Todos lo hemos visto alguna vez: el “Error 404” que aparece en pantalla cuando la URL de un sitio web al que queremos ingresar ha sido cambiada o es incorrecta, o cuando la página no pudo cargar bien. Un problema que se resuelve actualizando la página, modificando un enlace o verificando el estado de la conexión. ¿Qué haríamos si —como los expertos llevan preguntándose prácticamente desde que el internet nació— esto sucediera a escala mundial? La periodista española Esther Paniagua plantea ese escenario y sus posibles consecuencias en su libro Error 404: ¿Preparados para un mundo sin internet? (Debate, 2021). Un corte o apagón masivo de internet, ya sea por una tormenta solar que nos deje sin energía o por un acto humano deliberado, sería tan desastroso que apenas nos atrevemos a imaginarlo. “Terrible”, en palabras de Paniagua, que lo compara con un regreso a la Edad de Piedra.
Como en una catástrofe anunciada, la pregunta no es si sucederá o no, sino cuándo. La respuesta encierra tantos matices que los evitamos mientras vivimos conectados a ese gran sistema de redes que nos atraviesa individual y colectivamente, y del que ya dependemos porque perdimos el control. “Cuando —introduce Paniagua en su libro— tomamos un sistema construido básicamente sobre la confianza (llámese sistema financiero o internet), pensado para funcionar a pequeña escala, y lo expandimos mucho más allá de los límites para los que fue pensado, perdemos el control. No solo el de la propia cosa, sino el de las consecuencias de perderlo; el de lo que pasaría si internet se apagara”.
Suena incierto. Pero, aun concentrando los temores de las viejas distopías, su libro es una obra periodística. La autora aboga en él, así como desde su tribuna como columnista, por un “periodismo con propósito como medio para el cambio”. Su profunda investigación es también una invitación a perder el miedo elusivo a un tema difícil. En ella propone la creación de una gobernanza digital que cree un marco general para el buen gobierno en internet y la democratización del futuro digital, pensado para contrarrestar la desinformación, mejorar la seguridad en línea y la alfabetización digital.
Recientemente, Paniagua fue elegida como una de las cinco Linkedin Top Voices en la categoría Tecnología e Innovación, un reconocimiento de LinkedIn Noticias España por generar “conversaciones relevantes y de calidad alrededor de las últimas innovaciones tecnológicas”. En el Hay Festival Jericó hablará el próximo 25 de enero en la Plazoleta del Mamm con el periodista Diego Agudelo de los temas de su libro: el apagón de internet, la manipulación informativa y las alternativas para revertir ese camino autodestructivo al que nos seguiremos abocando si no hacemos nada. Con GENERACIÓN habló por correo electrónico.
En una columna para El País, se refiere al internet como “un salvaje Oeste carente de gobierno”. Si ese salvaje Oeste se apaga, todo se volvería quizá más salvaje: cundiría el pánico, habría saqueos, parálisis financiera, asesinatos, entre otros efectos que menciona en su libro. ¿Cómo empezar —y a propósito del título— a prepararnos para algo así?
“Primero, convirtiendo el salvaje Oeste en un espacio civilizado. Dado que internet es una red global (aunque bajo amenaza de una creciente balcanización) necesitamos un organismo supranacional para gobernarlo. En mi libro propongo la creación de esa institución, la que llamo “Alianza Democrática por la Gobernanza Digital”, que establezca un marco general de gobernanza de internet. Una unión de naciones que garantice el desarrollo democrático del futuro digital. Que haga frente, en bloque, al modelo autoritario ruso y chino. Que defina las reglas digitales. Que diseñe y ponga en marcha nuevas instituciones, leyes, procesos y derechos. Si hablamos puramente de cómo prepararse para un apagón de conectividad, una de las medidas básicas es hacer copia de seguridad de nuestros archivos digitales como documentos, fotografías, etc. (al menos de los que sean importantes y necesarios). Esto sirve tanto para individuos como para organizaciones. Estas últimas deben contar además con planes y procedimientos de cómo actuar —paso a paso, puesto por puesto— en caso de apagón. Esto es algo que ya deberían tener, puesto que un ciberataque podría dejarlas fuera de combate igualmente, sin necesidad de que hubiera un apagón masivo. Otras recomendaciones se asemejan a lo que haríamos al prepararnos para un posible apagón eléctrico (como están haciendo en diversos países de Europa): disponer de dinero en efectivo, de medicinas y de comida en conserva, ante los previsibles problemas de suministro”.
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Hasta hace unos años, algunas personas decidían si tener o no un teléfono celular o dispositivo conectado a internet. Era, en cierto modo, una opción individual; ahora parece no haber alternativa. No estar online es no existir en muchos ámbitos, y amenaza el empleo y las relaciones afectivas. ¿Podemos retroceder en esto, de la misma forma como ya aceleramos el uso de las herramientas digitales con la pandemia?
“Podemos hacer lo que nos propongamos con voluntad, pero en este caso ha de ser una voluntad colectiva y eso es lo que lo hace hartamente complicado. No confío en que haya una renuncia masiva a ciertas herramientas de mensajería instantánea o chat, o una salida en estampida de las redes sociales. Cierto es que los ciudadanos hemos mostrado que no todo vale, reaccionando a escándalos como Cambridge Analytica con campañas como #DeleteFacebook, o más recientemente con el éxodo de usuarios de Twitter hacia otras redes como Mastodon. Sin embargo, como bien dices, ser apóstata digital tiene un coste, y no todo el mundo puede permitírselo. En lo profesional, supone renunciar a la comodidad —o, a veces, obligatoriedad— del teletrabajo y a las oportunidades laborales fuera del ámbito geográfico más próximo. También supone renunciar a la visibilidad —eso de la marca personal— y al contacto con clientes, audiencia o públicos objetivos que en ciertas posiciones simplemente no es opcional. Como siempre, quienes tienen más que perder son las clases medias. A quien tiene la vida solucionada, simplemente no le hace falta estar ahí. Esto sigue reforzando los privilegios y perpetuando las desigualdades. Está claro que hay vida más allá de las redes sociales y de la hiperconectividad —a pesar de su coste—, pero también que otros espacios digitales más cívicos, sanos y democráticos son posibles. Hay mucho trabajo que hacer para facilitar ambas opciones, según las elecciones personales de cada cual y no condicionadas por factores como la presión laboral o social”.
Existe un monopolio de los grupos y sistemas que proveen la conexión a internet y la información. ¿Qué puede hacer un individuo?
“Es crucial que no sucumbamos a los deseos corporativos de convertirnos en meros consumidores pasivos y que no renunciemos a nuestros derechos y deberes como ciudadanos. Estos pasan por manifestar nuestra inconformidad y descontento, y por reivindicar que se cumplan los derechos humanos online, que se democraticen esos espacios que funcionan hoy más como totalitarismos que no son sometidos al escrutinio público, que se oblige a esas grandes corporaciones a rendir cuentas... En definitiva, exigir un cambio y ser parte activa de él. La regla del 3,5 % dice que solo se necesita que ese porcentaje de población participe activamente en las protestas para garantizar un cambio político serio. No es tan difícil como pensamos ni tenemos tan poca influencia como creemos. Por otra parte, si decidimos no usar servicios o aplicaciones asociados a esos monopolios, su poder decrecerá, o como mínimo se verán obligados a mejorarlos (para que no sean adictivos ni violen nuestra intimidad, entre otras cosas). Esto es algo que en cierto modo ya está pasando con la privacidad”.
¿El internet ha servido más para la entronización del autoritarismo y la vigilancia que para ayudar a formar mejores ciudadanos, informados y con autonomía de pensamiento?
“Si tuviéramos que poner ambas cosas en una balanza, diría que —desafortunadamente— pesa más lo primero que lo segundo. Es una de las grandes promesas inclumplidas de internet. En Error 404 cuento por qué y cómo hemos llegado a esta situación. Pero también cuento lo bueno que nos ha traído la red de redes y lanzo un mensaje fundamental: estamos a tiempo de cambiar las cosas. Nada es inevitable, y quienes nos quieren hacer creer que sí son quienes quieren mantener el statu quo. No se trata de demonizar internet, sino de salvarlo de su comercialización y usos perversos. Siempre habrá quienes traten de sacar ventaja y aumentar su poder y su riqueza a costa de otros, y no podemos evitar que en internet se refleje lo peor y lo mejor del ser humano, pero lo que sí podemos hacer es que la balanza se incline hacia el otro lado: el del conocimiento compartido, la igualdad, el respeto a los derechos humanos, la prosperidad y el bien común (quiero pensar que esto es realmente lo que la mayoría queremos y por lo cual trabajamos)”.
“Si la Internet se apaga, la gente no recordará cómo vivía antes de ella”, dice el cosmólogo Lawrence Krauss en el documental de Werner Herzog sobre el internet, Lo and Be Hold. ¿Qué opina de esa frase?
“No he visto el documental. La frase me inspira tres reflexiones: la primera, relacionada con la dependencia a internet, de cómo hemos abrazado la eficiencia y comodidad de la digitalización hasta el punto de no recordar cómo funcionaban las cosas antes de que la conectividad llegara a las masas. La segunda es la del sesgo occidentalista: una visión del mundo que no tiene en cuenta la brecha digital que sigue presente en muchos lugares: en esos lugares, no es que la gente no recuerde cómo vivía antes de internet, sino que así es como siguen viviendo. Tendrían menos que perder ante un apagón de internet, aunque de todos modos se verían directa e indirectamente afectados por él. La tercera es la del sesgo generacional: las personas mayores han vivido sin internet la mayor parte de sus vidas, y no tendrían problema en recordar cómo eran las cosas”.
Además de las amenazas naturales —una tormenta solar, por ejemplo—, están las humanas —un ataque de pulso electromagnético— que pueden provocar un apagón. Pero los antecedentes nos señalan que una pequeña falla imprevista podría producirlo. ¿Ese día está cerca?
“Solo el hecho de que pueda pasar debe alarmarnos, y debe urgirnos a actuar para hacer todo lo posible para prevenirlo y para mitigar sus efectos cuando suceda”.
¿Al internet, que puede decirse que es joven, le quedan muchos años de vida o cabe esperar un apagón definitivo?
“Internet es uno de los grandes inventos de la humanidad y que seguirá con nosotros por mucho tiempo. Un apagón de internet que dure horas, días o meses puede suceder, pero volveríamos a reconstruirlo. Aunque es un escenario no deseable, sería una oportunidad para hacerlo mejor y gobernar la red de redes adecuadamente desde el principio”.
Su libro empieza citando un cuento de ciencia ficción de E. M. Foster titulado La Máquina se para. ¿La literatura nos ayuda a enfrentar este tipo de circunstancias, así como nos ayuda a analizarlas o imaginarlas con anticipación? En otras palabras, ¿puede ayudarnos —la literatura o el periodismo— a sobrevivir?
“Qué bonita pregunta. Como periodista romántica que soy no puedo responderte otra cosa que ‘sí, por supuesto’. Son esenciales para una sociedad con cultura crítica, concienciada, formada y con agencia. En el periodismo y la literatura con mayúsculas encontramos reflexión y análisis e ideas visionarias y revolucionarias. El cuento de E.M Forster y otros libros como 1984 de Orwell o Un mundo feliz de Huxley nos ayudan a ver cómo lo que esos autores escribieron como una distopía de ciencia ficción ha acabado siendo —en buena parte— una realidad, a modo de profecía autocumplida, y eso nos enseña a confrontar hechos y situaciones que hemos normalizado a pesar de su externalidades e impactos negativos. Nos lleva a darnos cuenta de la deformación de lo deseable. Además, estas y otras obras nos ayudan a tratar de ver hasta dónde podría seguir desfigurándose la realidad si no lo paramos. Sin embargo, no todas las distopías son igual de útiles. Algunas no usan ese temor como motor de cambio, sino como impulsor del miedo al futuro. Se escriben para tratar de cambiar las cosas sino para contentar a una audiencia que teme que el cambio se precipite sobre ella, para inmovilizarla y mantener el statu quo. Este tipo de ficción inundada de pesimismo y desconfianza —que está muy presente en series, películas y libros, no solo de ficción— solo conduce a la impotencia y a la desesperanza. Deja al lector o espectador apoltronado en el sofá pensando ‘qué horrible es el mundo, no hay salvación posible, mejor me quedo aquí consumiendo más de lo mismo o me voy al bar a quejarme’. Yo me rebelo contra esto en Error 404”.