Desde el año 57 habité los claustros de la Universidad: primero en Colombia como estudiante de Derecho y luego en España como estudiante de Periodismo y asistente a seminarios sobre Ciencias Políticas, Filosofía, Urbanismo. Estuve en contacto con verdaderos catedráticos. En esos tiempos estar en la Universidad era estar en el ambiente del conocimiento y la vida universitaria consistía en abrirse a los debates y a las discusiones sobre las encrucijadas políticas que vivían España y Europa. La Universidad franquista existía y llegó a existir la Universidad del Opus Dei desde la cual, curiosamente, penetró el aire necesario de una modernidad capitalista y liberal.
Ya en la democracia, la Universidad se abrió al reclamo de la reintegración renovadora a la cultura de Occidente y ante todo a la con-quista de su autonomía como centro de irradia-ción del conocimiento plural. El texto magno de Ortega y Gasset sobre la misión de la Uni-versidad fue una luz que afirmaba la tarea de una sociedad hacia la estructuración de la De-mocracia, es decir, hacia la libertad de pensa-miento. La transmisión de conocimientos se dio gracias a la presencia de verdaderos huma-nistas, merced a los cuales cada generación pudo, a lo largo de la dictadura, conocer la vi-gencia de grandes pensadores como Vitoria y Suárez.
Cuando llegué como profesor a la Universi-dad Nacional de Medellín se respiraba aún la presencia de una Universidad Humanista con su firmeza democrática objetivada en la racio-nalidad de sus campus universitarios. Se plan-teaba una discusión abierta sobre las diferentes temáticas y se defendía el rigor del conocimien-to científico para salir de la ignorancia y el atra-so; se seguía contando con el magisterio de los grandes pensadores universales de la talla de Jean Paul Sartre, Albert Camus y Raymond Arón. Este ambiente de discusión se rompe abruptamente con la irrupción de la violencia de los grupos fundamentalistas, expresiones propias de las coyunturas que había empezado a padecer la nueva clase media universitaria abocada a una encrucijada existencial que se re-solvió cayendo en el dogmatismo, en la deses-peranza y no precisamente en la razón crítica.
Laboratorios destrozados, bibliotecas in-cendiadas, intolerancia verbal contra quienes seguíamos creyendo en la universidad con su tarea de transmisión de saberes, en el rigor in-telectual para salir del crónico tercermundis-mo. Porque lo que ha caracterizado a nuestra izquierda populista no es haber situado sus pro-puestas para un debate, sino el haber impuesto su modelo de educación recurriendo a la fuerza y el terrorismo, al pensamiento único. El pen-samiento marxista latinoamericano tenía ya una larga tradición de filósofos como Carlos As-trada, José Carlos Mariátegui, Adolfo Sánchez Vásquez. En Colombia estaban Darío Mesa y Estanislao Zuleta, cuya concepción de la uni-versidad se planteó desde la perspectiva de un nuevo humanismo integral. Mariátegui previno sobre la plaga del indigenismo, del etnicismo cuyo predicado era la destrucción del pasado “colonial” tal como hoy se pretende, buscando borrar el pensamiento occidental para instau-rar unos supuestos “saberes ancestrales”.
Lo que no podemos olvidar es tener en cuenta el telón de fondo de estas manifestacio-nes de descontento como expresión histórica de una crisis de la juventud universitaria frente a los valores de la educación tradicionalista y que en las revueltas estudiantiles de los años 60 en Norteamérica alcanzaron una mayor belige-rancia que en el llamado Mayo del 68 en París.
La Sorbona y Berkeley como referencia de unas instituciones postradas por el conformis-mo y la burocracia y Vincennes-Saint Denis como la propuesta de un modelo abierto de en-señanza que algunos despistados confundieron con no dar clases y destruir la estructura acadé-mica cuando lo importante fue y es la propues-ta de un nuevo pensamiento social, filosófico, médico, científico. El saber es situarse en la realidad, aprehender de esta realidad otra di-mensión del conocimiento: la lección del sabio Mutis, la universidad de la primera República con ilustres geógrafos, Uribe Ángel, Joaquín Antonio Uribe, los grandes juristas, las leccio-nes de la expedición de Codazzi, Cordobéz Moure, Cuervo, Marco Fidel Suárez, Tomás Carrasquilla, Isaac, Sanín Cano, Rivera, la con-cepción de universidad que como centro de de-bates intelectuales nos describe Le Goff con singular maestría en el Siglo XII.
¿Qué implicó para Colombia la consolida-ción republicana de una idea propia de Univer-sidad sino la de consolidar la democracia plu-ral? La idea propia del siglo XIX de la aldea pla-netaria de Goethe, de partir de lo local para lle-gar a lo universal. Polt Pot en Camboya asesinó a un millón de personas en un año porque ha-blaban francés o inglés y quería borrar de las ju-ventudes hasta el mínimo recuerdo de la cultu-ra occidental. La violencia deja de ser un medio para ser justificada “histórica y políticamente” como un fin loable. Las hordas que en el recien-te “estallido social” avanzaron desde Nariño hasta Popayán tenían un objetivo, destruir la presencia de “la cultura blanca”, o sea de la Uni-versidad.
Millenials —y hoy se habla de una genera-ción Z o de los sobrevivientes de la pandemia— : cientos de suicidas, jóvenes prematuramente envejecidos ante un panorama de vida pública reducida al espectáculo. ¿Cuál puede ser, bajo esta anomia, la idea de educación, de universi-dad, a la que puede acceder esta aterrorizada juventud? Ya vimos a los niños indígenas del Cauca suicidarse antes que ser explotados por los victimarios. ¿Qué significado tiene hoy lo que llamaríamos opciones del conocimiento su-perior si la tramposa idea de igualitarismo les dice que toda educación debe repudiar la no-ción de sabiduría y complejidad? El terrorismo es la opción del nihilista, para el cual es necesa-rio arrasar lo que existe, lo construido, así como el o la encapuchada encubre su rostro para per-der toda identidad y sin ésta darse la licencia de destruir dando salida a su odio, a su envidia. Baudrillard nos recuerda que asistimos a la di-solución del principio de realidad y hemos caí-do en el principio de simulación. Del andrajoso anarquista de ayer hasta estos muchachos(as) vestidos elegantemente se da la diferencia radi-cal entre quien destruye por un principio de placer personal, como el pirómano que entre los curiosos contempla su tarea de destrucción, y el unibomber solitario. Quiero decir que refe-rirme a la Universidad y a su autonomía, que reside en la libertad de cátedra, en la búsqueda de la verdad, en la investigación, es referirme a la creación de un diálogo permanente entre dis-ciplinas y posiciones profesionales, en la nece-sidad de incorporar la noción de sociedad, de diferencia pero también de pluralidad ya que, recordemos, el intelectual se distingue por su capacidad de crítica, ya que en un régimen o en una organización política donde impera una verdad impuesta, la libertad de reflexionar está prohibida y, por lo tanto, los intelectuales no existen. ¿Qué supone una universidad cuyo propósito principal consistirá en crear una Constituyente de acuerdo con el Presidente? Le damos la palabra al nuevo rector. Walter Benja-min sentencia que todo hecho de cultura ha sido precedido de un hecho de barbarie ¿Habla-mos de la Comunidad universitaria en tiempos de un azaroso “wokismo” que pretende borrar de la memoria los valores universales de la con-vivencia? ¿Son los violentos encapuchados, esos torturadores, el precedente de la nueva universidad libre? El ángel del progreso mira hacia atrás y lo que ve son los montones de rui-nas que se van acumulando.