n 1949, Fernando Botero, un imberbe aspirante a artista de 17 años, escribió en las páginas del diario El Colombiano una entusiasta reseña sobre el entonces más grande pintor vivo de su tiempo, Pablo Picasso, al que admiraba y al que aspiraba a llegar a parecerse en el futuro. Siete décadas más tarde, Botero participaba en una exposición en Francia que reunía su obra con la de Picasso, comparando y valorando la obra de los dos artistas, de par a par, de Maestro a Maestro. Titulada Botero dialoga con Picasso, la exhibición mostraba dos creadores rebeldes y vanguardistas, cada uno en tiempos distantes y continentes diferentes.
Este año Botero llega a sus 90 años y ha tenido la fortuna de gozar de todos los homenajes y conmemoraciones en vida, y aunque entre todas ellas ha tenido distinciones espectacularmente especiales como ser invitado a exhibir sus monumentales esculturas en la Piazza de la Signoria, en los Campos Elíseos o en la Plaza de Tiananmén, tal vez pocas alegrías le hayan causado semejante satisfacción como el honor de aquel diálogo atemporal con Picasso.
La vida de Botero fue desde ese artículo en El Colombiano una cadena de ambiciosos retos por cumplir y de probarse a sí mismo y a otros que no hay límites para la imaginación. Terco como buen aries, tomaba cada obstáculo como una excusa para demostrar que sus capacidades eran ilimitadas. Por ejemplo, luego del artículo de Picasso el monseñor director del liceo donde cursaba el bachillerato lo expulsó por su rebelde elogio de aquel artista comunista. Botero no se amilanó ante esa adversidad. Por el contrario, si al expulsarlo por considerarlo mamerto pretendían sofocar su ímpetu, el muchacho se puso la meta de continuar su formación para viajar a Europa en la menor cantidad de tiempo y conocer a Picasso y a su obra, y aunque el encuentro no alcanzó a darse personalmente, en cierta forma se cumplió.
A mitad de siglo ese sueño de viajar al otro continente era también impensable, parecía lejano para cualquier persona que no contara con recursos ni abolengo, y el joven pintor antioqueño no contaba con ninguno de las dos. Pero su genialidad precoz le auguraban una pronta consagración.
En tan solo tres años se integró a la escena intelectual de Bogotá y en 1952 ya había hecho dos exposiciones individuales y ganado con solo 19 años el segundo premio en el Salón Nacional de Artistas. Con el poco dinero reunido pagó el tiquete y se lanzó a la aventura de ver con sus ojos todo el arte moderno de París que muchos de sus amigos pintores y poetas en Bogotá y Medellín le describían con palabras que nunca fueron suficientes.
Descubrió el Viejo Mundo en 1952, y tan pronto como desembarcó abrió las puertas que cambiarían por completo su vida, las de los grandes museos. Ningún otro artista colombiano ha tenido una fascinación tan profunda por la historia del arte, y ninguno como él formó su cultura visual de una manera tan rigurosa a partir de visitas a pinacotecas. El conocimiento de Botero sobre los artistas, sus métodos y paletas, y su presencia en museos y galerías es enciclopédico. Una charla con él sobre el Renacimiento, uno de los periodos artísticos que mayor influencia causó en su obra, es un viaje kilométrico por ciudades, iglesias y castillos, tal como él lo hizo en una Vespa vieja por Italia cuando tenía 22 años. Esa fue su mayor escuela.
Su vida ha sido un continuo periplo, y a pesar de su amor por Medellín, Botero ha vivido de sus nueve décadas siete por fuera de Colombia. Viajar y ver arte fue siempre una experiencia formativa que suplió a los maestros que nunca tuvo. Por lo tanto, su observación fue tan minuciosa con la pintura de los grandes artistas del pasado que prefirió reconocer en Piero della Francesca a uno de sus verdaderos maestros. En otros momentos fue Velázquez, en otros Ingres, y así su vida se convirtió en seguir los pasos de aquellas influencias que lo llevaban de la mano a una ciudad nueva para conocer la obra de otro maestro que estudiar con atención. De hecho su consagración en Colombia fue siguiendo un ejemplo de Picasso que nadie en el país había puesto en práctica: hacer covers de la historia del arte homenajeando, pero a la vez reinterpretando a los grandes maestros. Su Homenaje a Mantegna en 1958 obtuvo el primer premio en el Salón Nacional de Artistas, y poco tiempo después una de sus versiones de la Mona Lisa fue su primera obra en entrar en la colección más importante del mundo, el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Pasó precozmente de ser el imberbe aprendiz que oía apasionado consejos de otros pintores, a ser el barbado y experimentado artista que viajaba por el mundo retándose con los grandes maestros en los museos.
Por eso, quien no conoce y no mira con atención su obra lo acusa de no innovar, de no renovarse, de parecerse siempre a él mismo. No hay nada más falso que ese manido e infundado argumento. Por el contrario, no hay artista en un ejercicio de exploración más constante que él. Su etapa más temprana tiene rasgos del muralismo mexicano y luego gestos violentos en la pincelada propios del expresionismo abstracto que conoció en Nueva York a finales de los años 1950. Luego miró con atención la transición al Pop Art e incluso llegó a declarar que su máxima influencia era Walt Disney, una aseveración provocadora y medio burlona, pero a la luz de hoy apasionante porque revela cómo incorporó elementos de la cultura popular antes que cualquier otro artista en Colombia. Hasta la maestra Beatriz González alguna vez declaró que cuando ella quiso empezar a pintar, Botero ya se había inventado todo.
La serie de El circo y la de Abu Graib son absolutamente antagónicas tanto en tema y composición como en color, y si no fuera por el volumen característico que creó desde la década de 1960, uno podría decir que se trata de dos pintores distintos. La primera vibrante y explosivamente feliz en color parece inspirada en Matisse y los fauves franceses, la otra tenebrista y dramática tiene lo macabro de Goya y la paleta oscura de Caravaggio. Estos son solo dos rápidos ejemplos que prueban lo injusto de un prejuicio basado en la falta de rigor al observar. Para un ojo cauteloso y curioso Botero nunca se repite.
Con el éxito que obtuvo el Maestro por su disciplina, constancia y terquedad, sobrevino una faceta suya que jamás ha tenido comparación en ningún otro colombiano: la generosidad. Botero entendió que las falencias, falta de oportunidades y obstáculos que había vivido como joven artista en un país sin museos eran las mismas que vivirían miles de otros aspirantes a pintores. Desde la década de 1970 sus donaciones a museos, plazas públicas del mundo, becas y premios a artistas lo han convertido en el mayor mecenas que haya tenido Colombia. Ni siquiera todos los esfuerzos por la cultura de los gobiernos del siglo XX se equiparan a los aportes que él ha dado en unas cuantas décadas.
Valdría la pena pensar que la donación es en sí misma una crítica a la incapacidad de los gobiernos nacionales de comprometerse con la cultura, que es más lo que un acto de un individuo puede hacer que lo que la incompetencia mancomunada de cientos de políticos. Hoy el Museo de Antioquia en Medellín y el Museo Botero en Bogotá son instituciones culturales con colecciones de talla mundial. Desde 2000, los niños visitan gratuitamente estas colecciones donde conocen obras de Dalí, Monet, Degas, y el mismo Picasso, entre muchos otros. Nadie se hubiera imaginado que algo así podía llegar a ocurrir en Colombia, y de esta forma Botero cambia a diario la vida de los miles de pequeños y grandes visitantes que recorren estas salas llenas de estas obras maestras que el reunió durante décadas y de las que luego se desprendió con agrado. Es conmovedor pensar que ese intocable y valioso legado perdurará en muchas vidas.
Botero llega a los 90 años más activo y vigente que nunca, pintando a diario, superando sus récords de ventas y abriendo grandes exposiciones como la magnífica retrospectiva en Bélgica (Mons, Beaux-Arts) y la que viene en Japón (Tokio, Museo Bunkamura) para su cumpleaños. Ya superó la longevidad de Miguel Ángel (89 años) y le pisa los talones a Picasso (91 años), a quien superará en 2023. Con semejante vitalidad seguramente le celebraremos el centenario, porque no hay otra palabra que describa su inquieto ánimo de seguir levantándose a pintar a sus 90 años de rebeldía. La misma que a sus dieciséis años admiraba de Picasso, la de romper con lo establecido, la de inventar nuevas formas de ver, la de hacer lo que nadie había hecho antes, la de sacar sus volúmenes de la pintura y llevarlos a la monumentalidad.
En ese texto para El Colombiano que fue su debut y retiro invicto de la crítica de arte, el joven Botero sentenció que quienes no habían valorado la forma en que Picasso y el cubismo habían liberado a la pintura de la tradición “no poseían la suficiente grandeza de espíritu para comprender, aplaudir y alentar la más grande de las virtudes: ¡la rebeldía!”. Desde sus 17 años Botero ha sido fiel a sus palabras y debe su celebrada longevidad a cultivar esa que considera la virtud más grande de todas ◘
** Historiador de arte, autor del libro Botero. La búsquedas del estilo: 1949-1963, y curador de la exposición El joven Maestro. Botero, obra temprana en el Museo Nacional de Colombia en 2018.
Hacia atrás
Fragmento final de Picasso y la inconformidad en el arte por Fernando Botero: “Picasso en su arte ha logrado reunirlo todo: la lucha y el abrazo tierno y elemental; lo más sutil y lo más tenebroso... Ese maniático de la invención no es un pintor, son muchos unidos en un solo nombre: PICASSO”.