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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Llevar el cine de pueblo en pueblo

Llevar el cine de pueblo en pueblo

El Festival de Cine de Jardín ha tomado en pocos años una importancia de peso en el circuito nacional, detrás está el nombre de Víctor Gaviria, que ya hace muchos años empezó con el de Santa Fe de Antioquia.

Por Diego Agudelo Gómez | Publicado

La escena pudo perderse entre las lagunas de una noche de copas. Un grupo de amigos festeja en un pueblo colonial. La conversación rodea todos los temas, pero hay uno ineludible siempre, las películas. Las callecitas del pueblo le recuerdan a alguno que por allí se había rodado un largometraje y otro menciona que en esta otra calle se grabó alguna escena, o que en la plaza se paseó algún famoso actor. El pueblo era más real en sus recuerdos de celuloide que en esa noche perdida de hace 25 años. ¿Se habrán visto estos amigos como protagonistas de alguna ficción? En el grupo había uno que ya había rodado algunas historias, las había llevado a festivales, su materia prima eran la poesía, la vida cotidiana y la literatura. En las calles que sus amigos describían como escenografías del cine vio el trasunto de una ciudad que recién había visitado.

“Yo venía de estar con La vendedora de rosas en el Festival de Lima, era el año 99, y me impresionó”. Es Víctor Gaviria el que habla, su voz viaja hasta esa noche de Santa Fe de Antioquia en la que sembró la primera idea: “¿Por qué no hacemos un festival nosotros?”. La pregunta nacía de lo que había vivido en Lima: proyecciones en lugares inesperados de la ciudad, foros, conversaciones con directores, memorias publicadas, los elementos de una experiencia cinéfila plena. En ese viaje a Santa Fe de Antioquia, Víctor vio al pueblo adaptándose a la escala de un gran evento del cine.

“Vamos a hacer un festival donde mostremos todo lo ha hecho el cine en el territorio”, les dijo Víctor a sus amigos esa noche. En el relato que hace, se le escucha también esta declaración: “Yo me di cuenta de que una película era un colectivo cultural” y a continuación deja correr la cinta de los recuerdos que tiene de esa empresa: armar un festival como se hace una película, convocando un colectivo que reúne a los amigos que siempre habían estado unidos por el amor a las películas. “Hicimos el primero, el segundo, el tercero. Eso era una fiesta muy bacana”. El orden del recuento es más emotivo que cronológico, atraviesa las versiones del Festival: la primera inauguró el nuevo siglo con un enfoque que no se había visto en Colombia: un pueblo turístico, proyecciones callejeras, un componente académico intenso en el corazón de la programación, un tema central para liberarse del yugo de proyectar solamente estrenos, abrir espacio a los nuevos realizadores, ser un destino de peregrinación para jóvenes, realizadores, críticos, actores y otros espectadores durante un fin de semana, implantar el cine en la vida cotidiana del pueblo, actuar como crisol de conversaciones en las que nace más cine.

Las versiones sucesivas se arriesgaron en la exploración de los temas —La Colonia, la Nueva Ola, el Cine Mexicano...— y congregaron invitados legendarios, o así los recuerda Víctor: “Venía toda la gente del cine, Mayolo, Luis Ospina, Camila Loboguerrero hasta Margarita Rosa de Francisco”. Y también recuerda las caras de los jóvenes que alguna vez fueron como espectadores: “Cuando uno les pregunta a un Simón Mesa o a un Juan Sebastián, todos me dicen ‘Nosotros empezamos ahí’”.

La diáspora y el quiebre

Quienes han estado detrás del Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia lo contemplan como el origen de una diáspora que se fue expandiendo en otros pueblos del país. Busquen festivales regionales y hoy encontrarán el de cine verde de Barichara, el internacional de cine independiente de Villa de Leyva, el de cine corto de Popayán, el de cine de África de Quibdó, en Putumayo se realiza un encuentro cinematográfico; en Salento, Quindío, hay un festival internacional de cine de las montañas; en Isla Fuerte, separada doce kilómetros del continente, han celebrado diez festivales; en el Carmen de Bolívar completan este año 12 ediciones de su festival audiovisual; en Pasto llevan 20 de su festival internacional. La lista también recorre los festivales temáticos: el terror, la moda, lo fantástico, el cine universitario, la animación, el documental.

En Antioquia, la lista también ha crecido en estos 25 años. Sin mencionar los que se hacen en Medellín, se podría armar una agenda de viajes de todo el año de festival en festival. Empezando en febrero por el de animación en El Retiro, pasando por Támesis, Jardín, Ituango, Concepción, Caucasia, Fredonia o Zaragoza, para terminar el año en Santa Fe de Antioquia.

“Ese modelo de ser temático, con video, proyecciones al aire libre y en un pueblo turístico fue el que propusimos nosotros y funcionó tan bien que lo copiaron en muchas partes”, Oswaldo Osorio cuenta parte del relato. En el suyo, se ve cómo el festival amplía su lógica para ir más allá del proyector tradicional de cine, incluye el video —“En la misma caja en la que cabían las latas de una sola película, yo podía llevar 20 o 30 películas en VHS”—, la convocatoria de Caja de Pandora que empezó a reunir los cortos de los nuevos realizadores, la publicación de un catálogo con contenidos que no pierden vigencia y el músculo de un seminario académico que en cada edición del festival era una oportunidad de formación para realizadores de todo el país. Lo fundamental del modelo, en palabras de Oswaldo, es otro factor: “Un festival es la gente que hay detrás de él”.

Lo dice en mención a una especie de cisma que sucedió en 2014, cuando, por problemas administrativos y presupuestales, varios de los fundadores del festival y parte del equipo salió de la Corporación que lo organizaba.

Y es que en ese itinerario de festivales, dos actúan como polos que han extendido su rango de influencia en los demás: Santa Fé de Antioquia y Jardín, este último resultado de una separación. Cuando en 2014 Víctor Gaviria renunció a la dirección del Festival, con él renunció parte del equipo y en el mundo del cine se pensó que esa fuga de cerebros significaba el canto de cisne para un festival que estaba en su mejor momento y empezaba a transitar su segunda década. “Yo salí sinceramente deprimido por no haber sabido resolver ese asunto. Yo no sé lo que me pasó, acababa de hacer La mujer del animal y estaba como impregnado de ese animal que peleaba con todo el mundo”, la voz de Víctor retoma el relato en un símil de esa noche en la que les propuso a sus amigos hacer un festival. No quería quedarse sin un evento que lo enamoraba. “Yo le dije a Oswaldo y todos esos amigos: nosotros no podemos quedarnos sin festival, tenemos que hacer otro”.

Cuando el de Jardín empezó a mencionarse en el mundo del cine, muchos pensaron que los diciembres cinéfilos de Santa Fe habían terminado. Alejandra Bedoya, la gerente que asumió las riendas del Festival, recuerda que ese rumor corrió por las calles del pueblo: “No habíamos dimensionado el sentido de pertenencia de la gente. Los comerciantes, empresarios, todo el mundo lo que hizo fue apoyarnos, la gente nos llamaba y nos decía que el festival no podía irse”. Al fin y al cabo no se trataba de una mudanza, más bien de una circunstancia adversa que dejó que un nuevo festival echara raíces entre las grietas.

Tusa cinéfila

¿El Festival de Cine de Jardín es el resultado de una tusa? Como escuchó Colin Firth en una estación de gasolina de un amante de alquiler, en esa película bellísima de Tom Ford, A single man, “el amor es como los autobuses, si pierdes uno, solo tienes que esperar el tiempo suficiente para que pase el siguiente”. Víctor, Oswaldo y los demás amigos no tuvieron que esperar mucho. La primera edición del nuevo Festival sucedió en 2016 y cada año ocurre sin excepción. En 2024 celebraron su novena edición con un tema que parecía raro para un evento semejante: la sociedad líquida. Porque en Jardín no solo quedaron los aprendizajes de Santa Fe sino que se propusieron temas centrales que rozaran problemas sociales y humanos. La primera edición coincidió con la firma de los acuerdos de La Habana y el tema elegido fue el posconflicto, y la lista de los temas siguientes pasa por el medio ambiente y las cosmogonías, la democracia, el patrimonio, lo cuir, los campesinos, la corrupción y el narcotráfico. “Hemos propuesto nuestros temas dando a entender que el cine es un lugar donde es importante que la gente hable libremente, que cabemos todos”.

Lo que también se da a entender es que en un departamento como Antioquia tienen cabida no solo dos festivales de la magnitud de los de Jardín y Santa Fe, sino todos los que se quieran crear. Tendrían cabida muchos más si el apoyo económico de los entes oficiales creciera en la misma medida en que crecen los festivales y su público. Oswaldo Osorio cuenta con orgullo cómo en una tarde de sábado, a las 3 de la tarde, se reunieron en Jardín más de 500 personas en una placa deportiva a escuchar una charla sobre el amor líquido en la última edición del Festival. “Y teníamos otras cuatro proyecciones llenas”.

En pocas semanas, lo mismo puede ocurrir en Santa Fe de Antioquia. Son 25 años de festival, el tema de este año trae el encanto del cine fantástico, el verano predominante de los últimos meses no parece estar en retirada, ya se preparan las proyecciones bajo el cielo estrellado, ya se alistan las camas para recibir a los visitantes, ya los que aman las películas preparan su viaje hacia esa fiesta que es el cine, que ojalá siga siendo.

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