“Escribo para vivir”, decía la poeta rusa Marina Tsvetáieva, reconociendo en la literatura una forma de soportar la vida. No es muy ajena esta afirmación frente a lo que piensan muchas creadoras actuales, quienes creen que también la lectura salva.
Cada vez más comprometidas con ellas mismas, con la historia, la sociedad, la cultura, las expresiones artísticas y los compromisos profesionales o laborales, muchas mujeres de hoy reflejan la conquista de un destino diferente al de otras que no tuvieron la misma oportunidad en el pasado y aún en el presente. En las antologías de obras escritas por mujeres, he percibido de qué han hablado a lo largo del tiempo, qué han revelado sus silencios o sus rabias, sus alegrías e insatisfacciones, cuál ha sido su manera de ser y estar en diferentes épocas y ante distintas realidades, cómo han evolucionado los géneros que han cultivado y cómo han definido sus estilos. Resulta claro que ya no escriben para purgar sus pecados, como las monjas de la Colonia, ni para fijar con estilo primoroso episodios de vida cotidiana o sus más recónditos sentimientos, como las damas del siglo XIX, y tampoco escriben únicamente para señalar su condición de subalternas en la sociedad, como en las primeras décadas del siglo XX. Hoy no solo tienen mucho por decir, sino saben hacerlo, pues al formarse académicamente han cambiado sus percepciones de vida, sociedad, política y cultura.
Si durante mucho tiempo fueron asumidas como “guardianas del hogar” que procuraban la armonía familiar y transmitían saberes para preservar la moral y el decoro en la sociedad, después de las reivindicaciones feministas que desde la década de los 70 del siglo anterior fueron desarrollándose en nuestros países, las condiciones son distintas: no quieren ser borradas y se expresan con su propia voz entre poesía, narrativa, crónica, dramaturgia, guión cinematográfico o ensayo, en los que a tono con su experiencia personal y las complejidades contemporáneas indagan, reflexionan, niegan, afirman, juegan, ironizan y meten el dedo en la llaga.
Por conveniencias culturales fueron identificadas con la lírica, dado su interés en comunicar e inscribir sus emociones más profundas en la vida doméstica, y los hombres fueron asociados a la épica, a tenor de su devoción por aventuras de toda índole. Según esto, con ellas la reducción era clara, pues hacían de “su casa el universo”, mientras con ellos el mundo no tenía límites porque hacían “del universo su casa”. Los cambios son claros. Las mujeres de ahora disfrutan la vida de diferentes maneras: muchas son propensas a la aventura vital, no aspiran a ataduras definitivas, no están interesadas en la maternidad y cuestionan el ideal de ser madres, y defienden su independencia. Al asumir su propia vida opinan sobre lo divino y lo humano, plantean asuntos a veces altamente problemáticos y atrevidos, y son capaces de desempeñarse con solvencia y compromiso en distintos espacios.
Teniendo en cuenta autoras de varias edades, trayectorias y regiones del país, percibo que algunas se expresan en distintos géneros, que gana terreno la narrativa, que en las poetas no prima el intimismo sino una poesía escéptica en la que asoma la fragilidad de la vida y el deterioro del presente, y en la que a pesar del erotismo hay una franca tensión con la violencia, ya que muchas “escriben país sobre las paredes de la guerra”, como dice en uno de sus poemas Mery Yolanda Sánchez o se reconocen, como María Mercedes Carranza, escépticas y desencantadas. Hoy no las desvela la confesión personal, sino más bien las crisis sociales y políticas, el cambio climático y de valores, el calentamiento global y el deterioro, es decir, temáticas que incumben a todos. Hablan por igual de “las grandes rabias y de los hermosos errores”, del cuerpo y las sensaciones, de angustias y miedos, y saben que al escribir sobre diferentes temáticas y lugares se nombran a sí mismas afirmándose, cuestionándose, confrontando la tradición y pidiéndole cuentas a la historia.
El universo poético actual es tan rico y tan amplio que merece capítulo aparte. Hay diversidad de poetas y de tendencias que oscilan entre el neointimismo y el erotismo, poéticas de la guerra, el desplazamiento y el exilio, caligrafías del desastre y la exploración en mitologías y pensamiento existencial. Poemas y poetas que miran la tragedia, lo execrable, lo hecho trizas y nombran la descomposición con lenguajes directos y sin la melancolía de otras épocas, como si la levedad de la metáfora no fuera suficiente para nombrar estos tiempos menesterosos.
Al hacer una lectura transversal de la narrativa escrita por autoras, debo reconocer que su ejercicio fue más ocasional, lo que en este momento muestra lo contrario. No sobra recordar que décadas atrás algunas prepararon el camino, entre ellas Soledad Acosta de Samper, Sofía Ospina de Navarro y Emilia Pardo Umaña, en la primera mitad del siglo XX, y en la segunda, Rocío Vélez de Piedrahita, Helena Araújo, Marvel Moreno, Alba Lucía Ángel y Fanny Buitrago (estas últimas aún con obra en marcha). Con las tres primeras empezaron a abrirse las puertas para que las mujeres defendieran sus derechos y entendieran que debían educarse y buscar su propia voz. Acosta de Samper pensó en la mujer como partícipe de una “República femenina de las letras” y llamó la atención sobre la necesidad de tener conciencia individual para ejercer resistencia a patrones de sumisión impuestos por los varones; Sofía Ospina de Navarro, más conocida por sus recetas de cocina que por sus crónicas, paradójicamente fue una conservadora feminista que invitó a las mujeres a prepararse para tener un espíritu libre; Emilia Pardo Umaña, liberada para tiempo, en muchos aspectos anticipó el comportamiento femenino de hoy, y fue la primera periodista profesional de Colombia. Por su parte, Rocío Vélez, Helena Araújo, Marvel Moreno, Alba Lucía Ángel y Fanny Buitrago entendieron los derroteros de la Revolución Cubana y los de Mayo del 68 y se afirmaron en la escritura con novelas críticas que tomaban conciencia de su tiempo, cuestionaban la vida familiar y la cultura patriarcal, reconocían la decadencia de la sociedad y de las ciudades, y señalaba la violencia como la caída de nuestros puntos cardinales.
Es de destacar en Araújo su dedicación al estudio de la literatura latinoamericana y particularmente su compromiso con la literatura escrita por mujeres. No solamente estuvo entre las estudiosas que rescataron autoras olvidadas o ignoradas, sino reconoció obras de las más recientes para estudiarlas, contextualizarlas y promoverlas. Entre estética y política, militante del feminismo, junto a Monserrat Ordóñez y Martha Traba destacaron preocupaciones individuales y colectivas, le hicieron ver la necesidad dar imagen a la mujer en la sociedad.
La narrativa ha seguido su proceso y crece el número de autoras con mayor o menor trayectoria, con publicaciones, premios nacionales e internacionales o traducciones. Mediante personajes alegóricos de diversos territorios, algunas muestran profundas heridas y hacen preguntas a situaciones álgidas de nuestra vida (Pilar Quintana); otras desde perspectivas testimoniales que con la mirada puesta en varios escenarios exploran episodios que definen nuestra historia, evidenciando un compromiso político inquebrantable (Laura Restrepo). Si con novelas de aprendizaje en la adolescencia o en la vejez se redunda en la interioridad de personajes urbanos marcados por conflictos que determinan narrativas intimistas (Piedad Bonnett), también hay regodeos en la ciudad con espacios o hechos icónicos y no lugares (Consuelo Triviño), o recorridos por territorios de vida familiar que recrean identidades, situaciones pandémicas, exilios y vacíos (María Cristina Restrepo, Paloma Pérez y Lucía Donadío), mientras con suma ironía se ofrecen mundos distópicos y disruptivos (Andrea Salgado) en los que se desentraña la soledad y se reconoce el desastre al que están abocados los seres de este milenio (Lina María Pérez Gaviria con su carga de humor negro). Aprovechando géneros híbridos, el cuento, el poema y el ensayo se renuevan en escrituras fusionadas (Carolina Sanín). La oralidad también es asumida y tiene su propio ritmo (Amalia Lú Posso Figueroa, Estercilia Simanca). Las pesadillas, las infestaciones, las plagas, lo asqueroso y esperpéntico se vitaliza (Gabriela A. Arciniegas, María Mercedes Andrade). Muchas otras directrices pueden tenerse en cuenta en muchas otras autoras que no alcanzo a nombrar.
Desde perspectivas feministas y con clara conciencia del valor de la lectura, la escritura y la sororidad, hay confrontaciones de mundos y lenguajes, como en Alejandra Jaramillo y Beatriz Vanegas Athías, quienes en sus más recientes novelas generan dinámicas particulares. Jaramillo establece una confrontación con dos mujeres de culturas opuestas: una española y otra muisca enfrentadas a lo significativo y problemático de la conquista y la colonización, y mediadas por la lectura, de ahí el título, Las lectoras del Quijote, establecen lazos de amistad que permite compartir sus distintas visiones. Como metáfora de la historia que no se resuelve en nuestro país, Dónde estará la vida que no recuerdo, de Vanegas Athías, se aprovechan tres generaciones de mujeres que se enfrentan a situaciones de pérdida, entre ellas la de la historia personal. Al buscar entender un destino irresuelto, lo hace a través del personaje que con la escritura hace memoria y ayuda a recuperar lo olvidado.
El número de narradoras crece, como he podido constatarlo con la preparación de algunas antologías de cuentos de autores colombianos que invito a leer, como los cuatro tomos de Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Fondo de Cultura Económica, 2005, 2020, 2023) y especialmente las de mujeres: Ellas cuentan: antología de escritoras colombianas de la Colonia a nuestros días (Seix Barral, 1998), Cuentan. Relatos de escritoras contemporáneas (Sílaba, 2010) y Contar la vida como contar los pasos (Sílaba, 2023).
Con frecuencia me he preguntado qué decimos cuando escribimos, y la respuesta la encuentro con mayor o menor complejidad en cada poema, en cada novela o en cada cuento. Nos contamos a nosotras mismas o a nosotros mismos. Se trata de contar la vida, la propia, la ajena, la de todos, la experimentada, la deseada, la imaginada. Nos decimos y nombramos el mundo y la historia. Lo real y lo ficticio. Se trata de tomar conciencia de lo uno y lo múltiple, del yo individual y del yo multiplicado. Desde la primera antología entendí los conflictos que nos han determinado, vi las miradas a la interioridad y al mundo doméstico, la percepción de las inquietudes sociales, morales y culturales de cada época. Igualmente, conocí los temas de interés y la forma de construir una voz personal. Tengo claro que las mujeres ya no buscan un lugar, sino que ocupan un lugar.
Si entre las décadas de los 60 y los 80 se asumió una actitud de rebeldía a veces rabiosa contra las instituciones, se apeló al desprendimiento del intimismo y a denuncias sociales y políticas, al señalamiento de la violencia partidista y de las estructuras patriarcales y al reconocimiento del cuerpo erótico, con otros problemas tanto regionales como globales, actualmente todo es susceptible de ser expresado: hay que reiterar que no a todas interesa lo amoroso que caracterizó su mundo doméstico y creativo, que los efectos de las violencias en la vida cotidiana siguen a la orden del día, que el erotismo se expresa más naturalmente, que se exploran temáticas que eran propias de los hombres, como lo policial, la ciencia ficción, lo fantástico y lo grotesco. Sobra decir que en estos terrenos las autoras se mueven como peces en el agua, y que su dinamismo está a la orden del día.
*Profesora universitaria, poeta, ensayista y antologista con varias distinciones nacionales e internacionales.