La ley de Dios, y la de los hombres, propone una ficción en la que el marido y la mujer se transforman en una sola persona: en él. Sobre este relato se construye el matrimonio, un régimen del cuidado, la sexualidad y la propiedad en el que se ha apoyado el poder de los varones y que viste de amor romántico una idea perversa: que las mujeres necesitamos a los hombres para estar completas y que solo existimos cuando somos observadas por ellos.
Vestida de blanco
Entre los arcanos de la feminidad el matrimonio ocupa un lugar privilegiado. Las cortinas de mi casa de infancia eran de velo blanco. Me gustaba pararme detrás de ellas y caminar hacia adelante con pasos cortos. En mi cabeza sonaba la música con la que entraban las novias a la iglesia. Avanzaba y sentía cómo la cortina subía por mi cuerpo. Cuando llegaba al pecho imaginaba el gesto nupcial: mi padre me descubría el rostro para que otro hombre me besara. La escena la fabriqué con retazos de telenovelas, canciones y fotografías familiares. También ayudaron los recuerdos borrosos de las veces en que fui “damita de honor’, un simulacro del camino al altar para que las niñas sueñen con convertirse en mujeres.
La fantasía de la cortina no era la única. La dramaturgia de mis juegos la componían todas las normas sociales que se les imponían a las de mi sexo: había bebés, cocinitas, rivales, tacones de plástico, lágrimas y maquillaje. Las representaciones de lo que tendría que ser mi vida adulta eran reforzadas por familiares y profesoras. Con complicidad secundaban mis actuaciones y su aprobación instaló en mí una idea fija de lo que debía hacer para convertirme en una buena mujer.
El matrimonio, en su expresión religiosa o civil, es un sistema moral que organiza la vida social de las culturas patriarcales. La adopción de las normas informales que lo orientan y su asimilación a un “orden natural” es fundamental para la pervivencia del mundo como lo conocemos. La socialización de género es la manera en que nos educan para ser hombres y mujeres. Se da en la familia, en la educación formal y se refuerza con productos culturales -canciones, películas, series- que tienen un efecto de liberación prolongada, como el de los medicamentos; una sola dosis actúa durante mucho tiempo.
Aunque más tarde en la vida encontremos la evidencia necesaria para cuestionar lo que en la infancia se nos presentaba como inevitable, el mecanismo patriarcal, perfeccionado durante siglos, opera como un hechizo difícil de conjurar. Argelia Londoño, socióloga feminista, lo describe como “un asunto visceral que hace que cambiar el relato de las relaciones entre los sexos sea una tarea compleja”.
El atavismo del matrimonio se camufla con astucia en la época de las posibilidades: la anticoncepción, la educación superior y la derogación de las normas más restrictivas de la potestad marital han permitido que la institución navegue las olas del feminismo sin hacer agua. La cultura dominante les da formas nuevas a los viejos yugos: en la época de Instagram casarse ya no es destino. Es aspiración.
Huele a peligro
“La ideología patriarcal tiene un ángulo fundamental en el amor romántico”. Argelia Londoño resume en esta frase la postura que comparte con su colega Eva Illouz: la concepción del amor de pareja como la verdadera realización de las mujeres es, en el mundo capitalista, la manera más eficiente de convencernos para que nos sometamos de buena gana a la extracción sistemática de nuestra capacidad reproductiva. No hablo solo de la maternidad, me refiero a todas las labores del cuidado que estamos dispuestas a hacer por amor y que la mayoría de los hombres desprecian por considerarlas menos valiosas o, en todo caso, impropias de su estatus social.
“Si las mujeres no quisieran colaborar, la civilización se detendría”, dice Rachel Cusk en su libro Despojos. Sobre el matrimonio y la separación. Expuesta su injusticia menos tolerable, la de negar nuestra capacidad, entendida como hacer cosas por nosotras mismas, y considerarnos ciudadanas de segunda categoría (las mujeres casadas eran consideradas incapaces ante la ley), el patriarcado contraataca con toda su fuerza para que sigamos profesando su dogma y mantengamos al mundo en movimiento: profesional, amiga, novia, esposa, amante, madre y feminista. Si te esfuerzas puedes tenerlo todo. El secuestro del feminismo por parte del mercado es fundamental para la supervivencia de la ficción patriarcal.
La estética del matrimonio y la vida familiar tradicional se ajustó a los mandatos de la sociedad del consumo y construyó un mercado millonario a su alrededor. Illouz sostiene que “a través del sexo, el romance y el matrimonio la gente consume infinitamente y sin cesar”. Sin matrimonios no habría showers, ni despedidas de soltera para las que todas las invitadas compran el mismo vestido de baño, carísimo, y alquilan un yate, carísimo, para posar con la bride to be. Pero no solo en el matrimonio crece el mercado: el aumento del valor de la industria cosmética es otro ejemplo de lo lucrativa que es la ficción patriarcal de la incompletitud de la mujer soltera. Que las mujeres derivemos nuestro valor propio de cuán atractivas seamos para los hombres es música para los oídos de quienes se mueven al ritmo de las cajas registradoras.
Estado civil: emancipada
El día que me casé no me cubrí el rostro con un velo. Caminé feliz de la mano de mi padre a encontrar en un altar pagano al hombre con el que había elegido unirme en un ‘matrimonio feminista’. Juré que no iba a seguir las reglas que el mundo había diseñado para mí. No iba a ser hasta que la muerte nos separara sino hasta que nosotros quisiéramos estar juntos. No habría sumisión ni desigualdad: construiríamos un hogar igualitario y antipatriarcal. Me conmueve la ingenuidad de mis veinticinco años. La convicción profunda de que sola iba a inaugurar un nuevo relato del amor heterosexual. Profesional, amiga, esposa y feminista. Yo podía.
Pero no pude. Las palabras que tenía para escribir mi historia de amor revolucionario eran casi las mismas que usaba mientras jugaba al velo de novia con la cortina. La cocinita creció para ajustarse a mi nueva estatura, no había bebés, pero cuando hay una argolla en el anular derecho todo el mundo quiere saber para cuándo los hijos. Cambié los tacones por unos tenis para correr entre mi vida de recién casada, un trabajo exigente y las clases de la maestría. Estaba agotada y enojada, pero no quería decírselo a nadie. No quería fracasar como mujer-millenial-inteligente-casada-flaca-bonita-sonriente. Así es el matrimonio. Esta es la vida de las mujeres. Hay que aguantar.
“Los cambios en la subjetividad femenina y en la subjetividad masculina necesarios para subvertir el amor romántico son profundos. Si no se dan siempre vamos a querer formar pareja. Casarnos, juntarnos”, Argelia es enfática y solo pude asentir mientras la escuchaba hablar. Ella tiene setenta años y ha pasado por todos los estados civiles: “soltera, casada, viuda, divorciada, amante”. Yo tengo treinta y uno y mientras estuve casada descubrí que no había construido una subjetividad autónoma, ni siquiera una subjetividad femenina alternativa.
Mis reflexiones feministas previas al matrimonio fueron superficiales. “Puedes pasar toda tu vida considerándote feminista (lo cual hice y hago), y luego ver que tus creencias son sometidas a una tensión insoportable por instituciones tradicionales como el matrimonio”, dice Rachel Cusk. Fue difícil encontrar las palabras para describir qué me estaba pasando. La psicoanalista a la que empecé a visitar me daba pistas pero mis referentes estrechos me hacían buscar el problema en otro lugar: era mi esposo, era su familia, era mi trabajo, era yo. Yo no era suficiente.
Entre la basura que nos bombardean hasta el cansancio en reels y stories, las nuevas revistas “del corazón”, confeccionadas a la medida del algoritmo, es difícil encontrar relatos que desafíen la ficción patriarcal. “Los relatos alternativos no juegan ningún rol fuerte en el mercado de consumo”, concluye Eva Illouz. Las historias de mujeres heterosexuales solteras o con arreglos afectivos no tradicionales no llegan al mainstream y si lo hacen es bajo la forma caricaturizada de la mujer que después de los treinta y tantos llena su “vacío afectivo” con viajes, lujos y sexo casual. La consumidora ideal. Libérate del matrimonio y de los hijos. Vuélvete la novia del mercado. Sé tu propia jefa y tu propio marido rico.
Pude ponerle nombre a mi malestar después de una crisis profunda en la que descubrí que siempre tuve el velo de la cortina puesto y no sabía quién era yo más allá de lo que me habían dicho que tenía que ser: una niña bien portada, una dama distinguida, una estudiante brillante, una trabajadora competente. Una buena esposa.
Divorciar es disolver lo que estaba junto, pero es difícil separar las partes que aún no se han distinguido. Rehacer la vida es una expresión común para describir lo que sigue después de un divorcio. La encuentro apropiada para entender la dimensión del trabajo que implica para una mujer construir una subjetividad autónoma, encontrar una nueva gramática para escribir su propia vida y contestar genuinamente a las expectativas que los otros tienen sobre ella.
Mi abuela tenía en su sala, al lado de una foto de su matrimonio, otra del mío. Estábamos sentadas en esa sala cuando le conté que iba a divorciarme, dos años y medio después de haberme casado. Ese año ella y mi abuelo cumplían sesenta y tres juntos. En lugar de reproche hubo una complicidad inesperada: “Intenté separarme de tu abuelo tres veces, pero ¿qué iba a hacer con seis hijos y sin haber estudiado?”. En Colombia el divorcio vincular para los matrimonios religiosos, la mayoría de los que se celebraban en el país, fue posible solo hasta la reforma constitucional de 1991 y gracias a la movilización de grupos feministas que incidieron en la Asamblea Constituyente. Alma Beltrán y Puga recoge la historia de estos cambios legales en su tesis doctoral.
La ficción patriarcal se sostiene en la jerarquía que ubica a los hombres en el centro de nuestras vidas, en creer que la familia es la única fuente de bienestar y que el amor es un recurso limitado que no puede distribuirse fuera de este marco. Para desafiarla debemos alterar el orden y construir un régimen de cuidado más justo para las mujeres: obeceder a la ley de la imaginación para narrar el mundo nuevo.
*Estudió derecho en la Universidad de Antioquia, tiene una Maestría en Gobierno y Políticas Públicas de EAFIT. Es columnista, escritora y gestora cultural.
Valeria Mira estará en la conversación ¿Cómo es la historia del arte contada por y desde las mujeres? de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Lunes, 11 de septiembre, 1:00 p.m.
Y en el Café Generación el viernes, 15 de septiembre, 6:30 p.m., Auditorio Telemedellín (Jardín Botánico).