Hablar con Eliane Brum (Ijuí, Brasil, 1966) es adentrarse en la selva porque ella la lleva consigo. En cada palabra su voz es la misma que la de los jaguares, perezosos, monos, peces, águilas, pericos y las otras más de 400 especies de mamíferos, 1.300 aves, 378 reptiles y 400 anfibios que habitan en la Amazonía, según registró la Fundación Aquae. Es defensora de la vida y por eso mismo ha dedicado la suya a alertar sobre la crisis climática en el mundo que, cada vez, se intensifica más.
Brum es periodista y escritora, columnista de El País de España y The Guardian y The New York Times. Su último libro es La Amazonía: viaje al centro del mundo (2024), un testimonio escrito desde la primera línea del frente de la salvaje destrucción de la Amazonía.
Fue reconocida en 2020 como la reportera más premiada de la historia de Brasil, por ejemplo, obtuvo el galardón Maria Moors Cabot, de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
Antes de su llegada al país, conversé con ella por videollamada. Aún estaba en su casa en Altamira, cerca del río Xingú, en el Amazonas brasilero, donde se fue a vivir en 2017, parecía que hacía calor y por su ventana me mostró lo que era vivir en medio de la selva. Todo verde, una bebida caliente y la compañía de sus cuatro gatos y cuatro perros.
Uno de los temas más frecuentes para romper el hielo es el clima, por eso quiero preguntarle ¿qué tal está el clima en su casa, en Altamira?
“El clima... (se ríe) acabamos de vivir una de las sequías más grandes de nuestra historia. Los animales murieron de hambre, faltaba agua y experimentamos un número récord de incendios provocados que duraron muchísimas horas y que ocurrían todos los días, hasta el punto de que a veces el internet no funcionaba aquí porque, por tanto, humo, el sol no llegaba al panel solar. Entendemos que, desde el periodismo, y yo también lo hice así, hablamos de que en la Amazonía se han quemado cierta cantidad de hectáreas y las comparamos con canchas de fútbol, pero cuando empiezas a vivir en el bosque y entenderlo de manera diferente, te das cuenta de que no son solo hectáreas. Son vidas las que se están quemando”.
El 2023 fue el año más caluroso registrado en la historia, ¿qué espera para este 2024?
“Sabemos que estamos en un bosque tropical muy cerca del punto de no retorno; el 2024 será un año aún más caliente, tal vez aún más seco y más difícil, y es que cada año será más difícil, porque como los científicos dijeron, hemos entrado en territorio desconocido ahora”.
Viene a Colombia para participar del Hay Festival 2024, ¿qué sabe de este país y qué temas quiere discutir aquí?
“He estado dos veces en Colombia. Una para ser jurado del premio de la Fundación Gabriel García Márquez y en la segunda estuve de vacaciones en Cartagena. Sigo la política colombiana lo más cerca que puedo, especialmente con respecto al Amazonas, y aunque Lula es un líder mundial al tener el 60 % de la tierra amazónica en su territorio, nos hemos dado cuenta de que el papel principal lo ha tomado el actual gobierno colombiano que ha defendido el fin del petróleo en el Amazonas y ha propuesto ideas innovadoras que he seguido. Por otro lado, sobre lo que quiero hablar en el Hay Festival es sobre el concepto de democracia y plantear que para abordarla tenemos que contemplar los derechos de otras especies y de la naturaleza”.
Nació en Ijuí, al otro lado de la Amazonía, ¿cómo fue crecer allí y cuándo fue la primera vez que escuchó de este territorio?
“Nací durante la dictadura militar brasileña (1964-1985) y fue durante la dictadura cuando se creó un proyecto estatal para la ‘dominación’ de la Amazonía, a la que trataron como un ‘desierto verde’ donde no había humanos, sólo naturaleza que dominar para la explotación y la producción de bienes. Con el lema ‘tierra sin hombres para hombres sin tierra’, los militares mataron al menos a 8.000 indígenas, porque para ellos los indígenas claramente no eran personas. Muchos de los terratenientes que se animaron a apoderarse de tierras indígenas en la Amazonía eran del sur de Brasil. Era la primera vez que oía hablar de la selva. Estos hombres contaban con orgullo cómo habían expulsado y matado a indígenas en el Amazonas. Entonces, cuando tenía unos 9 años, un indígena del Xingú, vino a vivir conmigo durante un tiempo. Daba charlas por las ciudades de Brasil sobre la vida indígena, mis hermanos mayores fueron a escucharle, descubrieron que vivía en un lugar muy precario y se lo llevaron a casa. Durante el tiempo que se quedó con mi familia, me cuidó, no porque trabajara, sino porque yo no le dejaba ir, y me enseñó a cantar en su lengua y me contó historias. Esa fue la segunda vez. A partir de 1988, como periodista, empecé a cubrir la Amazonía y, en 2017, finalmente me vine a vivir a la selva, donde sigo viviendo hoy”.
¿Cómo es un día suyo en el Amazonas?
“Vivo fuera de la ciudad de Altamira, uno de los epicentros de la destrucción del Amazonas. Es donde comenzó la transamazónica -una carretera inmensa de Brasil-, que fue uno de los mayores proyectos de destrucción de la dictadura militar. Aquí está la represa hidroeléctrica de Belo Monte. Estoy en una zona que era un bosque y se convirtió en pasto para el ganado. Así que compré esta área y estamos reforestando. Te voy a mostrar, ¿puedes ver eso?”.
Brum toma su computadora y muestra, a través de su cámara, un ventanal en el que se observan árboles, ramas y hojas verdes; escucho también el silencio de la selva detrás del vidrio.
“Todo esto que ves, no existía... nosotros lo plantamos y luego construimos nuestra casa. Me despierto a las 5:30 de la mañana sin despertador, porque tengo cuatro gatos que empiezan a arañar la puerta, les doy de comer y también tengo cinco perros que quieren bajar al río y bañarse. También lavo la ropa, ¿sabes? y llevo dos días haciendo ejercicio porque es un objetivo de año nuevo y después empiezo a trabajar”.
Usted es periodista, ¿cómo es la experiencia de narrar la crisis climática mundial desde la Amazonía?
“Veo secarse ríos, y a los animales morirse de hambre; veo arder la selva, como en el incendio provocado de 2023, que bate récords, veo a los defensores de la selva, como indígenas, obligados a abandonar su territorio para no ser asesinados y, con alarmante frecuencia, muchos son asesinados. La Amazonía es uno de los frentes de la guerra que libran contra la naturaleza las grandes corporaciones transnacionales mineras, petroleras, agrotóxicas, cárnicas y de alimentos ultraprocesados, y los gobiernos y parlamentos a su servicio, así como los acaparadores de tierras, madereros y mineros ilegales”.
¿Es diferente la manera en la que percibe la selva ahora que vive allí?
“Viviendo en la selva nos damos cuenta de cómo todo está interconectado. Hoy entiendo la selva como una gran conversación entre humanos y no humanos. El bosque no se trata de individuos o grupos, sino de una relación entre todo lo vivo. Lo más importante, lo que da sentido y organiza todo, es esa relación. Viviendo en el bosque, también te das cuenta de lo ridículo que es que la especie humana se ponga en el centro. Como ser humano, estoy en proceso de reforestación, porque también soy parte de la selva”.
Este 2024 publicó su último libro La Amazonía: viaje al centro del mundo, ¿cuál es el mensaje que quiere dejarles a sus lectores?
“Estamos viviendo el momento más desafiante de nuestra vida en el planeta, no tenemos más tiempo; tanto los científicos como líderes indígenas llevan décadas hablando sobre la crisis climática y no han sido escuchados. El 2023 fue un año que mostró cómo será nuestro presente a partir de ahora. Hubo más eventos extremos en todo el planeta que nunca. Además, está claro quién sufrirá primero estos cambios, los más débiles, los más pobres, indígenas, negros, mujeres, niños y otras especies. Mi libro es también un llamado de acción porque tenemos grandes negacionistas del clima que han estado en el poder y que podrían volver, como Trump y Bolsonaro”.
¿Cuál es la respuesta?
“En un planeta en colapso climático debemos poner en el centro los territorios donde está la vida. Las selvas tropicales como el Amazonas, los océanos y otros biomas; allí donde está la vida, no donde están los mercados. Debemos dejar de producir gasolina, petróleo y otros combustibles fósiles, dejar de deforestar la selva. Hay un gran líder indígena, Davi Kopenawa Yanomami, que dice que nosotros los no indígenas, somos el pueblo de las mercancías y que nos estamos comiendo el planeta”.
Hay que replantearnos el concepto que tenemos sobre la naturaleza...
“Sí. Por ejemplo, en Sumaúma no llamamos a la naturaleza una mercancía o un recurso. No llamamos recurso al agua. No llamamos recurso a los ríos. No tratamos la naturaleza como mercancía, ni tratamos a los pueblos, a las criaturas, a los seres vivos como ‘toneladas’, de carne. Los tratamos como seres vivos, como los indígenas tratan algo vivo, porque está vivo”.
¿Existe la posibilidad de enviar un mensaje de esperanza a las futuras generaciones sobre su hogar, la Tierra?
“El grito que efectivamente recorrió el mundo fue el de la generación de Greta Thunberg. Ningún otro movimiento ha tenido tanta repercusión como el de los jóvenes activistas climáticos que se han puesto en marcha desde 2018. Los jóvenes necesitan tomar las riendas del mundo en el que van a vivir. Con este nivel de inacción por parte de los gobiernos y la sociedad, la esperanza puede ser un lujo que no tendremos. Quizá lleguemos al momento en que tengamos que luchar incluso sin esperanza”.
Para escucharla:
Eliane Brum conversará con Erna von der Walde. Sábado, 27 de enero, 12:00 m., Teatro Adolfo Mejía (Hay Festival Cartagena).