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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Título ilustración: Fiera natura / Vanessa Ramirez / @lafiera_ilustrada / Técnica: Digital / 2018
    Título ilustración: Fiera natura / Vanessa Ramirez / @lafiera_ilustrada / Técnica: Digital / 2018

Escribir sobre un clan de machos

La paradoja, el oxímoron, el contrasentido, es que el libro La Costa Nostra se trata de una historia protagonizada por hombres, pero definida en gran parte por mujeres.

Laura Ardila* | Publicado

El político equis le había dado ya varios datos a mi colega Juan Pablo Pérez sobre la reunión secreta. Estábamos felices. Llevaba algunos meses siendo fuente confidencial de ambos y teníamos probado que toda la información que nos pasaba resultaba cierta.

Juan Pablo trabajaba conmigo en La Silla Caribe, el proyecto de La Silla Vacía que fundé en esa región en 2015, y la historia que tratábamos de confirmar no era menor: un encuentro de última hora en el que los Char, el clan con más poder y plata del país, decidiría el futuro inmediato de la relación con su socio predilecto de la élite bogotana: Germán Vargas Lleras.

Los Char protagonizaban una pelea pública con Vargas por la posición del grupo frente al gobierno del entonces mandatario Iván Duque: mientras Vargas quería hacerle oposición, el patriarca Fuad Char, que es sobre todo un empresario millonario, se negaba a irse en contra del presidente de la república.

Gracias al político equis, ya sabíamos el nombre del restaurante de Barranquilla en el que don Fuad, como le llaman los aliados, se encontraría con su bancada de congresistas para hablar de la situación con Vargas. También, que lo harían en un área reservada del lugar. Y que habían convocado a sus fichas de fuera del Atlántico, que viajaron desde Sucre y Magdalena.

Cuando, después de insistirle varias veces, el político equis me soltó la hora de la cita, el entusiasmo fue total. Juan Pablo y yo decidimos que llegaríamos un rato antes para ubicarnos disimuladamente en una mesa, hacer fotos con los celulares, constatar la reunión y ser testigos, así fuera a mediana distancia, del arribo de la plana mayor del charismo.

Por supuesto, no nos bastaba. Somos reporteros. Queríamos saber más. Queríamos acercarnos. Escuchar. En el cubrimiento a las movidas que los poderosos no cuentan, no es común dar con un evento privado de esa magnitud tan de frente, sin ningún periodista alrededor compitiendo por la información, y mi compañero y yo moríamos por hacernos invisibles para contar la crónica del cónclave charista por la pelea con Vargas Lleras.

Decidimos lanzar un cartucho. El último, cuando vimos que ya habían entrado todos al reservado del restaurante. Escribí al teléfono del político equis y lo tantee: “Tú deberías poner tu grabadora de voz para que podamos oír directamente la reunión política”.

Escribí yo. No Juan Pablo, que también tenía línea directa con la fuente. Yo. Después, me pregunté varias veces por qué yo y no él. ¿Acaso fue porque fui la que, en medio de la emoción de la reportería, levantó primero el aparato de la mesa y abrió la aplicación de chat? ¿Le dije en algún momento a mi colega que me dejara hacerlo a mí? Ahora no lo recuerdo. Él tampoco. ¿Por qué hubiera hecho eso? ¿Cuántos segundos más rápida fui que él? Segundos. ¿Por qué no esperé unos segundos? Unos segundos me hubiesen librado de un malestar que jamás le habría ocurrido a un periodista hombre con el político equis.

Porque hasta allí llegó todo para mí.

Al menos, mi entusiasmo.

El político equis me respondió, pero no lo que Juan Pablo y yo estábamos esperando. Ni siquiera dijo que no, que claramente hubiese sido más deseable y decente.

El político equis me contestó: “Bueno, y si yo hago eso, ¿tú qué me das a cambio?”.

***

Ser mujer y escribir de un clan de machos viene con momentos lamentables como con momentos lamentables viene todo sin importar el camino que una escoja. Como ser mujer y escribir. Como ser mujer.

En mi caso, lo peor (o, quizás, no peor, pero sí particular) es que siempre ando tan concentrada en mi objetivo: confirmar el dato, entender la historia, que el político equis cuente qué dijo Fuad Char, que después de volver a trazar con claridad la raya frente a cualquier impertinente o abusivo, sigo escalando la montaña y tiendo a no repasar esas páginas indeseables en el diario de la memoria. Para escribir esta reflexión, me digo que, de otra manera, a lo mejor ya hubiera terminado renunciando al oficio.

No llevo la cuenta de lo que cuesta ser mujer y tener que estar pidiendo datos reservados a los miembros de un clan de machos, pero algunas amigas sí, y también varios de quienes fueron mis compañeras y compañeros en La Silla Caribe, y con motivo de estas líneas rememoran:

“Claro, ¿te acuerdas cuando el político ye te dijo que qué bien te veías en la foto de perfil?”.

“Tú una vez me contaste con rabia que el político zeta se había puesto a hablar en una entrevista de cómo besa”.

“Uy, o la vez que el exalcalde te dijo por teléfono que tú lo que estabas era obsesionada con su familia”.

En el caso de los Char —el clan del que escribí el libro titulado La Costa Nostra (Rey Naranjo Editores, 2023)—, la paradoja, el oxímoron, el contrasentido, es que se trata de una historia protagonizada por hombres, pero definida en gran parte por mujeres.

Fueron, por ejemplo, las señoras Rosa y Julieta Char para efectos de esta anécdota: tías de Fuad Char y esposas de los exitosos comerciantes y hermanos Antonio y Jorge Chaljub, las que con su influjo de matronas caribeñas traídas de Damasco se movieron en los años 50 para que Jorge aceptara vender la cacharrería Olímpico a Ricardo Char, el padre de Fuad. Ese gesto fue determinante para que el abuelo de los políticos Álex y Arturo Char pudiera asentarse en la ciudad de Barranquilla, en donde fundó el emporio familiar.

Rosa Char y Antonio Chaljub eran, además, los padres de Adela Chaljub Char, otra mujer fundamental en el devenir del grupo. Fallecida en 1994 y más conocida en esa ciudad como Adelita de Char, ella fue la esposa de Fuad Char y madre de sus tres hijos, pero sobre todo es fuente primaria de la alta popularidad y simpatías que logró cultivar este clan complejo, que funde gestión pública reconocida y prácticas clientelistas cuestionables, entre los barranquilleros.

Mientras Fuad Char es parco, reservado y tímido al nivel de, a veces, pasar por antipático. Adelita era la del carisma.

Ni qué decir del papel de Aída Merlano en el camino del clan de los tiburones. La primera congresista del país condenada por compra de votos es indispensable para entender la historia política —de clasismo y machismo— reciente de Barranquilla y, más allá, es la figura que puso en jaque y ayudó a exponer nacionalmente a un imperio de casi cien años.

Merlano, la de la clase baja, la que no tiene el apellido, la mujer, ha llevado judicialmente la peor parte en las consecuencia de su probada alianza electoral con los hasta ahora incólumes Char, pero, ay, si les ha dejado también huellas imborrables.

***

Ser mujer y escribir de un clan de machos, en mi caso, ha sido también, y quiero pensar que sobre todo, ser mujer, escribir y lograrlo gracias a otras mujeres. Atrevidas y poderosas.

La Costa Nostra se nutrió con la reportería de varios compañeros (como Juan Pablo Pérez, el que mencioné al principio, cómo no), y especialmente de una compañera: de Tatiana Velásquez, la periodista y amiga que me acompañó el primer año de La Silla Caribe y quien hoy continúa haciendo periodismo incómodo en una ciudad de poco debate y bastante unanimismo, con su proyecto La Contratopedia Caribe.

Con ella, hemos hablado algunas veces de cómo en privado se acercan a felicitarnos por nuestro cubrimiento varios de los mismos señores líderes y opinadores locales que en público ni se nos arriman, por miedo al poder hegemónico charista.

A la luz de esta reflexión, qué bien se siente verbalizar que el libro tiene, asimismo, dos madrinas. Dos tenaces escuderas a cada lado, que le ayudaron a encontrar fundamento cuando estaba en proyecto y lo defendieron cuando amenazó el silencio. Juanita León, la mentora fundamental de mi camino en el oficio, y Ana Bejarano, la abanderada de la lucha por la libertad de expresión, que se volvió coequipera y consejera.

Con ellas he caminado, en medio de un impresionante remolino de ataques machistas y bajezas misóginas organizados contra mi trabajo por Twitter, que ya quisiera haber tenido que ver bien de lejos, mientras mi hermana Melina y mis amigas me construyen y adornan lugares seguros para ser y habitar.

Mis comadres.

*Periodista y cronista del Caribe colombiano. Colaboradora de Vorágine y La Liga contra el Silencio. Dirige su canal de YouTube La Colombia Nostra.

Laura Ardila presentará su libro La Costa Nostra en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Martes, 12 de septiembre, 5:00 p.m.

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