Mientras cocinábamos esta revista de enero, que es como correr los últimos cinco minutos de una maratón, Bad Bunny presentó su último disco DeBÍ TiRAR MáS FOToS — así, con altas y bajas azarosas, idiotas— y de nada más se habló durante días. Todos han dicho que Benito es un genio, el último de los músicos bravos de Puerto Rico. Y lo cierto es que el disco tiene gran factura, quizá porque estuvieron detrás del sonido 31 productores, entre ellos Eduardo Cabra —el genio detrás de Calle 13, el hermano de René—, Juan Luis Morera —mejor conocido como Wisin—, Maldy y Tainy. Pero más allá del sonido, del reconocimiento de la tradición musical de la isla, lo que sorprende es que detrás del perreo intenso y de las letras que tocan el tópico moderno más común (el tormento eterno por el o la ex), y de los ritmos antillanos, está una identidad boricua y un rechazo al imperialismo gringo. Como lo hicieron Residente, Calle 13, Tego Calderon y Vico C, por hablar solo del género urbano, Bad Bunny se para en la frontera y protesta. Lo que pasa es que levanta una bandera superior: tiene intenciones artísticas y no solo mercantiles. Entre los reguetoneros eso es toda una rareza, a la mayoría les interesa ser gringos de segunda. ¿Qué diríamos de los de Medellín?
En Medellín la única voz artística del género urbano está en el rap, los reguetoneros no tienen nada qué decir, aunque no neguemos que bailar unas cuantas canciones suyas es una maravilla atávica, pero hay que dar un girito a la tuerca. En diciembre Alcolirycoz presentaron Anarcolirycoz, un disco de 16 canciones que nos siguen señalando una realidad tan callada: ¿qué pasa cuando la gente que viene del barrio araña el éxito, el reconocimiento, algún dinero y lo hace siendo fiel a sí mismo? Sé fiel hasta la muerte, le dijo el Ángel de Dios al apóstol Juan en la isla de Patmos. Gambeta, Kaztro y Fazeta, los de Aranjuez, siguen siendo fieles a las raíces; qué belleza escuchar ahí la voz de Darío Gómez, a Bajo Tierra y a Laberinto ELC, tres magmas primigenios: de la música popular, del rock y del rap.
Y empecé hablando de los artistas, de que un artista es el que de verdad tiene algo para decir porque este mes vuelve el Hay Festival con sus conversaciones de la vida moderna, la literatura, el medio ambiente y la política. En esta revista tenemos algunas entrevistas: Alfonso Buitrago habló con la periodista argentina Leila Guerriero, quien publicó el año pasado el libro La llamada, el retrato de Silvia Labayru, secuestrada por la dictadura militar, violada, esclavizada y usada como alfil de inteligencia contra las Madres de Plaza de Mayo; Ángel Castaño entrevistó a la poeta nicaragüense Gioconda Belli, figura clave para entender lo que sucede hoy con el dictador Daniel Ortega; Juan de Frono conversó con Luis Solano, el editor de la magnífica editorial española Libro del Asteroide, que nos ha entregado autoras como Maggie O’Farrell y Rachel Cusk; y Jorge Giraldo nos presenta un panorama de los festivales literarios en las regiones de Antioquia.
Además, el exministro Alejandro Gaviria nos alegra las páginas con su alegría de hincha, nos cuenta qué sintió en diciembre cuando Nacional salió doble campeón: de liga y de copa; Luz María Sierra, directora de EL COLOMBIANO, hace un análisis de la normalización de las dictaduras en el mundo, a propósito del vecino Nicolás Maduro, que se aferra al poder como un adicto al crack. Feliz año, estimados lectores, que el 2025 traiga tranquilidad, libros y música.
Directora: Luz María Sierra
Editor General: Daniel Rivera Marín
Comité Editorial: Luz María Sierra, Daniel Rivera, Juan Diego Mejía, Valeria Mira, Luis Fernando González.
Periodistas: Sara Kapkin, Ángel Castaño Diseño
Impreso y web: Andrés Macías León y Tobías Mira Aristizábal
Foto del mes: Camilo Suárez
Preprensa y producción: EL COLOMBIANO.
Con apoyo de Comfama y Celsia.
Comercialización: EL COLOMBIANO
Teléfono: 604 331 52 52
