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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Esta exposición es un llamado a la reflexión y a la acción. Nos desafía a reconsiderar nuestra relación con la naturaleza y nuestra propia naturaleza. Fotos: Manuel Saldarriaga

    Esta exposición es un llamado a la reflexión y a la acción. Nos desafía a reconsiderar nuestra relación con la naturaleza y nuestra propia naturaleza.

    Fotos: Manuel Saldarriaga

Germán Londoño y Andrés Sierra sacuden el arte de Medellín

Bestia. Bípedo implume es el nombre de la exposición de los artistas Germán Londoño y Andrés Sierra, curada por Oscar Roldán, para el Museo Universitario Universidad de Antioquia (MUUA).

Por: Ana Cristina Vélez Caicedo | Publicado

Germán Lodoño es pintor y escultor, y Andrés Sierra es fotógrafo. Los universos de representación de estos dos artistas aparentemente distintos coinciden de forma asombrosa; digamos que muestran un conjunto de similitudes dentro de una particular intersección. Hay amigos que uno selecciona en el grupo de humanos por afinidades selectivas o electivas. Goethe decía que hay afinidad electiva cuando dos seres o elementos se atraen, y de esta unión íntima resurge enseguida una forma (Gestalt) renovada e imprevista. Sierra y Londoño son dos personas nada comunes que encontraron un día una serie de coincidencias y de intereses compartidos que les hizo pensar que podían hacer una obra juntos, y de hecho la hicieron, y aquí la muestran. En términos de arte, la amistad no importa, ni importa quién es el autor. En términos de arte, lo que importa es la obra, el resultado de una idea que se concreta. La acción o el objeto producido son los que entran en el mundo de las comparaciones, para ser resaltados, para mimetizarse o para ni siquiera ser notados.

El filósofo Giovanni Battista Vico, precursor de la filosofía de la historia, creía que las obras de arte eran expresiones del alma del artista que revelaban sus valores, creencias y experiencias personales. En su libro La Scienza Nuova, escrito en 1725, Vico argumentaba que para comprender el arte había que adentrarse en la mente del artista, descifrando sus intenciones y motivaciones a través de un análisis profundo de la obra (eso sería imposible de hacer con los artistas muertos). Esta perspectiva enfatizaba en la importancia de la “intencionalidad” en la creación artística. Ya nadie lo intenta siquiera; sin embargo, al enfrentarnos a un artefacto siempre trataremos de saber cuál fue la intención del creador, y si la logró; pero esto no es lo mismo que tratar de descubrir qué quería expresar que estuviera dentro de su psiquis. Obviamente, todo producto humano será inevitablemente resultado de la cultura, de la habilidad y del estado mental del artista, con sus intereses, atracciones y fobias. Está claro que Vico estaba construyendo el nido para que las ideas de Freud, tanto las falsas como las verdaderas, empollaran. Hoy nadie mira una obra intentando descifrar el alma del artista; sin embargo, las obras expuestas en Bestia hacen que uno sienta el deseo de hacerlo. Hay que ver la exposición para saber por qué lo digo.

La obra de arte entra necesariamente en el contexto de lo que ocurre en ese momento en el mundo, y se compara con las obras de otros artistas contemporáneos; por eso, para comprender de manera ideal una obra, es bueno ponerla en el contexto de su tiempo. Las obras de estos dos artistas dragan información de la cultura ancestral, indígena, medieval y contemporánea; además, emocionalmente, parecen sacadas de las entrañas, de las profundidades del ser. La obra de ambos es violenta, doliente, desafiante, y hace estremecer.

Hablemos de la obra de Londoño y luego de la de Sierra, para llegar finalmente a la obra conjunta que exponen en el MUUA.

Germán Londoño es más conocido como pintor que como escultor, y en ambos campos es un artista superdotado. Germán, a través de años de un obsesivo y compulsivo trabajo y exploración artística, ha conseguido desarrollar un estilo; digamos, mejor, un lenguaje potente, expresivo y original. Todavía más, ha desarrollado un reino propio, habitado por seres humanoides y animales antropomorfizados. Su obra, se puede asegurar, es única, no copia ni toma prestado de nadie, es como si hubiera encontrado los personajes dentro de sí mismo. La obra está entre lo fantástico y lo real. Su obra representa las pasiones humanas, la agresividad, la sexualidad, la vanidad, el hedonismo, la fuerza, y para ello utiliza seres que no existen, pero que nos convencen de su existencia. En sus cuadros hay mujeres, hombres, caballos, telas, ropas, mujeres felinas, hombres-animales, animales-hombres. Hay fieras, serpientes, ríos, mares, cielos, noches, días. Si Marcel Duchamp se preguntó, sin encontrar respuesta, sobre qué hacer con el fondo de las pinturas (por eso llegó a una imagen dentro de un vidrio, para no tener que lidiar con el fondo), Londoño encontró una solución personal: crear atmósferas. No es único en esto, claro que no, pero no todos los pintores la encuentran en sus soluciones pictóricas, ni la usan con todo su potencial.

Las esculturas no se parecen a ninguna escultura que uno hay visto antes. La escultura de Londoño es sorprendente, es poderosa. El ingenio con el que las edifica es inefable. De pedazos de tablas, con pedazos de telas, con objetos encontrados, hace magia: surgen sus personajes, que se nos imponen, que nos obligan a detenernos, a mirarlos con atención, a darles la vuelta para observarlos minuciosamente. No es como si los personajes se salieran de los cuadros, no, los de las esculturas, poseen una realidad distinta, una identidad innegable e imponente. Sus esculturas pequeñas son simplemente exquisitas. La obra escultórica de Londoño, más que la pictórica, tiene sus precursores en lo más profundo de nuestras raíces culturales, en lo precolombino nuestro, en la orfebrería, en la cerámica, en las figuras de Tumaco.

Andrés Sierra, por su parte, es un artista cuyo medio ha sido la fotografía. Tiene una larga trayectoria y muchos premios como fotógrafo. Expone aquí una obra que puede ser escandalosa y controvertida, pues juega con símbolos sacros, que él manipula con ironía para hacer un cuestionamiento que nos sacude. Sierra crea unos espacios especiales para las situaciones que retrata. Las situaciones son alegorías de sucesos con muchas referencias dentro de nuestra cultura: La última cena, Jesucristo, Susana y los viejos, Caridad romana, nidos que evocan nacimientos, el Kamasutra, que Sierra nombra el Karmasutra, y otras historias, que el espectador descubrirá, dependiendo de su cultura.

Los retratos de los más afortunados es el nombre irónico de una serie que nos deja pensando. Sea como sea el asunto en sus profundidades, Andrés nos obliga a abrir los ojos y a ver. La obra de los No son santos de mi devoción nos muestra la cruel sociedad en la que vivimos, que ignora y quiere borrar del mapa a algunos inermes individuos. Algunos presentan deformaciones o cicatrices o mutilaciones. Son personas que tendrían claras desventajas para sobrevivir en un medio competitivo natural, pues les falta algún miembro o tienen alguna deformidad. Otros, simplemente, pertenecen a un grupo social marginado de los grupos de poder. En su más clara humanidad, se convierten en los modelos para los cuales las distintas culturas escogen a los personajes más altos dentro de su jerarquía. Por eso la imagen del Corazón de Jesús, en España y en Colombia, es la imagen de un hombre blanco, de ojos azules.

En la hermosa serie llamada La serie sobre la identidad, los personajes se reflejan en espejos, y a veces en espejos quebrados o en varios espejos, y entonces no sabemos si estamos viendo la persona o su reflejo. Los neurólogos aseguran que la identidad es un compuesto de fragmentos dispersos contradictorios a los que les damos una unidad y coherencia. Cada persona le da una unidad distinta a al conjunto de fragmentos que es el otro, y Andrés, que además es psicólogo, juega con la idea. No sobra aclarar que todas sus imágenes son simbólicas, evocan fuertemente conceptos, emociones que no se pueden describir con palabras.

Andrés ve la belleza en el cuerpo desnudo por fuera de los cánones, y no solo eso, él nos persuade de apreciarlo. Esos cuerpos sin tatuajes, sin cirugías, sin Photoshop, así, salvajes, bestiales, por decirlo con el nombre de la exposición, hacen pensar en la construcción de la imagen del cuerpo, hoy tan alterada tanto por los medios de reproducción como por los medios artificiales de cambio y reemplazo. En la sociedad, aquellos que tienen espejos no se aceptan a sí mismos, están siempre buscando cambiar algún aspecto; en cambio los modelos de Andrés están cómodos como son.

No voy a explicar aquí lo que tomaría muchas páginas, el espectador encontrará que en esta exposición muchas de las fotografías de Andrés Sierra son metáforas de los cuadros de Germán y que las pinturas de Germán Londoño son metáforas de las fotografías de Sierra. Ellos descubrieron sus afinidades como el imán descubre las piezas de hierro, donde quiera que estén. La ambigüedad entre la sensualidad y la violencia es una constante en ambas obras, la violencia es otra. La obra de Germán, como ya lo mencioné, trae al presente la cultura precolombina. Sus personajes parecer haber evolucionado de allí, pero no son copia de estos. Estos son solamente los precursores. Es como si lo precolombino viviera en el fondo de su mente, como si fuera el lenguaje primario estético, al que estuvo expuesto cuando niño, saliera trasformado y mezclado con una mente que responde a la actualidad.

Esta exposición es riquísima en obras. Exige tiempo y atención, y hay algo poco usual: una parte de la obra expuesta la hicieron entre los dos artistas. Hacer una obra entre dos es un desafío, es casi que una fórmula para que las cosas salgan mal, pero en este caso fue una fórmula para el éxito. Ninguno domina al otro, ninguno empequeñece al otro, y ambos se vuelven grandes trabajando juntos. La simbiosis es perfecta. Las fotos de Sierra se convierten en pinturas de Londoño, y viceversa. El producto es magnífico y sorprendente, está dotado de una fuerza explosiva, altamente significativa. Hay algo de eco, algo de personaje y espíritu que maneja las cuerdas del yo, hay algo muy psicológico, inconsciente, en la intencionalidad, o mejor, digamos, psiquiátrico, en la obra conjunta.

Esta exposición no necesita explicaciones, allí está todo con una gran carga poética, cada espectador ve lo que le duele, lo que le gusta o lo que le estremece. Leyendo al escritor Carlos Granés me doy cuenta de que esta exposición va en la línea de su artículo Buenismo artístico, ramplonería política (23/05/2024), ya que ninguno de los dos artistas pretende ni ha pretendido hacer obra ni moralizante ni didáctica. Por el contrario, ellos exploran, como dice Granés “la obsesión, el furor sexual, el impulso violento, la revelación, la secreta perversión; por otro lado, la exaltación de la belleza, el erotismo, el genio, el talento, la destreza y los ideales clásicos de perfección estética” Y que conste que tampoco están al servicio de las modas del arte ni de la corrección política.

Para concluir: si a uno le gusta el arte no puede perderse esta exposición, pues esta exposición produce fiebre artística.

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