En 1987 Carlos Castaño-Uribe vio por primera vez la serranía de Chiribiquete. En ese entonces era Director de Parques Nacionales y venía en un vuelo de regreso del Parque Nacional Acamayacu, en el Trapecio Amazónico. La avioneta en la que viajaba era pequeña y venía cargada de combustible, entonces debían parar en cada aeropuerto del camino.
Cuando despegaron de San José del Guaviare tuvieron que desviarse rumbo al sur para esquivar una gran tormenta y en esa ruta que les trazó el im-previsto climático fue que vieron aparecer en el ho-rizonte la serranía para muchos desconocida.
Parece casualidad, pero no lo es. Toda casuali-dad es un cita, decía Jorge Luis Borges, y la vida de Castaño-Uribe da cuenta de ello, pues al repasar su historia, desde que era un niño, es imposible no pensar que cada cosa que le pasó lo fue direccionan-do a Chiribiquete, y preparándolo para lo que se iba a encontrar allí.
La serranía de Chiribiquete está ubicada en los departamentos de Caquetá y Guaviare y está atrave-sada por la línea del Ecuador, exactamente por la mitad, es decir, es la mitad del mundo. Su centro.
Allí, Castaño y el equipo que lo ha acompaña-do, han encontrado registros de arte rupestre de más de 22 mil años de antigüedad. La evidencia con más años del continente, una evidencia que puede cam-biar la historia tal como la conocemos, y que puede ser el principio de una nueva historia para Colombia y para América Latina.
La importancia de Chiribiquete es incalculable, no sólo a nivel ambiental, sino simbólica. Es un lu-gar sagrado, la casa del jaguar, el animal más emble-mático del continente y un pilar del pensamiento de los pueblos indígenas de toda América.
Para contarle al mundo la importancia de este sitio, Castaño-Uribe escribió Chiribiquete, La Malo-ka Cósmica de los Hombres Jaguar (2019). Para ha-blar del jaguar y su significado, hizo el podcast ‘El Po-der del Jaguar’. Para entender un poco más de esta historia, GENERACIÓN habló con él a su paso por Medellín, donde estuvo como invitado a la Feria Cul-tura y Libros de El Tesoro.
En el podcast ‘El Poder del Jaguar’, usted habla de que el interés por los jaguares empezó cuando era niño y que esto lo llevó a la antropología, ¿cómo fue eso?
“Hay una serie de aspectos que he venido haciéndo-los conscientes de forma muy reciente. El primero es que, a los cinco años, en una finca ganadera de mi familia, mi hermana y yo salíamos a cabalgar con los vaqueros, a arriar el ganado. En uno de esos periplos mañaneros, vimos a los vaqueros muy agi-tados con una enorme serpiente que había en un ár-bol... finalmente la bajaron y la mataron. Eso me dejó un trauma. El otro aspecto es que, a los diez años, en una excursión del colegio a San Agustín y Tierradentro, me cambió la vida porque me enfren-té a una realidad que desconocía, sobre la cual no tenía ninguna capacidad de discernimiento: me en-teré por primera vez de que existían los jaguares. Yo no era consciente de eso. Todos los textos de cole-gio siempre, incluso hasta el día de hoy, hablaban de la jirafa, del león, del hipopótamo, excepto de lo propio. En San Agustín, no podía dar crédito a esas estatuas monumentalmente altas para mí, las veía enormes, adosadas con estos guerreros, con esos colmillos tan aterradores”.
Se trató de un viaje que lo cambió...
“Sí. En esa salida tuve la oportunidad de conocer por primera vez a grupos indígenas, que yo tam-bién desconocía enteramente, y para completar tuve la oportunidad de conocer un par de ar-queólogos que estaban trabajando precisamente en la Fuente Ceremonial de Lavapatas, lo esta-ban restaurando, o limpiando, o lo estaban des-cubriendo, no lo sé, pero escuchar a este par de arqueólogos fue fascinante. Me ensimismé tanto en el discurso que no me di cuenta de que todo el mundo se había ido. La fascinación fue total”.
Pero ese no fue el único viaje...
“Fui a Ciudad Perdida como estudiante. Me fas-cinó el sitio y tomé la decisión de hacer mi tesis de grado allá. Iba a estar seis meses, pero duré dos años y medio. Y más allá de la tesis, tuve la fortuna de estar en permanente interacción con los indígenas kogui, que en ese momento esta-ban empezando a ir a Ciudad Perdida a ver qué era lo que estábamos haciendo como funciona-rios del gobierno, del Instituto Colombiano de Antropología; fue muy difícil digerir los criterios que pude deducir de todo lo que ellos me decían, tanto que me replanteó la arqueología de una forma muy profunda”.
¿Cómo?
“Para ellos el extraer la cultura material de los antiguos, como ellos les dicen, es un aspecto in-conveniente, porque es un material sagrado, es-piritualmente cargado, que está enterrado por unas razones específicas, para que nadie lo mo-leste. Para ellos todo se trataba de un gran dis-turbio, porque sacábamos a la luz a estos seres espirituales dejando consecuencias para ellos y para la Sierra. Cambia el contexto de las ener-gías, que ellos consideran que están en un equili-brio. La diferencia entre un arqueólogo y un hua-quero no es ninguna para ellos, ninguna. Uno le mete toda la arandela de la ciencia, la metodolo-gía, la identidad y el conocimiento por la necesi-dad patrimonial del país, pero ellos prefieren diez mil veces que eso no se haga, y desde enton-ces han estado pidiendo que Ciudad Perdida, por ejemplo, se cierre al público y que se les entre-gue; han estado en una lucha durante siglos”.
¿Escuchar a los kogui cambió su mirada de la arqueología?
“Claro, empecé a escuchar todos estos conceptos que ponían patitas arriba los paradigmas del co-nocimiento y el método científico de la arqueo-logía y de la antropología. Ese tiempo fue casi tan importante como la propia universidad occi-dental, pero con un parámetro totalmente con-trario, diferente. Aquí, desde la razón, y allá des-de el pensamiento ancestral y desde la analogía, que es el modelo en el cual todas las comunida-des indígenas hasta el día de hoy viven.
Eso trae una serie de consecuencias muy fuertes, porque las ciencias y la cultura occiden-tal trabajamos en el modelo cartesiano. Trabaja-mos cada vez más en el sentido de la especiali-dad del conocimiento, lo cual nos lleva a encajo-nar absolutamente todo. El conocimiento está fracturado desde la escuela, en las universidades, en cajoncitos de materias, de temas, de aspectos. Y nosotros en vez de ampliar el conocimiento hacia lo general, lo que hacemos es particulari-zarlo y especificarlo, tanto que termina siendo muy contradictorio a la necesidad de entender la integración de las partes. Los indígenas ven el mundo de una forma holística, nosotros lo ve-mos de una forma absolutamente contraria. Y te-ner el balance de estas dos cosas fue muy impor-tante para mí. Porque una cosa es leer los libros en las universidades sobre estas comunidades, otra muy diferente es convivir con ellos”.
¿Y ese balance en qué derivó?
“Tomé unas decisiones importantes. Uno, dejé la ar-queología. Y dos, dedicarme a una cosa que descubrí en ese momento, y es que Ciudad Perdida estaba den-tro de un Parque Nacional, eso me abrió otro mundo, porque quise trabajar en parques nacionales”.
¿Por eso descubrió el Chiribiquete? ¿Cómo recuerda ese momento?
“Casi me desmorono. El paisaje de Chiribiquete es indescriptible. Es una cosa que uno no ha vis-to. Lo primero que pensé fue que ese debía ser el parque nacional más importante de Colombia”.
Los jaguares lo llevaron allá y allá usted se ha encontrado frente a fren-te con ellos, ¿cómo ha sido esa expe-riencia?
“Tres veces he tenido la oportunidad de encon-trármelos y en mi imaginario les tengo nombre a cada uno de esos encuentros y a cada uno de esos jaguares. El primero me lo encontré cara a cara mientras estaba buscando un sitio para lle-gar a unas supuestas pinturas. Yo estaba solo, ín-grimo, quedamos a seis metros y quedé estupe-facto. Eso, que pudo durar unos tres minutos, para mí fue una eternidad completa”.
¿Qué significó ese encuentro?
“Fue muy importante, porque además de darme más ánimo para seguir conservando Chiribique-te, me di cuenta de que necesitaba saber más de los jaguares en Colombia. Apenas regresé me puse a indagar por los estudios que había sobre jaguares en el país: no había ningún documento, había unas referencias muy sueltas por aquí, por allá, había relatos sobre las matanzas de los ja-guares en los años 70, que los mataban para las pieles, pero realmente investigaciones a profun-didad no se estaban haciendo en Colombia”.
El jaguar es un animal fundamental... Sin jaguares no hay gente, práctica-mente ¿cómo explicar la importancia de este animal?
“Ese es un libro que estoy escri-biendo, está a mitad de camino, se llamará La jaguaridad en el neotrópico y en Colombia, será un recuento de la importancia de los jaguares en este contexto neotropical, desde México hasta Argentina, que es su área de dis-tribución original, y al mismo tiempo en el contexto de la reali-dad étnica de América, porque el jaguar, sin lugar a dudas, es el re-ferente de vida más importante para la mayoría de los grupos ét-nicos del continente. Cuando uno empieza a ver todos los mo-vimientos y las migraciones de los pueblos indígenas desde épo-cas prehispánicas se da cuenta de que ese referente ha viajado por todas partes y ha sido el hilo conductor de muchas cosas a través de las cuales los indígenas explican su vida, no sólo desde el punto de vista ritual sino de su organización social”.
¿Eso cómo se puede ver?
“Cuando yo empecé mis primeros trabajos con jaguares me sorprendía que la gente no sabía ab-solutamente nada de ellos. Hoy hay que ver cómo ha cambiado eso, creo que Chiribiquete ha tenido mucho que ver, porque fue permean-do progresivamente la idea de una identidad a partir de este símbolo que para mí tiene una maravillosa combinación entre aspectos de na-turaleza y de cultura, porque los indígenas sa-ben que el gran regulador de la naturaleza es el jaguar, por eso él es el dueño de los animales y de la selva, todo lo que pasa ahí está organizado y regido por él. Los indígenas hasta el día de hoy le piden permiso para ir a cazar, a pescar, para sus actividades cotidianas, él es el referente”.
Aun así, el mundo occidental lo sigue matando...
“Nuestra cultura mata jaguares todos los días porque fue muy grave la visión con la que llega-ron nuestros queridos colonizadores españo-les... entre otras cosas, porque la gran mayoría de los pueblos indígenas en Colombia, sobre todo los de la costa que se enfrentaron de mane-ra aguda y pronunciada contra la colonización, se empoderaban con la figura del jaguar y los conquistadores se empeñaron en romper urgen-temente ese vínculo y lo satanizaron, convirtie-ron al jaguar en el demonio, en la representación americana del diablo, que es lo que tiene todos nuestros campesinos en la cabeza”.
Además de la figura del jaguar, usted ha dicho que Chiribiquete nos pue-den ayudar a desarrollar una identi-dad como colombianos, ¿cómo? ¿Por qué?
“Es muy difícil encontrar en toda América un si-tio tan monumental como Chiribiquete. En la América prehispánica no existe un sitio como Chiribiquete. He recorrido este continente de pies a cabeza rastreando los vínculos de Chiribi-quete con el resto de sitios de arte rupestre y nunca, por más similitudes e incluso afinidades —porque esta misma gente que llegó a Chiribi-quete estuvo en otros sitios del Brasil—, nunca lograron materializar un esfuerzo y una dedica-ción tan profunda como lo que tenemos hoy en Chiribiquete, porque este es el único sitio del mundo donde todavía esas pinturas se siguen usando por parte de comunidades indígenas”.
Pero además es el registro más antiguo...
“Muy antiguo, para no alborotar el avispero, pero claramente tie-ne otra particularidad, Chiribi-quete es el sitio donde hay mayo-res representaciones del jaguar en el mundo, y es la figura más emblemática, es el eje conductor de toda la interpretación simbó-lica de Chiribiquete de comien-zo a fin.
¿Ese puede ser el princi-pio de otra historia para nosotros como colombia-nos y latinoamericanos?
“Todavía hay mucha tela que cortar, pero Chiribiquete seguirá asombrando al mundo, ya lo ha hecho, pero todavía falta mucho, mucho por contar, descubrir y conocer. Chiribiquete es una biblioteca, es la gran biblioteca de Alejandría de América, del neotrópico”.
¿Cuáles otros libros va a publicar usted de ese lugar?
“Varias cosas están en proceso, porque quiero explicar la profundidad cronológica, tempo-ral y cultural de nuestro país y poder enten-der lo que ha significado la huella humana en este continente, que fue el último en ser co-lonizado por Homo Sapiens Sapiens. Chiribi-quete no es el pasado, sino el futuro y la posi-bilidad de entender quiénes somos y hacia dónde deberíamos ir de una forma mucho más adecuada y no de esta forma desorgani-zada, descomunal y con los ojos cerrados a buscar un referente que sabemos está causán-dole un mal enorme al mundo entero. Esta-mos a tiempo de enderezar el camino hacia un nuevo modelo, entendiendo que hay otra forma de buscar nuestro desarrollo de una forma más armónica en lo económico, en lo espiritual, en lo cultural, en lo social. Esta-mos en un momento de inflexión crítico por-que el mundo está en crisis”.