Primero, una historia que no es de TikTok, pero que ya se quisieran los chinos. El 22 de octubre de 1962 Estados Unidos se paralizó frente al televisor. A las ocho, en cadena nacional, el rostro de John F Kennedy llenaba la pantalla. Esa noche anunciaba que, según le habían demostrado sus expertos, la Unión Soviética, sus enemigos y, por ende, los malos de la película, habían puesto componentes balísticos de misiles nucleares en Cuba, la isla que, tres años atrás, Fidel Castro y sus malditos barbudos, habían convertido en una base Soviética a 90 millas de Miami. La sentencia de JFK aterrorizó al mundo entero: “Cualquier misil lanzado desde Cuba contra cualquier nación en el hemisferio occidental será considerado como un ataque de la Unión Soviética contra Estados Unidos, requiriendo una respuesta retaliatoria completa contra la Unión Soviética”.
Las familias de jardín y presupuesto amplio em-pezaron a construir refugios subterráneos antinuclea-res. Los gringos se aseguraban de que los únicos que sobrevivirían al holocausto nuclear serían las cucara-chas, las ratas y ellos. Se disparó la Ufología como una de las seudociencias más consultadas en el mundo. El cielo, de un momento a otro, se llenó de esferas dora-das. Visitantes de otros planetas que llegaban a este mundo con mensajes de paz. Un videojuego, llamado Fallout, que acaba de ser convertido brillantemente en serie, retrata la obsesión que sentían los gringos por el refugio subterráneo. Era una manera de ser abiertamente racistas y clasistas. Todo lo rojo, lo ne-gro, lo de afuera, era sospechoso y tenía que ser ex-cluido. Había que adoptar todas las medidas posibles. Si esto no se hacía así, se escucharían el trepidar as-mático de los jinetes del apocalipsis.
Desde que el hombre tiene alma ha existido la teoría de la conspiración. Baal, Pazuzu, Belcebú, As-rael, pónganle el nombre que quieran al maligno, hay algo dentro de nosotros que nos implora no poder dormir tranquilos, no aceptar la realidad tal y como es. Siempre han existido los conspiranoicos, pero ese anuncio de Kennedy desató la historia. Si le podemos poner una fecha al inicio de la conspi-ración moderna esa alocución puede ser un buen arranque.
En su Historia del siglo XX, el historiador británico Eric Hobsbawn considera que los años que van entre 1946 y 1975 fueron los más felices para la hu-manidad. No había una razón para preocuparse. Desde que el Tercer Reich fue arrasado existían dos potencias hege-mónicas, la UR.SS. y EE.UU. Ambos gobiernos esta-ban conformes con la forma en la que habían reparti-do el mundo como si fuera una enorme torta. Siem-pre existió una confianza en la moderación de una respuesta por parte de una hacia la otra. En la guerra de Corea, por ejemplo, participaron oficialmente los norteamericanos y no los rusos. Pero basta con pre-guntarle a Google por la Crisis de los misiles y uno po-drá encontrar titulares rimbombantes recordando la angustia que se vivió por lo que fue, al fin y al cabo, poco más que un bulo por parte del sobrestimado JFK. Según Hobsbawn: “Durante la crisis de los misiles la principal preocupación de ambos bandos fue cómo evitar que se malinterpretaran gestos hostiles como preparativos reales”. El anuncio de Kennedy, hecho a través de los que los primeros hombres podrían haber llamado “La caja mágica” no fue más sino la adverten-cia de los males que podría traer la tecnología. Y los cambios en lo que el filósofo inglés Patrick Harpur lla-ma Realidad daimónica: si hace 500 años un hombre hubiera visto -o creído ver- una luz en el cielo hubiera pensado en una bruja rompiendo con su escoba la no-che. Hoy esa misma luz es una nave tripulada por un hombrecito verde. Hoy los jóvenes no ven televisión. Nada es suficientemente estúpido y ni siquiera La casa de los famosos es tan atrapante como TikTok. Tengo debilidad por las cosas feas, me regodeo en ellas, las celebro con la algarabía que lo hacía Ignatius J Reilly (protagonista de La conjura de los necios) con la programación vespertina de la tv en los sesenta. Esta semana vi un programa —¿un espacio? Como se llaman esas cosas que uno ve en TikTok— que se ex-tendió los capítulos que quiso, con el descaro —y el sopor— de un Super Bowl en donde debatían tierra-planistas contra científicos, era videopodcast The Wild Project, del youtuber español Jordi Wild —una superestrella con más de 5 millones de seguidores en un canal donde entrevista una fauna amazónica de es-trellas, expertos y desocupados.
Me canso rápido de ver el celular. Todo el tiem-po estaba a punto de pasar a ver un partido de la Eu-rocopa pero había afirmaciones que, a mi en lo parti-cular, me atraparon. No reparé mucho en los científi-cos. Hay una afirmación que hace el cineasta Luis Bu-ñuel en Mi último suspiro, sus memorias, que dice así “Mi desprecio hacia la ciencia y mi odio a la tec-nología me llevarán irrevocablemente a esa absurda creencia en Dios”. Así que los científicos no me ma-tan. En cambio, los estúpidos me fascinan. Sobre todo, aquellos que se creen investidos de algún super poder. El tipo que más hablaba era un tierraplanista, por supuesto. Carecía de la capacidad de escuchar. Se hace llamar Mr Tartaria, aunque su verdadero nom-bre es también un alias: Karles Torah. Tiene 500 mil seguidores en TikTok que le aplauden barrabasadas como esta: “Las estrellas no existen, la ciencia no puede probar que existen las estrellas”.
Obviamente entiendo bien estos espacios. No tendría gracia si después viniera una explicación con-cienzuda. Acá lo que importa es el enunciado. El po-bre científico que lo contrarrestaba falló: apeló a la razón, a la lógica, al conocimiento y a la inteligencia, algo que va en contravía del universo tiktokiano. Mr Tartaria se despidió entre los comentarios de su pú-blico maravillado prometiendo que, en septiembre, en Madrid, hará un acto para demostrar no sólo que la tierra es plana, sino que hay hombres que pueden convertirse en leones. En el panel, de su lado, estaba otro conspiranoico, un tipo que se hace llamar Rim-bel, del que no me ocupé demasiado en investigar. Tenía una de las teorías más descabelladas y popula-res de todas: la llegada del hombre a la luna fue una escena creada por Stanley Kubrick, q quien después de filmar 2001: Odisea del espacio y mostrar por pri-mera vez una aproximación del universo con mayor profundidad y nitidez que el telescopio más avanza-do, la gente lo creyó capaz de hacer milagros. No sé si Kubrick murió sintiéndose culpable por su propio ge-nio. Fue tan desbordado el milagro del cineasta que hizo imposible creer que “en esa cafetera” —la nave Apolo— como gritaba Rimbel —tiktokers y youtu-bers no hablan, ladran- se hubiera podido romper la atmósfera de la tierra dos veces. Rimbombante y como si fuera un argumento decía: “El problema de la ciencia es que se basa en la lógica”.
Soy un viejo que habito el planeta Facebook. De ahí no me muevo. Hay mucho racismo, arribismo y odio. El planeta Facebook está habitado por humanos mayores de cuarenta años ¿Qué otra cosa se puede esperar? La gente que frecuento, afortunadamente, es menor y mejor que yo. Todos tienen TikTok. No sólo es una tendencia, es un fucking virus. TikTok tie-ne 1.582 millones de usuarios al mes que cumplen con la norma impuesta desde China: que sean mayo-res de edad. Pero nadie puede calcular el registro de niños que se están alimentando en el pasto de la mentira, de la histeria, de los muros. Porque no saber y no escuchar es el peor de los muros. Y el negocio no lo van a parar. La estrategia funciona. En el 2023, TikTok tuvo ingresos por avisos publicitarios superio-res a los 13 billones de dólares. La dueña de la red so-cial, la china ByteDance, tenía un valor estimado de 223.5 billones de dólares a finales de 2023. Imagino que seguirá creciendo.
Facebook sigue siendo la red social con más usua-rios activos en el mundo con 3.049 millones y obvia-mente también afirman locuras como que las pirámi-des de Egipto son las puntas de inmensos obeliscos en donde se comunicaban las naves de los extraterrestres que las construyeron. A pesar de todas las restriccio-nes, acá reina la mentira. Pero TikTok es práctico, su agilidad y embrujo hace ver a la humanidad conectada, como con tubos de la nariz a un computador, como lo prefiguró el videoclip Do the evolution de Pearl Jam hace 20 años. Los sueños sobre el final del mundo, creados desde el arte, han dejado maravillas como La guerra de los mundos, de H.G Wells, o The last of us. Pero la seudociencia de afirmar, como he visto en re-des sociales, que es inminente el apocalipsis por un ata-que de vampiros —fantasía creada después de poner como verdad oficial que el coronavirus viene de un murciélago vendido en un mercado en Shanghái— o la versión que señala que Joe Biden tiene atrapado a Go-dzilla en un calabozo subterráneo, se han convertido en verdades validadas por la Inteligencia Artificial. Otro de las terribles conspiraciones que se mueven en TikTok es afirmar que existe un complot progresista que busca acabar con los derechos de los hombres he-terosexuales. En Colombia su exponente más represen-tativo es Westcol. Reptilianos, odiadores de mujeres, tierraplanistas son algunos de los ejemplares que se ven en la amplia galería de TikTok. Alguna vez el maestro Facundo Cabral afirmó que lo que más le daba miedo en el mundo eran los estúpidos: “Son demasiados”.