El escritor Geoff Dyer cree que sus editores siempre se equivocan. Eso revela su carácter: es un hombre dueño de sí mismo y de sus ideas. Parece que fuera una verdad hecha a la medida de cada ser humano, pero todos somos tremendamente influenciables, variables como la hoja de un árbol azotada por el viento. Vamos a terapia para pedir consejo, otros leen el horóscopo para entrever en los engaños el futuro y quizá los más agudos estudian libros —espirituales o no— para ver allí una guía. Parece que este escritor inglés —autor de maravillas como Pero hermoso, Yoga para los que pasan del Yoga, Zona y Arenas blancas—, no.
Dyer es tan dueño de sí que responde las preguntas como quiere: lateralmente, sin responderlas. Decía Ricargo Piglia que Jorge Luis Borges no hablaba de nada que no le interesara, que daba conferencias sobre Stevenson a quienes nunca habían oído hablar de él. Dyer es así, no solo con las entrevistas, también con sus libros. En Los últimos días de Roger Federer y otros finales nos hace la promesa de hablarnos del tenista y la incumple, pero nos deja la última huella de D. H. Lawrence, de Kerouac, de Dylan, de Nietzsche, de Miles Davis, en fin. Aquí sus palabras.
Es inevitable empezar esta entrevista diciendo que al final de un libro siempre empiezan meses de promoción, cosa de la que habla usted en el libro, diciendo que esa atención cansa, pero también nos asusta el olvido absoluto, ¿cómo lo ha tomado la publicación de Los últimos días de Roger Federer y otros finales?
“Supongo que hay varias cosas que decir. En primer lugar, quiero decir que cuando los primeros cuatro o cinco de mis libros se publicaron en Inglaterra, hubo muy poco interés en ellos, fueron reseñados, pero sí, no causaron muchos comentarios, así que, sinceramente, cualquier tipo de interés por cualquiera de mis libros es una gran fuente de satisfacción y sería muy grosero por mi parte expresar algo más que felicidad al respecto”.
¿Pero tiene esta dualidad entre estar cansado de tanta atención, pero también del miedo a ser olvidado, o en este momento estás feliz y orgulloso de lo que ha hecho?
“Quiero ser honesto, no recuerdo haber dicho eso en el libro, pero tampoco releo mi propio libro, así que es posible que tengas una memoria más precisa. Lo que diría es que cuando salió este libro me sorprendieron mucho lo hostiles que eran algunas de las reseñas, en particular varias reseñas que decían que no estaba estructurado, porque siempre he creído que estaba estructurado. Creí que en realidad la estructura era una de las grandes fortalezas de mí escritura. Pensé que era un libro muy cuidadosamente estructurado, así que me sorprendió mucho que hubiera una queja sobre la falta de estructura, me tomó por sorpresa”.
¿Cómo lo ha tomado esta experiencia por Latinoamérica, pues ya estuvo en México? Por cierto, sobre esos escritores que escriben uno o quizá dos libros, los cuales menciona en el libro, nosotros tenemos la experiencia de Juan Rulfo, ¿lo conoce?
“¿Sabes que no pude venir al Hay Festival en México? Tuve que declinar, realmente no soy un consejero de vida, pero tuve que cancelar porque me tomó mucho tiempo superar una especie de tristeza, me sentía muy mal, lo que significa que estoy deseando mucho ir a Cartagena. Y no conozco a Juan Rulfo”.
Es uno de los grandes escritores latinoamericanos, influencia de García Márquez o Cortázar, aunque solo publicó dos libros...
“Ya sabes la respuesta general a esa pregunta es que realmente no existe ninguna correlación entre la cantidad que produce un escritor y la calidad de su contribución, no es algo que pueda medirse como el material que se exhibe en una tienda. Ahora bien, creo que es bastante interesante que después de cierto punto se produzca mucho; lo mires como lo mires, sabes que en una gran obra hay buenos y malos resultados. Personalmente, quiero decir que ha sido importante para mí escribir mucho, no por ambición, ni por ninguna motivación comercial o algo así, sino porque sentí que tenía mucho para decir”.
¿Quería contarle su vida a todo el mundo?
“Sí, por ejemplo, hace muchos años, en los comienzos de mi vida, quería hacer un libro sobre los comienzos, tenía más o menos 18 años. Para mi gran sorpresa, terminó siendo uno de mis libros más largos, así que, sí, después del final, resulta que viene el comienzo”.
¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer un libro sobre los comienzos?
“Siempre tuve la idea de que quería escribir algo sobre mis primeros años de vida, no porque haya algo interesante en ello, quiero decir, es realmente mi vida, pero sentí que al contar algo sobre mi vida mientras crecía podría funcionar. Nací en 1958, crecí en Inglaterra en la década de 1960 y hasta los 90, sentí que podía contar algo de una manera muy personal sobre un fenómeno social, histórico y social más amplio, y como no soy historiador, la única manera de transmitir eso era hacerlo muy directa y personalmente; fue algo en lo que pensé mucho tiempo. Cuando terminé Los últimos días de Roger Federer y otros finales me di cuenta de que después de un libro sobre finales, finalmente puedo escribir este libro sobre mis comienzos. Estaba completamente despreocupado e inconsciente de esa extraña conexión cuando escribía el libro. Otro punto aquí es que no sigo ningún tipo de estrategia con los libros”.
Cuando habla de los escritores que con la vejez pierden la capacidad de decir lo que quieren decir, esa idea se contrapone a la de los pintores, que parece que entre más viejos más fácil encuentran una voz... ¿puede explicar esa hipótesis? ¿Le pasa a usted?
“No creo ser un escritor de teorías o que exponga hipótesis, todo lo que hago es hacer sugerencias, pero creo que con la escritura estás atado al lenguaje de la época y, como sabes, el idioma cambia todo el tiempo, no es el mismo. El idioma inglés ya no es el mismo de hace cinco años y mucho menos de hace 50 años, y es cuestión de seguir el ritmo de esos cambios. En mi caso estoy consciente de algo realmente importante que ha sucedido en los últimos 15 años y que se ha acelerado en los últimos cinco: a medida que crecí como escritor me volví mucho más divertido y también pienso de una manera extraña, porque eso me lleva de alguna manera a cómo era cuando tenía 14, 15 o 16 años; es decir, estoy más cerca que nunca del tipo de voz o de la persona que era cuando comencé. Es muy importante para mí como escritor que me haya vuelto más divertido, y creo que eso me ha vuelto más serio como escritor, por supuesto”.
¿Le gusta la idea de que sus libros no encasillen en ninguna categoría? ¿Son una mezcla entre periodismo literario y ensayo?
“Sí, me gusta mucho y hubo un momento en el que quise exagerar un poco. Quizá pensaba que era la única persona que lo hacía, creía que no había muchos textos así; esos libros fueron una fuente de desconcierto en muchos sentidos, desconcierto tanto para las librerías como para quienes no sabían dónde ponerlos, y también creo que críticamente eran difíciles de evaluar, porque no encajaban en los moldes disponibles. Luego comencé a obtener un cierto grado de reconocimiento por esto y también eso coincidió, o tal vez incluso contribuyó, a este fenómeno de los libros no categorizables. Bien, ahora estamos en una posición un poco desafortunada, porque se puede enseñar la forma de crear un libro de estos, quiero decir, el chiste que siempre hago es que siempre vas a encontrar un software que hace libros como este gratuita. El asunto con mis libros es que están saturados de mi conciencia, así que por definición solo una persona en el mundo puede tener mi conciencia o la tuya o la de cualquier otra persona y mis libros son definitivamente el producto de mi conciencia”.
Pienso en varios textos suyos como Pero hermoso, Yoga para los que pasan del yoga, Arenas blancas, donde había un Geoff más aventurero, que viajaba, que hablaba del mundo exterior para referirse a su mundo interior, ¿este libro es una despedida a ese Geoff aventurero?
“Hay un instinto en mí que me lleva a decirte que estás equivocado, pero la verdad es que creo que tienes razón. Creo también que hay un elemento circunstancial, la pandemia, razón por la que el viaje tuvimos que hacerlo hacia adentro. Me gusta la idea de la aventura y todo este tipo de cosas, pero siempre es importante recordar que la aventura no tiene que ser externa o de habilidades geográficas. Creo que tal vez sí estaba en un punto de mi vida donde estaba muy emocionado por tener aventuras, yendo a diferentes lugares sin saber qué pasaría. Me gusta conocer lugares nuevos; esta mañana fue a tan solo cien metros de dónde vivo para ver la belleza del amanecer. Hay algunas maravillas naturales a las que quiero ir, pero sé que la gente ahora tiene esta lista horrible de cosas por hacer y yo no estoy bajo esa ilusión, no quiero escalar el K2”.
Pienso ahora mismo en dos finales de su libro: el de Nietzsche y el de Hemingway, los dos son terribles: largos y demenciales, ¿usted piensa en un final para usted? ¿De esos finales que usted menciona hay alguno que resalte?
“Bueno, creo que ahora vivo aquí en California, el jefe que tengo en la universidad donde trabajo fue durante mucho tiempo una especie de hippie de mediados de los 70, y tenía ese maravilloso brillo californiano, siempre interesado en cosas nuevas; él era un gran fan de Bob Dylan, por lo que siempre lo asocié con esa canción de Bob Dylan Forever Young. Y eso me parece algo que hay que alimentar en uno mismo: tratar de mantener encendida esa especie de llama de expectativa y disfrute. Pero esto es en California, soy muy consciente de una tendencia en mí, porque soy inglés, en la dirección opuesta, representada por el gran poeta Philip Larkin, quien simplemente se calmó en una especie de desagrado o desinterés por todo excepto la bebida. Y creo que, si eres inglés, a medida que envejeces eres muy consciente de esa terrible fuerza gravitacional”.
¿Fue difícil encontrar otro título para el libro? Quizá muchos pensamos que sería una especie de Open, la biografía de Andre Agassi...
“Oh sí. Simplemente me gustó... Tuve este título desde muy, muy temprano. Y realmente me gustó su perversidad. Es razonable que la gente pensara que podría ser un libro de tenis. Pero de alguna manera, Roger encarnó muchos de los conceptos del libro. Aunque los editores dijeron que era un suicidio comercial. Pero siempre pienso que sé más que los editores. Rara vez lo hago”.
Para escucharlo:
Geoff Dyer conversará con Fernando Gómez. Sábado, 27 de enero, 12 m., Centro de Convenciones (Hay Festival Cartagena).