Cuando hacemos una silla, hacemos una sociedad y una ciudad en miniatura.
Peter Smithson, arquitecto inglés (1986).
Llevo meses con un dolor de cadera persistente. Después de dos idas al médico, una radiografía inocua, y consultar con un ortopedista, lo he atribuido al hecho de estar sentado. Al cabo de un rato con la nalga pegada a la silla siento que me quema y el calor sube y se me incrusta como una punzada entre la cresta iliaca y la cara externa de la cabeza del fémur. A ratos levantarme parece una calamidad, como si una vejez súbita hiciera fuerza para mantenerme postrado. Cada vez con más frecuencia pienso en que debería escribir parado. En las madrugadas comienzo el día haciendo estiramientos dolorosos que me anuncian otra jornada pegado a una silla. Y aquí estoy, caminando entre una curiosa colección de un centenar de sillas de famosos diseñadores industriales de distintos lugares del mundo –de Italia, Alemania, Austria, Argentina, España, Suecia, Francia, Dinamarca, Estados Unidos, Siria–, que tiene en la planta baja de su casa el arquitecto y diseñador Óscar Muñoz Giraldo (Medellín, 1944), el hijo mayor del fundador de la empresa de muebles Manufacturas Muñoz (hoy MUMA), quien hace cincuenta años creó una silla reclinable que hoy se expone en el Museo de Arte de Nueva York (MOMA) como una muestra del mejor diseño creado en América Latina.
–La silla es un trono, un símbolo de la civilización –me dice Óscar después de enseñarme las joyas de su colección, que comprende 69 tipos de sillas diferentes (hay muchas más, repetidas y apiladas), entre las que se encuentran varias originales firmadas por sus creadores, como una Toledo, de Jorge Pensi (España); una Mariquita, de Ximo Roca (España); una Miralook, de Javier Mariscal (España); y una Juga, de Karim Rashid (EE. UU.).
El espacio, de unos cien metros cuadrados, que también sirve de oficina y taller de pintura y escultura –artes a las que a sus 79 años se dedica Óscar en sus días de retiro–, bien podría ser la cuota inicial de un museo local de diseño industrial. Y hasta allí llegó Amanda Formet el año pasado, una de las curadoras de la exposición Modern Living in Latin America, 1940-1980 (en exhibición actual en el MOMA, del 8 de marzo al 22 de septiembre de 2024), advertida por los expertos en diseño y mobiliario del país de que si quería encontrar una pieza del mejor diseño local y representativa de esos años de la segunda mitad del siglo XX, debía ir a la casa de Óscar Muñoz.
La exposición del MOMA se centra en el diseño moderno de seis países de la región –Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Venezuela– en un periodo marcado por profundos y convulsos cambios políticos, sociales y culturales –de las dictaduras a la revolución contracultural–; y busca ofrecer una mirada particular al diseño de ambientes domésticos en los que se experimentó en aquellos años con ideas de identidad nacional y nuevos modelos de producción industrial y formas de vida en el hogar.
Por Colombia, Formet seleccionó únicamente cuatro objetos: dos tapetes de las artistas Olga de Amaral y Marlene Hoffman, maestras del arte textil, y dos sillas, la de Óscar, y una de Jaime Gutiérrez Lega, considerado el padre del diseño industrial en Colombia.
El mundo en colores
En el libro 1000 chairs, de Charlotte y Peter Fiell (Taschen, 1997), se lee: “Aparte del automóvil, la silla es el artefacto más diseñado, estudiado, celebrado y sobre el que más se ha escrito en la era moderna... Su éxito depende de las conexiones que haga. Funcionalmente hace conexiones físicas y emocionales con el individuo que la usa a través de su forma y materiales. Al mismo tiempo, puede encarnar significados y valores que conectan con el usuario en un nivel intelectual, emocional, estético, cultural e incluso espiritual”. Es curioso que un elemento para moverse y otro para quedarse quieto hayan cautivado obsesivamente a mentes brillantes de todo el mundo durante siglos. Los polos de dos deseos muy humanos.
Después de recorrer la colección de Óscar, la conversación con la curadora del MOMA se centró en dos sillas de su creación, llamadas “siesta” y “mariposa”, cuyos orígenes se remontan a principios de los años setenta del siglo pasado.
–Pensé que iba a escoger la silla que mi papá llamaba “mariposa”, porque la hacíamos y se iba volando, por lo que significó para Manufacturas Muñoz y el impacto que tuvo. Fue la primera silla inyectada en polipropileno en el continente; pero le gustó la siesta, una silla reclinable que pensé para ser usada en el interior de las casas –cuenta Óscar.
Fundada en 1950 por Hernando Muñoz Uribe, un antiguo mecánico de los ferrocarriles nacionales, Manufacturas Muñoz para la década de los años sesenta ya tenía una buena cuota del mercado de sillas escolares, que hacía en madera con estructura de hierro, pesadas, incómodas y duraderas. En las vacaciones del bachillerato, Óscar trabajaba en la empresa y se familiarizaba con los métodos de producción. Hacia 1961, la familia tuvo recursos para enviarlo de intercambio a Estados Unidos para aprender inglés.
–Allí vi un mundo en colores. Aquí veíamos televisión en blanco y negro y estaba prohibida la importación de carros, todos eran viejos. En Estados Unidos salía un carro nuevo cada año, con alerones y formas vistosas. Las sillas donde estudiaba eran de fibra de vidrio, confortables y coloridas. Pensé que más allá de nuestras montañas había un mundo en colores.
A su regreso, graduado de bachiller, entró a estudiar Arquitectura en la UPB, lo más cercano a una profesión que le permitiera crear muebles, cómodos y modernos, pues en esa época no existía un programa de diseño industrial. En 1968 terminó la carrera y al año siguiente se fue para Florencia, Italia, a estudiar diseño de muebles.
–Al regresar ligero me puse a hacer una línea de muebles de oficina con las patas cromadas y las tapas naranjas y verdes –dice Óscar.
Hernando llevó las vistosas sillas de su hijo a una exposición para clientes, que en ese entonces se hacían en la feria de ganados. Allí intentó vendérselas al gerente del Banco Comercial Antioqueño, quien sin reserva le dijo que había perdido la plata invertida en ese muchacho, que cómo se le ocurría que iban a meter muebles de colores en las oficinas del banco, que ellos eran gente seria.
Un trono para la siesta
El reconocido arquitecto Elías Zapata (1928-1968), diseñador del aeropuerto Olaya Herrera, que era amigo de Hernando y le había diseñado su casa, lo había convencido de que tener un arquitecto en Manufacturas Muñoz hacía toda la diferencia, ninguna empresa de muebles tenía uno. El padre siguió apoyando las ideas de Óscar, a quien a principios de los setenta se le ocurrió que podía hacer una silla reclinable, como las que se usaban en las terrazas o las piscinas, pero para el interior de una casa, para tenderse cómodamente y hacer la siesta a la hora del almuerzo.
Y aquí es cuando una anodina silla puede convertirse en trono o contener una noción de un momento histórico; una forma que captura un cambio social y económico; la emergencia de una estética nueva; y una idea así de poderosa tiene la capacidad de conectarse física, emocional e incluso espiritualmente con su destinatario.
–La trabajé más o menos en los años 72, 73, era una silla plegable de descanso pensada para que sirviera en los apartamentos. Me parecía muy importante tenerla en el interior. En el mercado había una silla grandota, la reclinomatic, muy pesada, ocupaba mucho espacio, más costosa. Nos tocó inventar, intentar mucho, esa silla no existía en Medellín a principios de los años 70. Salió al mercado y fue un éxito. Era cómoda, se doblaba fácil, se podía llevar a la finca, muy multifuncional, llegaba a ser plana completamente, entonces se podía dormir en ella, por eso la pusimos silla siesta.
En ese momento, Manufacturas Muñoz ya tenía distribuidores en todo el país y la silla empezó a ser un regalo ideal para el día del padre y de la madre o para el aguinaldo de diciembre. Un objeto, una idea que buscaba ofrecerle comodidad al usuario de una forma económica, práctica y útil, se encontró con una clase media en ascenso que quería tener su propia poltrona plegable en la sala de su casa; un esbelto trono en que descansar su ilusión de una prosperidad que por fin parecía estar a la mano o bajo sus nalgas.
Estuvo en el mercado entre 1974 y 1987, año en que Óscar Muñoz se retiró de la empresa de su padre para fundar Arquimuebles, donde se dedicó a crear sillas en aluminio y se convirtió en uno de los referentes del diseño industrial en el país, que dejó una marca de excelencia y creatividad que hoy caracteriza a MUMA, ganadora de cinco premios Lápiz de Acero por sus diseños.
En su época más brillante, Óscar nunca se ganó un premio. Hoy, a punto de cumplir 80 años, ver un ejemplar de su silla siesta en una sala del Museo de Arte de Nueva York es la comprobación de que su creación era al mismo tiempo su propio trono.
–Me sentí livianito, de verdad, me parecía imposible verme en el MOMA –dice y pienso que ahora se puede sentar a descansar.
En una vitrina en un extremo del estudio me enseña su colección de sillas en miniatura, que ha ido consiguiendo en sus viajes, pero que también elabora él mismo como homenaje a sus artistas favoritos.
Las hay con forma de escultura de Botero, como los relojes derretidos de Dalí, un par como las dibujadas por Van Gogh, una con un rostro de Picasso, otra esmirriada como un Modigliani; mientras las toma en sus manos me cuenta la historia de la palabra “bancarrota”, que se remite al surgimiento de los primeros bancos, cuando un grupo de personas adineradas se sentaba en la banca del parque para recibir el dinero de la gente que necesitaba hacerlo llegar a otros lugares y no quería cargar con él en transportes que eran asaltados frecuentemente. Estos “banqueros” se encargaban de entregar la cantidad al destinatario en el lugar de destino por el cobro de una comisión. Si en algún momento no se cumplía el trato o surgía una estafa, las autoridades destruían la banca del parque en la que se sentaban. Quedaba una banca rota.
Es cuando pienso que mi persistente dolor de cadera, que apenas me permite terminar este texto, quizás se deba a que tengo una silla rota, y recuerdo la sensación de estar acostado en la silla de Óscar, completamente tendido, con los resortes posteriores haciendo la horma perfecta de mi cuerpo, entonces dejo de sentir mis posaderas y el dolor desaparece.