Elige una foto / elige un smartphone / elige un rol / elige un cuerpo / elige un gym / elige una pose / elige un espejo, elige una edad / elige una vida y destruye la que no te gusta / tú eres el paisaje ahora / elige una locación: dormitorio, baño o costa paradisíaca / elige tus medidas sin pudor / ¿qué color de ojos quieres? / hazte una selfie / abandona el retrato: esa técnica se inventó en el siglo xix, somos del xxi, eres del xxi / etiqueta / elige un filtro / elige cada día una nueva foto y espera qué dice el resto / míralas hasta aburrirte y piensa en la próxima / el futuro es un touch vector / un suave deslizamiento sobre tu pantalla / elige tus palabras claves / elige tu idioma / no respondas sin foto / elige tu mejor imagen / cuida los pixeles / rechaza sin problemas ni culpa / deja pasar a los ruidosos / sé lo más joven que puedas / elige un nombre / elige tus gustos / pon la música que más te gusta / sonríe poco / compra / esfuérzate con tu peso / tu vida digital es todo / sube tus archivos / elige tu clave / di tu seropositividad / no hables mucho / se sobrio / elige tu contextura: mediana, delgado o perfecto / selecciona a gente parecida a ti / que sean como tú / búscate a ti mismo en ellos / elige tu pequeña tribu / selecciona a tus amigos / sube fotos con poca ropa / no taps / selecciona tu foto / surfea / elige vivir... ¿Qué esperabas?
¿Qué haces?
¿Pasivo? ¿activo? ¿inter? ¿versátil? ¿moderno? Son algunas de las palabras claves más utilizadas en el tráfico virtual de la red sexual mundial gay, aunque en estricto rigor, exista una gran heterogeneidad para vivir el sexo más allá de esas definiciones. Hay cierto sentido común impuesto donde cada uno se cataloga o marca una x que ocupa un nicho de una encuesta habitual de sexo virtual, como si eso constituyera una identidad. Quizás, un síntoma, una muestra que exhibe nuestra precariedad, simplificación o cosificación a la que hemos llegado para referirnos a nuestras prácticas sexuales. Modalidades que irrumpen y se representan como un signo de identidad posible y evanescente. Otros vieron pasar la utópica representación del libertino del siglo XVIII, o recordamos a lo lejos el sadomasoquista de los años ochenta, o incluso reconocemos al promiscuo, adicto al sexo mirado con desdén por la representación matrimonial gay en claro avance mundial. Ese contrato que juega en un lugar amoroso de legitimidad, por cierto, pero en convivencia con las violencias de género globales. Ahora las operaciones y dispositivos apuntan a fijar un guión predecible. Las retóricas de presentación en el chat gay o en Grindr juegan a levantar cierta idea de lo deseable o de lo que no queremos ser. En ese juego, abundará lo que se rentabiliza en la red, no afeminados, ni locas, no sin foto, no plumas, gente decente, sobrios, es decir, ante el flujo del deseo se permea una imposición, una performatividad, una ficción del otro en directa relación con uno mismo.
Aburrido / ¿Qué buscas?: varoniles
Si te pintas las uñas, no vamos por el mismo lado (solo es cosa de gustos, no tengo nada en contra, pero no tengo interés en los afeminados, no ets, no tríos, soy técnico en pc y cámaras de seguridad. (usuario de Grindr, Recoleta, Santiago)
La algarabía de Grindr viene acompañada de los avances tecnológicos de las tele/municiones globales en tiempos de guerra virtual. Los deseos y la proximidad del otro marcan la espectralidad de la ausencia y la excitación de la cercanía. Llegas a tu apartamento luego de una larga jornada laboral y enciendes el smartphone como prótesis de un deseo a la carta. Es la accesibilidad de la grindermanía, tu mundo y el de los otros al instante. Tras el encendido sabrás cuántos son los conectados y a cuántos metros de tu cama se sitúa el otro cuerpo on line con el aura de la disponibilidad entregada por la geolocalización. Quizá la herramienta más característica y llamativa de Grindr para los usuarixs. A seis metros, a dos metros incluso, sin saber si está al lado de tu cocina, separados por una pared, al lado de tu baño, saliendo por la puerta de entrada, en los laberintos del entramado metropolitano, la pregunta será ¿hay alguien ahí? La geolocalización del aparato, que funciona casi como una extensión o una prótesis corporal, se lee como una referencia genuina de la localización, incluso sabiendo que lo que se localiza es el aparato, no tu cuerpo o ¿posiblemente el aparato es ahora parte del cuerpo? Dicha herramienta o dispositivo surge de las técnicas militares de ubicación del enemigo y realiza finalmente la búsqueda deseada. Al abrirse la pantalla nos encontramos con miles de rostros, pedazos de cuerpos, sugerentes culos, paquetes, pollas, pitos, chongos, putos, semióticas de las poses, paisajes, cuerpos bronceados y discursividades particulares para cada nicho o perfil.
Aquí opera la disposición espacial del supermercado, me gusta, lo desecho, lo dejo pendiente, lo llevo o no lo llevo, lo guardo y espero la mejor oferta. Tanto Grindr como otras plataformas y aplicaciones pueden hoy representar cierto pragmatismo sexual extremo que dejó fuera las ideologías luego de las revoluciones sexuales de los sesenta o setenta, pasando por el tsunami devastador del sida que causó estragos en comunidades homosexuales en el mundo durante los ochenta y noventa. Luego del derrumbe de las utopías políticas de finales del siglo XX, nos encontramos con las tecnologías virtuales y los reflejos del tiempo, o su propio ánimo en las nuevas formas de vivir en el cuerpo, la identidad, la sociabilidad homo-hetero, las representaciones de lo masculino o femenino, ya no sujetas a patrones o cuestionamientos de estereotipos de las luchas sexuales anteriores.
En ese horizonte, las ficciones del cuerpo promovidas en la red se deben pensar críticamente en directa relación con las transformaciones acontecidas en las políticas gay mundiales. Las prácticas sexuales representadas en los años setenta, ochenta y el salto desde ahí al tiempo expandido de internet, que construye nuevos navíos humanos, algo así como un arca virtual donde nos embarcamos todxs en soportes planetarios en línea: Facebook, Grindr, Twitter, Instagram, Blogs. Las nuevas comparecencias o subjetividades sexuales a través de la red en tiempos de globalización han producido una hiperindividualización donde las causas sexuales quedaron desvanecidas en el like de la banalización.
La dictadura de la selfie en Grindr
¿Me hago una selfie hoy? Ayer fue con polera ¿hoy sin polera? No estoy en condiciones, pienso al toque, de inmediato. Con una polera y en boxer, ¿puede ser? ¿en el dormitorio o en el baño? ¿en el gym? Ya lo dejé. Todxs son más jóvenes que yo. No importa. ¿Chico malo? ¿chico bueno? ¿intelectual? ¿tímido? ¿hot? ¿guarro? Con filtro... ¿mmmm? Contrapicado a las piernas, mi arma secreta. ¿De culo? Con gafas y polera musculosa, muy obvio. ¿Y el archivo? Fotos de playa, de piscina, corriendo, con mancuernas, en el auto, con la bici, solo torso, con barba y sin polera, de rostro con capucha, en la nieve, polera arriba y short, con camisa y jeans, en ascensor ¿cuál?
Pienso que la selfie se vuelve peligrosa, se posa para enfatizar algo y luego te quedas atrapado ahí, en ese algo que buscas, en ese recorte de tiempo y en ese filtro que ejecutaste. ¿Qué busco aquí? Sería la pregunta para pensar el momento inicial. De pendejo en la foto del colegio me veía horrible, chueca, torcida, mientras se preparaba el proceso, la profesora jefe te gritaba que enderezaras tu nombre diminuto prendido a un pequeño rectángulo negro con letras blancas de plástico adheridas debajo de tu rostro. La típica foto de los presos pensaba, así es el retrato ¿siempre es una delación?, ¿un espía?, un indicador del lugar del crimen. Esa foto cuadrada y pequeña, que había que recortar y poner luego en tu pase escolar, odiabas esa imagen, pero sabias que eras tú, mejor o peor, pero eras tú el que permanecía ahí todo el año en ese documento escolar trajinado y deslavado por el uso. Cuando veo una selfie en Grindr a veces sospecho del estatus de verdad de ese relato. A veces ni yo me creo montado en una selfie, a veces ni me reconozco, ¿soy yo el que está allí? De cualquier manera, en el mundo de la grindermanía el canibalismo visual se consume a través de la selfie.