos que se encuentran en el libro. Había una compatibilidad entre los dos con respecto a lo que queríamos hacer en la vida y con las ideas con las queríamos rodar en la existencia”.
En la presentación del libro en Bogotá, usted dijo que su elaboración supuso un viaje emocional, ¿cómo lo asumió y qué encontró en el trayecto?
AG: “Como conté en esa ocasión, yo tenía una idea menos personal, menos íntima, basado en el expediente judicial del asesinato de Jaime, pero Verónica Ochoa, la coautora, me propuso ponerme a prueba frente a una obra artística, que era lo que estábamos intentando hacer. Fue un proceso de creación guiado por ella como artista y escritora, y más adelante con un equipo de personas de distintas disciplinas”.
En ese viaje se encontró con su hermano, y el libro comienza interpelándolo e invitándolo a escribir con usted, ¿cómo fue ese encuentro?
AG: “El libro comienza con una reflexión sobre la muerte y sobre la muerte de mi padre, que fue una experiencia que nos preparó. Jaime tenía siete años y yo nueve, y antes de eso con el asesinato mismo. Era la primera vez que me enfrentaba a esas imágenes, que son muy dolorosas. Hacía bocetos y tomaba decisiones con respecto a ese hecho tan doloroso personalmente, pero que se convierte en un dolor para la sociedad colombiana. En ese sentido, no estamos solos. Luego fue recordar y escoger qué anécdotas íbamos a contar, cómo íbamos a contar esos recuerdos de infancia, y en ese recorrido sucedió el encuentro, en ese recordar y volver a vivir esas emociones y darme cuenta de cosas nuevas que están planteadas en el libro como preguntas. Y más adelante, tuve un encuentro con nuestros amigos también asesinados, que de alguna manera demandaban su presencia en el libro”.
El lanzamiento del libro estuvo acompañado de una presentación que planteaba una serie de preguntas sobre nuestra relación con los muertos, como qué es lo que hace a un muerto sostenerse en el tiempo, qué sostiene un muerto vivo en nuestra memoria, qué necesitan los muertos de quienes quedamos, de qué vuelven capaces los muertos a los vivos... ¿Cómo surgen y qué papel juegan en el libro?
VO: “Alfredo me había manifestado, de manera muy generosa, que él sentía que en estos años el duelo había quedado aplazado, que esta violencia judicial, mediática, de responder a esos imperativos le habían robado la posibilidad de hacer ese tránsito. Esas preguntas fueron un detonante y empezamos a hablar de la muerte”.
¿A qué referentes acudieron?
VO: “Encontramos a Vinciane Despret, filósofa francesa, y su libro A la salud de los muertos y la tomamos de la mano para redescubrir o construir un sentido nuevo, propio. Todo esto ocurrió en nuestras vidas, en nuestras conversaciones cotidianas. Esas preguntas y ese gran giro conceptual provienen de estas lecturas”.
Entre esos convocados están los amigos asesinados en esos años de violencia política...
VO: “Es difícil de describir estas presencias a las que alude Alfredo constantemente, porque se cruzaron con su vida. Emergieron, y cuando ocurre y estás siendo acompañado por una autora como Despret, sabes que debes escucharlos y darles un cauce a esas voces, usar esta obra para que obtengan, como dice Despret, ‘un plus de existencia’; es decir, que sus ideas y su potencia vital vuelvan a surgir de este intento poético-político que hicimos en esta novela”.
En ese sentido el libro es una novela río, un gran cauce que va invitando a estas personas que hacen parte de la historia de Colombia a sumarse. No es solo una novela sobre dos hermanos, sino una obra muy ambiciosa...
AG: “Esa conversación y esas preguntas se vuelven más urgentes en un país donde lo que le pasó a Jaime sigue sucediendo con periodistas, líderes sociales, antes con la Unión Patriótica, lo que se ha llamado ‘falsos positivos’. Son miles de familias y comunidades en la misma situación. Ahí encuentro el valor de las preguntas y de ese planteamiento de escuchar a los muertos. Yo no podía hacer el duelo, porque Jaime aparecía todo el tiempo”.
¿Cómo surge esa coincidencia tan particular de dos hermanos convertidos en humoristas políticos?
AG: “Está planteado en el libro cuando se habla de las influencias, ¿en qué familia crecimos? Eso de oír un programa de humor político todos los días a mediodía, de que el periódico que llega a la casa sea tan importante dentro de la familia para las conversaciones, una madre muy crítica con lo que está sucediendo en el país, crecimos en una casa donde eso no estaba mal visto, se estimulaba”.
Sus “Cartones” siempre ha sido silenciosos, que apelan a un mundo interior, a la imaginación, a lo onírico, ¿cuál fue su influencia en el libro?
AG: “Ese lenguaje visual de los cartones, y su gramática y su sintaxis, aparece en el libro de dos maneras. Una es explícita y es que muchos dibujos fueron cartones, y la otra es tácita, mucho de lo que se narra en el libro son imágenes silenciosas. Si juntamos todo el texto del libro son 64 páginas y el libro tiene 564. Esas 500 páginas son narración visual. Con el equipo de dibujantes nos tocó decidir qué tipo de dibujo íbamos a utilizar y nos fuimos por un dibujo donde las cosas se parecen a la realidad, porque nos ayudaba a construir una verdad que es necesaria para que el lector no tenga que interpretar ni preocuparse por descifrar nada”.
Muchos jóvenes han adoptado la figura de Jaime Garzón como un ser inspirador, ¿qué les dice este libro a esas generaciones que están estableciendo una conversación con él?
VO: “Es una cosa increíble, misteriosa, como de la alquimia social. De repente me encuentro con personas diez, veinte años menores, y cuando los oigo hablar siento la misma esperanza que me transmitía a mí Jaime. Nada ocurre en vano y todas las luchas vibran en alguna otra lucha. Nosotros no podemos reparar a las personas que nos han quitado, pero sí podemos reparar el tejido que han querido romper al quitarnos a esas personas del camino. Estos chicos, chicas, chiques, han decidido ser agentes de cambio, convertir sus vidas en unos espacios de confluencia y de transformación. Ahora ellos inspiran a los que también fuimos inspirados por Jaime. Esa es la fuerza que hay en ellos, que proviene de otros, pero también de sus propias proyecciones de futuro”.
AG: “No sé a ciencia cierta qué hace que Jaime se convierta para ellos en esa figura. No se trata de él, sino que se reordenan todas esas energías por un país mejor, en paz. Se reordenan esos deseos alrededor de la figura que dijo unas ideas que jalan en ese sentido”.
Después de presentar el libro, ¿siente que hay duelo posible?
AG: “Lo que sucedió es que en ese recorrido uno se vuelve un grupo y se da cuenta de que realmente no hay individuos. La pregunta del duelo como un proceso individual desaparece. Si uno contrapreguntara y dijera ¿es posible entonces el duelo colectivo? Diría que es posible la reconstrucción de ese tejido que se rompió a nivel colectivo, porque siempre hay mucha vida. Reconocer ese estado de que somos muchos y de que nos sucedió algo parecido y de que tenemos, como decía Jaime, que aceptar y ejercer la responsabilidad de transformar el país. Ahí sí hay esperanza”.