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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Luis Díaz y Federico Valverde, protagonistas de las selecciones Colombia y Uruguay, respectivamente. Fotos: Getty
    Luis Díaz y Federico Valverde, protagonistas de las selecciones Colombia y Uruguay, respectivamente. Fotos: Getty

El fútbol, la última batalla de las naciones

El último mes ha sido una fiesta deportiva, la Eurocopa y la Copa América auparon las emociones de miles de hinchas, quienes asisiteron a los estadios como a una confrotación de gladiadores, recordan viejos conflictos entre países.

Por: Fernando Segura Millán Trejo | Publicado

Los conflictos están representados de manera recurrente y se expresan de diferentes formas en el fútbol, al igual que los motivos para celebrar y convivir. De hecho, las vitrinas de los grandes estadios funcionan como un catalizador de memorias, algunas de temporalidades cercanas, inherentes a las relaciones humanas y la psicología social de grupos, otras inclusive, milenarias. En la Eurocopa disputada en Alemania 2024, Georgia hizo su primera participación en el torneo continental, cuya primera edición data de 1960. Georgia tuvo su independencia, como otras repúblicas, en el desmembramiento de la URSS en 1991. Desde entonces, pasaron ocho ediciones hasta que pudo clasificarse para el delirio de sus habitantes a una Euro. En el primer partido, el 17 de junio pasado, el choque fue contra Turquía. El marco indicaba un duelo deportivo, pero en el imaginario de los aficionados, en particular aquellos de carácter ultra, era la ocasión de ondear banderas en conmemoración a la batalla de Didgori en 1121 cuando el ejército georgiano comandado por el Rey David IV derrotó a sus pares túrquicos selyúcidas. Varias camisetas portaban el nombre del lugar y la hostilidad entre las aficiones tuvo momentos de tensión adentro y afuera del estadio Iduna Park en Dortmund. El desenlace entregó una victoria de 3 a 1 para Turquía, pero la emoción para sus contrincantes de haber marcado su primer tanto en esta competencia. Los festejos georgianos continuaron con locura por vencer a Portugal y clasificar, así, a octavos de final. Poco importó la derrota frente a España. Para Georgia, esta Eurocopa fue un acontecimiento de celebración histórica.

Si de viejas hostilidades y de fútbol se trata, la presencia en la primera fase de Albania y de Serbia condimentó cada partido de ambos re-presentativos con insultos de unos hacia otros. Algunos señalaban el imperativo de matar a sus vecinos territoriales. Los albaneses contaron con el beneplácito de los croatas en sus expre-siones, a pesar de los primeros ser musulmanes y los segundos católicos. Los serbios recibieron, por su lado, el respaldo de los eslovenos en es-porádicos enfrentamientos callejeros con los al-baneses. El sentimiento de hostilidad por las guerras de los Balcanes persiste en la simbolo-gía del enfrentamiento a través del fútbol. Por emociones de férreas y guerreras identidades proyectadas, las situaciones transitan entre des-pliegues de nacionalismo, celebraciones patrió-ticas y representaciones de adversarios en viejos e irreconciliables enemigos.

Turquía, por su parte, se despidió frente a Países Bajos en los cuartos de final de su sueño de conquistar Europa por primera vez en el plano deportivo, un continente al que tuvo en vilo du-rante siglos en el esplendor del antiguo imperio otomano. Actualmente, los turcos son una in-mensa minoría de mano de obra en el país sede de la Euro, no solamente venden kebabs y ropa, algunos de sus descendientes ya han integrado las filas de la propia selección teutona. A los fervien-tes nacionalistas alemanes no les hubiera hecho ninguna gracia seguir asistiendo a festejos turcos, como sucedió al eliminar a Austria en un duelo cargado de simbolismos. Y mucho menos imagi-narlos campeones en su casa. El jugador turco Merih Demi-ral en su celebración de los goles, en una rara “coinciden-cia”, emuló un gesto de la agrupación extremista Los Lobos Grises. Una especie de logia que reivindica a ultran-za el nacionalismo y se jacta de las matanzas de armenios a principios del siglo XX. Esta asociación no sólo está prohibida en Europa, sino que es perseguida por varias autoridades. Las consecuencias del ges-to fueron una sanción de parte de la UEFA al ju-gador y una serie de tensiones diplomáticas entre Alemania y Turquía. Para el respiro de quienes no aprecian a los turcos en general, muchos de los cuales son discriminados debido a su origen y no se identifican con los Lobos Grises, la corona se quedará en manos europeas, pero no alemanas.

En otro tono, más amigable que sus antepa-sados clanes, los aficionados escoceses vistieron en su incursión por la primera fase, tradiciona-les faldas, portaron gaitas y harpas celtas (clàr-sach) como cada vez que inundan las calles cuando su equipo participa en torneos interna-cionales. Mientras sostenían bebidas en mano, emanaban sonrisas, abrazos y cánticos, se encar-garon de recordar alabanzas a Diego Armando Maradona por haber echado del lejano Mundial de México 1986 a sus rivales ingleses. Pese a las derrotas en la cancha, los escoceses disfrutaron como niños el pasar por la Euro. Inglaterra, sin mucho brillo, fue escalando posiciones para al-canzar las semifinales para el disgusto de los propios alemanes, a quienes tampoco les ha emocionado ver sus bares poblados de ingleses.

La celebración de lo nacional, de afinidades identitarias y de íconos populares es una carac-terística común en las tribunas del fútbol tanto en Europa como en nuestro continente. Un cla-ro ejemplo es la afición albiceleste, autodeno-minada la Banda Argentina, una comunidad que supo plasmar en el Mundial de Qatar 2022 el cántico de “Muchachos”. Esta lírica celebra a un Diego Armando Maradona celestial junto a sus padres en el aliento a Lionel Messi, pero no se olvida de la herida abierta por la guerra de Malvinas perdida en el intento militar por re-cuperar las islas en 1982 ocupadas por el Reino Unido desde inicios del siglo XIX. Sin embargo, la convivencia y la camaradería gestada en Doha llevó a los aficionados argentinos a orga-nizarse para viajar en masa, desde diferentes la-titudes, a la Copa América 2024 en Estados Unidos. Es cierto que miles de argentinos ya vi-ven en territorio estadounidense, al igual que sucede con venezolanos, colombianos y ni se diga mexicanos entre los millones de latinos que pueblan el territorio del país sede.

Los duelos en la Copa América, caracteriza-dos por flamantes estadios, pero pobres grama-dos improvisados sobre césped sintético, han otorgado también una serie de significados en di-ferentes tonalidades. La siempre expectante y masiva afición mexicana se fue una vez más de-cepcionada por la actuación de su selección na-cional. El deseo de celebrar la mexicanidad en Estados Unidos no pudo encontrar ese grito de euforia tan deseado. Para la asociación US Soc-cer, el haber quedado eliminados en primera ronda no fue una gran noticia, pero el enfoque está puesto en prepararse para recibir el Mundial de 2026, el cual será el mayor de la historia. Cada vez crece más el interés en lo que ellos llaman soccer y nosotros fútbol. Para Estados Unidos, el fútbol jugado es un entretenimiento, con tintes geopolíticos claro, pero no se juegan el orgullo de lo nacional ahí, como sucede en otras latitudes.

En el duelo que definía el grupo D, el jue-go vistoso de Colombia y el regocijo de sus afi-cionados al “torear” con Olé(s) a los penta-campeones del mundo, generó, por ejemplo, toda una polémica en la prensa brasileña. Al-gunos como el campeón del mundo en 1970 con la verde-amarela, Gerson, se irritaron. Otros apostaban a una remontada en cuartos de final y seguir un curso ganador. Empero, quizás en uno de los duelos más calientes del certamen, la memoria uruguaya de 1950 se impuso psicológicamente a Brasil. La selec-ción brasileña, a pesar de sus muy buenas in-dividualidades viene de tropiezo en tropiezo en los últimos años.

Si bien el nacionalismo y el enfrentamien-to del “honor” en el campo, y en las tribunas también, siempre parece ponerse en juego en los duelos entre selecciones sudamericanas, se pudo observar una convivencia de aficiones exenta de agresiones en Estados Unidos. Esto, a pesar de las burlas y de cierto “folklore del fútbol”. Las rivalidades, en el plano deportivo, pueden ser tan intensas como en Europa, con la salvedad de que en el viejo continente los le-janos reinos, imperios y más jóvenes naciones han conocido más guerras militares que nues-tros países. No es que no hayan existido con-flictos bélicos por estos lados, con solo revisar la historia del siglo XIX encontraremos varios, y ya entrado el siglo XX algunos también. Aun así, no han sido tantos como en Europa.

Con toda su carga, el fútbol constituye, así en Europa como en América Latina en particu-lar, no sólo una expresión de una batalla sim-bólica, sino un potencial de fiesta para celebrar la pertenencia a las naciones y esto pesa mucho cuando se vive fuera de casa. Una combina-ción, así, entre lo bélico y lo lúdico a la vez.

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