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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Geomancias, 2023, es una instación sonora del artista Jorge Barco.
    Geomancias, 2023, es una instación sonora del artista Jorge Barco.

El ruidoso combate del sonido

Las ciudades se agitan ruidosamente, en silencio absoluto parece que están muertas. El ruido de los otros es invasivo, violento. El propio grita que estamos vivos. ¿Es posible apaciguar nuestros oídos?

Publicado

Maritza Sánchez Hernández*

[Suena el barrio. Casi siete de la mañana]

No sólo al amanecer los gallos me despiertan.

Cuando menos pienso, cantan.

No interrumpen, acompañan.

Hay muchos gallos y gallinas

por los lados de El Cerrito, en La Estrella.

“El silencio es salud”, se leía en los carteles instalados en el Obelisco de la ciudad de Buenos Aires en 1974. El fin de la campaña publicitaria federal: combatir la contaminación sonora. No mucho después, en mayo de 1976, inició la última dictadura cívico-militar de Argentina en la que los represores rompieron cualquier forma de libertad de expresión. Existen pruebas y testimonios de cómo en distintos centros clandestinos de detención, desaparición y tortura como el Club Atlético o el Garaje Olimpo fue empleada la violencia acústica. El sonido repetitivo de pelotas de ping-pong rebotando es una memoria recurrente de algunas víctimas sobrevivientes. Las implicaciones siniestras de aquel eslogan han ocupado la atención de la radialista y docente argentina Analia Lutowicz y de Diana Wang, psicóloga y escritora de origen polaco, entre otras personas guardianas de la memoria histórica.

No siempre es saludable el silencio, tampoco el ruido. En marzo de 2021 la Organización Mundial de la Salud lanzó una advertencia: una de cada cuatro personas presentará problemas auditivos en 2050. Uno de los factores es la contaminación acústica. La misma OMS define como ruido “cualquier sonido superior a 65 decibelios (dB). En concreto, dicho ruido se vuelve dañino si supera los 75 dB y doloroso a partir de los 120 db”. La contaminación acústica no sólo es un problema ambiental, se asocia con la salud pública y con el ejercicio de derechos fundamentales.

232 quejas asociadas con ruido por actividades comerciales recibió la Secretaría de Salud de Medellín durante 2022; difícil saber cuántas más se quedaron en silencio. Ese mismo año el Observatorio de Medio Ambiente, Reasentamiento y Hábitat señaló al barrio Buenos Aires, en cercanías al tranvía, como el lugar más ruidoso de la ciudad, seguido por el Segundo Parque de Laureles, el Parque Lleras y Provenza. El pasado 1 de agosto se radicó en la Cámara de Representantes un proyecto de ley que busca la creación de una Política de Calidad Acústica en el país.

¿Quién debe regular los decibeles? El abogado Juan Esteban Vásquez Vera es integrante de la Sub-mesa del ruido de Medellín; explica que el Área Metropolitana es la autoridad ambiental que tiene la competencia de controlar el ruido, “pero existen también las normas de urbanidad, que no son netamente coercitivas, y existen además las normas morales”. La Sub-mesa de ruido es un escenario que facilita la interacción entre ciudadanía y autoridades locales en relación con efectos nocivos del ruido en la ciudad. La generación incontrolada de ruido provoca conflictos urbanos y la Sub-Mesa es una instancia ciudadana que posibilita la discusión de soluciones.

Desde la Constitución tenemos herramientas: leyes, decretos, ordenanzas, acuerdos municipales, decretos, resoluciones ministeriales, sentencias de la Corte Constitucional. Existe un marco normativo que permite a la ciudadanía buscar la garantía de sus derechos, y no solo en clave de denuncia y búsqueda de castigo para quien hace ruido. El tejido colectivo de ambientes acústicos sanos tiene que ver con derechos a la salud, a la tranquilidad y la intimidad que se ven vulnerados por el ruido que se amplifica con desconsideración. Pensar distintas rutas para la reducción de la contaminación acústica tiene todo que ver con el autocuidado y el cuidado colectivo.

[Entre 10 y 11 de la mañana]

Mi vecina, doña Esperanza, vive con diez perros.

Cuando ladran parecen veinte.

Siempre que paso por su casa,

los diez perros me ladran.

Ladran cuando pasa el comprador de chatarra,

al sonar el claxon del de la mazamorra,

al de la moto que vende dos litros de helado por cinco mil pesos,

cuando llueve y cuando escampa.

Me resigno:

los perros de doña Esperanza

a ratos descansan.

Algunas acepciones de ruido se relacionan con asuntos desagradables como interferencia, discordia o cosas sin importancia; tal vez la comprensión del ruido está hilada con un mar gigantesco de subjetividades. Federico López apoya la creación de comunidades alrededor de proyectos sonoros y musicales experimentales. Una de sus reflexiones es sobre la calle y el vecindario como territorios carentes de herramientas para el control sonoro, en los que es preciso apelar a la auto moderación, pero, “¿cómo atenuar mi propia emisión sonora si la aprecio tanto que no coincide con la idea de ‘ruido’?, ¿cómo abordar al vecino que emite sonidos que considero ‘ruido’ pero que él aprecia? Nos falta léxico para comunicarnos en esa contrariedad”.

Ruido: onda de alta o baja intensidad, según el oído. Ondas caóticas o uniformes, continuas o entrecortadas, que pueden resultar o no perturbadoras... según el oído. “Como sociedad hemos intentado delimitar y regular las emisiones sonoras en ciertos espacios; quien asiste a una discoteca va dispuesto a recibir mucha presión sonora, quien entra a un recinto tratado acústicamente encuentra un entorno favorable para concentrarse en los sonidos que le interesan”, complementa Federico. No siempre es posible habitar el paisaje sonoro más deseable. El ruido viaja libre, atraviesa vidrios, árboles y muros, no se deja frenar por sistemas de normas ni escucha el grito del vecino que ruega que le mermen otro poquito.

Pero también a punta de ruido se ha entretejido nuestro espacio de los recuerdos. La asepsia acústica resulta inquietante cuando se produce por la fuerza, y aunque parece lejana la posibilidad de consenso sobre cuánto ruido podemos emitir o recibir para cuidar la salud pública, sí podemos coincidir en que diversos sonidos (voces, músicas, ruidos) habitan nuestra memoria personal y colectiva, y de ser silenciados en este mismo instante, nos dejarían en cierta situación de orfandad y olvido.

En su tesis de maestría Recorridos sonoros como metodología de investigación para visitar el espacio de los recuerdos, María Juliana Soto Narváez, comunicadora caleña, docente y magíster en Comunicación y Medios, cuenta que “hemos olvidado la importancia de prestarles suficiente atención a los entornos acústicos, con sus sonidos cotidianos, con sus ruidos inéditos, con sus melodías y voces”.

El ruido, como elemento de ese espacio de los recuerdos, ya sea estrepitoso o armónico, junto a otros elementos del sonido, nos liga con el mundo. En su investigación, María Juliana define el paisaje sonoro “como un sistema de comunicación construido por un conjunto de imaginaciones, recuerdos, eventos y sensaciones que trasciende la experiencia acústica para convertirse, entre otras posibilidades, en la manifestación de un lugar, en una perspectiva desde la cual se le da sentido al entorno”.

[A la una de tarde]

No ladran los diez perros de doña Esperanza:

dejan escuchar los colectivos que aceleran en la subida,

vallenatos y carrileras amplificados a todo taco en la barbería,

las tórtolas y bichofués cantan sin un horario establecido.

“Siento que esa satanización del ruido ha sido compleja. ¿Qué es lo ruidoso? Estoy pensando en la canción de “El Pío Pío” (de La Sonora Ponceña) que habla de lo ruidoso que puede llegar a ser un espacio de extremo silencio como el campo: los pájaros te despiertan súper temprano y eso también termina siendo un ruido. Creo que a veces hemos puesto el ruido como una cosa negativa y ¿qué es lo ruidoso?”, se pregunta Camilo Cantor, diseñador industrial, artista sonoro, coordinador del Exploratorio, un taller público del Parque Explora. Camilo también es parte de la Plataforma de Escuchas Auditum, que reúne ideas, manifestaciones y prácticas en torno al sonido, las artes transmediales y el acto de escuchar.

El silencio, según el punto de escucha, puede ser un privilegio. Juan Esteban, desde la Sub-mesa del ruido de Medellín, propone oír con realismo: “Si usted tiene posibilidades económicas, puede acceder a más silencio. Puede comprar un apartamento con condiciones de insonorización que desde la construcción se pueden controlar”. Esa asepsia sonora voluntaria puede ser saludable y deseable según las subjetividades de cada persona, familia o comunidad, pero se vale temerle a la procura de homogeneidad y silenciamiento cuando está atravesada por la clase y cuando separa y configura barrios, vecindarios y sociedades integradas por personas que ni se ven ni se escuchan.

“Muy rara vez se oyen voces provenientes del apartamento donde se aloja una familia cuyo número exacto de miembros es un misterio para todo el mundo; a diferencia de los hogares desde los que alguien llama, que trepidan en el zumbido del aire acondicionado y el bramido de los televisores, y repican con los gritos y el ruido que hacen los niños al jugar”, describe el escritor egipcio Haytham El-Wardany en su libro Cómo desaparecer.

La Vida y el Ruido es un laboratorio ciudadano para la co-creación de propuestas que ayuden a reflexionar sobre el impacto positivo o negativo del ruido en los diferentes aspectos de la vida colectiva. María Clara Rivera, integrante del laboratorio, siente que “el ruido comienza a ser una preocupación muy importante para la comunidad; pero también que puede ser recurso para la creatividad e índice de la vitalidad de una sociedad”. Este laboratorio activó en julio pasado el primer Mes de la Escucha, como una posibilidad para abordar el ruido desde diferentes enfoques: de lo poético a lo político, pasando por la medición con instrumentos y la escucha profunda. María Clara asegura que “se hace imperativo escuchar, cada vez más y mejor, y no solo a nuestros congéneres, sino al entorno todo, al planeta mismo, al mundo que nos rodea”.

[Casi a las seis de la tarde]

Hoy no es audible el silencio.

Oigo ruido, mucho ruido.

Llaman a doña Érika a viva voz: su casa no tiene timbre.

Los perros de doña Esperanza ladran.

Los gallos siguen cantando.

Nunca es posible el silencio.

En el verano de 1952 Jhon Cage compuso la controvertida obra sonora “4:33”. La indicación del compositor a los músicos fue una sola: debían quedarse sentados, en silencio, siguiendo al pie de la letra una partitura... en blanco. El antropólogo bogotano Carlos Granés expone en su libro El puño invisible que la meta de Cage era la ataraxia: “Un hedonismo tranquilo y ascético [...] Nada de ir en busca de lo imaginable; el reto era lo opuesto: aceptar y disfrutar lo real y tangible, bien se tratara del ruido del tráfico, de una perforadora o de una riña de gatos”.

Ecos es un proyecto de ensayos sonoros. En el episodio 9, El espectro sonoro del silencio, el español Jorge Carrión, inspirado en la obra de Cage, nos lleva a un silencio imposible: “Lo que acabas de escuchar es un minuto de silencio. Un minuto producido en un estudio insonorizado, pero a no ser que tus audífonos dispongan de la función de cancelación absoluta de sonido es probable que hayas escuchado no obstante ruidos y sonidos del entorno donde te encuentras”. Es posible escuchar todo el episodio en Podium Podcast

Lea aquí la entrevista a Jorge Carrión:

El paisaje sonoro puede ser sorpresivo, elegido o impuesto por el ritmo de los días y de la sociedad del rendimiento. Deleitarse o silenciar el ruido es cuestión de privilegio en muchos territorios. Los sonidos que irrumpen con violencia y constancia pueden alterar las vidas de quienes los padecen, como en el caso de la última dictadura argentina, pero es innegable que los ruidos configuran, por la fuerza o no, nuestras memorias personales y colectivas.

¿Quién ecualiza tanto ruido? Se vale hablar de esto a volumen moderado y encender la escucha profunda. El silencio no siempre es saludable y el ruido, casi siempre, indica que hay vida cerca. Tal vez es cuestión de límites: hasta dónde tiene alguien derecho a amplificar su ruido; hasta dónde es posible aguantarlo. Pensar en las dosis de sonido deseables en clave de bien común puede ser parte del tejido de ambientes acústicamente saludables, menos contaminantes.

Paisaje sonoro de las calles de Medellín

Luis Buitrago es un comunicador social-periodista, productor de sonido y gestor cultural que trae a esta edición de Generación un paisaje sonoro creado en colectivo. Está integrado por registros de sitios más o menos ruidosos de Medellín. “Yo me fui por San Juan como buscando el ruido. De hecho, terminé reventado, pues, porque qué cosa tan impresionante. Nunca había hecho ese ejercicio de búsqueda de ese ruido. Mucha contaminación, muy violento. Ellos (La Vida y el Ruido) se fueron por parquecitos, por ciertos lugares más alejados de las calles centrales”.

En plena pandemia Luis, integrante del Sound Machine Lab, se ocupó del diseño sonoro de La ciudad sin nosotros, una cartografía sonora que cuenta con sonido las modificaciones del paisaje en distintos puntos de Medellín durante los meses de mayor confinamiento y restricciones de circulación. Esta propuesta sonora nos deja pensar en el impacto que causamos en el ecosistema acústico urbano.

Oiga esta cartografía sonora aquí.

*Periodista y radialista. Profesora y gestora de cultura digital en la Universidad de Antioquia. Integrante de Manzana Radio, Lo Doy Porque Quiero y Ancestra.

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