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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Obra de Guillermo Correa.
    Obra de Guillermo Correa.

Devenir lésbica en Medellín

Esta cuerpa es mía, esta boca es mía, esta rebeldía es nuestra. Una proclama común de las colectivas lésbicas cuando ejercen su deseo, su placer, su propio cuidado.

Tefa Guzmán | Publicado

¿Cogemos un taxi?”, me pregunta. “Me parece”, respondo. Mucho carro, mucho cansancio a mitad de un martes con sol incandescente en medio del cielo nublado —no se sabe si es contaminación—. Mi compañera de trabajo y yo caminamos después de una reunión, buscamos un taxi en pleno sector El Hueco, en Medellín. “Pucha, esta es la vida de contratista de ciencias humanas que trabaja para el Estado: solo corredera y un pago que no aumenta con los años”. Cerca de la Iglesia La Candelaria paró un taxi. El carro suda de calor; la decoración copiada: dos camándulas colgadas en el espejo retrovisor, tres bustos de tamaño pequeño de la virgen María, uno del Sagrado Corazón y otros más de santos que no reconozco.

“Súbanse muchachas”, nos dice. Su tono de voz rompe con su estética, me percato y mi compañera también lo nota. Una siempre espera que un varón sea el conductor de un taxi. Pensé: “Amo subirme a un taxi conducido por una mujer”. Me interesa más es el aspecto físico de la taxista —o taxist-e, no lo sé—, que muchos habrían nombrado, para insultar, “camionera”, “machorra”, “cacorra”, y que muchas de nosotras nombramos igual, pero con otras intenciones: para reivindicar y apropiarnos de la injuria ancestral del patriarcado, para quitarles, a quienes no reconocen nuestros derechos, el poder de esas palabras que nos han causado dolor y, así, dignificar nuestras existencias subversivas y libres que tanto les incomoda.

—Las mamás sí que son llevadas de su parecer, y más la mía, que a pesar de ser joven está muy agotada, no para de estar enferma, que pecaito. Es que ella recibió muchos golpes de mi papá, ese hombre casi la mata varias veces, era una bestia —silencio en el taxi.

—Sí, lo sé, mi abuela es igual —le dije con nostalgia y agradecimiento a ella-elle por la conversación. He de admitir que pocas veces me alegra un intercambio de palabras con taxistas.

—Cuando yo tenía 15 años me le paré a mi papá y defendí a mi mamá, él emberracado me dijo que me iba a matar. Al final recibí una pela tremenda, pero desde ahí dejó de pegarle a mi mamá —dijo con un cierto quejido en la voz, le dolía la espalda por un accidente ocurrido en un reciente paseo familiar.

Vuelve el silencio al taxi. Su historia me hizo recordar a las mujeres de mi familia, los golpes que también han recibido; pensé en mi madre que desde hace algunos años intenta divorciarse de un hombre que la ha maltratado ; pensé en las lágrimas de rabia y de dolor de mi hermana durante el almuerzo del domingo, ella que casi nunca llora y que ha encontrado en la música y la flauta su desahogo, llorando con furia en un país de padres ausentes o presentes-ausentes y madres fuertes, poderosas, que a pesar de ello no logran soltar el apego patriarcal hacia esos hombres que las dañan todos los días; pensé en mi prima cuatro años menor, que también es lesbiana como yo, que creció conmigo, que ha sido valiente e irreverente desde muy joven, que presentó sin miedo a su novia en casa mucho antes que yo, que hoy vive el desamor y el sinsabor de la frustración por repetir con su exnovia esas violencias que nosotras de niñas vimos entre la gente adulta, la frustración por habitar la contradicción que la mayoría de lesbianas no esperamos vivir entre nosotras: la violencia —que nos cuesta nombrar— que, sabemos desde la teoría, es el resultado de la monogamia, el amor romántico y las estructuras heteropatriarcales.

La taxista irrumpe en mis recuerdos:

—¿Saben qué, muchachas? Yo creo que me hice lesbiana por todas esas pelas que mi papá le dio a mi mamá, una no quiere vivir eso y busca en otra mujer el cuidado y el amor, aunque a mí desde pequeña me han gustado las mujeres...

Justo llego a mi destino, muy a mi pesar me bajo del taxi sin terminar de escuchar la historia completa.

Desde ese día no he dejado de preguntarme si es la violencia patriarcal la que nos impulsa a devenir lésbicas, o: ¿es posible encapsular el deseo, que es tan anárquico, en orígenes basados en la violencia sufrida? Me niego a una respuesta afirmativa, aun sabiendo que el deseo —como el sexo y el género— es una construcción social y cultural; río mientras pienso, porque si la existencia lesbiana es producto de las violencias patriarcales ejercidas por los hombres y que hemos experimentado los cuerpos feminizados, y muy especialmente los cuerpos de mujeres, casi toda la ciudad —el país— sería arepera, lésbica, marica, travesti y no binarie. Por otro lado, en medio de todas estas ideas, ¿qué lleva a devenir heterosexual?

Al final, estas inquietudes incesantes, los sentimientos, los pensamientos me llevaron a la popular pregunta patriarcal que muchas se han hecho o les han hecho: ¿se nace o se hace? Sigo dando vueltas en estas ideas, ¿será que estoy perdiendo el tiempo? No, porque vuelvo a mí, a mis ancestras, a mis amigas, a otras lésbicas y sus múltiples existencias —como la de la taxista, a quienes les agradezco enormemente la confianza que se puede brindar en medio de la brevedad de un servicio y del acoso de los pitos de los carros, gracias por esas historias de valentía y de soñar para sí otros mundos posibles; por eso es que me alegra subirme a un taxi conducido por una mujer o por una lesbiana, todo tiende a hacer vívido, poético y reflexivo.

También recordé a las parceras, a las amigas, a las diferentes manadas lésbicas de tantos lugares andados y callejeados en Medellín y Bogotá. De sus existencias y nuestra confluencia he aprendido sobre el enorme poder que tiene nuestra juntanza, por eso nos temen. Recordé cada una de las historias, como el hacer teatro en los años noventa en bares clandestinos donde ellas hablaban de la violencia que sufrían por ser lesbianas y del placer sexual entre mujeres; la incidencia en procesos de paz; luchar de la mano contra las violencias patriarcales, el militarismo, el acoso y por la libertad de los cuerpos, la elección o no de la maternidad, el aborto... crear torneos de futbol de mujeres en los barrios y disputarles la cancha y las calles a los hombres en armas tan solo con buenas jugadas futboleras y la alegre rebeldía.

Llegó a mi memoria el placer del baile entre lesbianas, del erotismo que expande nuestra imaginación y fisura los miedos que nos enseñaron de recorrer nuestros cuerpos y las múltiples posibilidades que tenemos para darnos placer sin jerarquías ni vergüenza. También recordé el incansable trabajo que hemos tejido sin parar las lésbicas por las libertades sexuales y las identidades de género no hegemónicas, por crear el movimiento social de disidencias sexuales, de género y corporales o LGBTIQ+, y a su vez, las luchas de muchas de nosotras contra el olvido en las genealogías e historias del movimiento feminista, así como del llamado movimiento LGBTIQ+ donde en muchos casos circula abiertamente el androcentrismo, la lesbofobia y la misógina, en estos espacios que el neoliberalismo ha llamado estratégicamente como “diversos”.

Como bien lo dice una organización que un día fue lésbica y que hoy devino en transfeminista, Mujeres al Borde: Mi deseo es mi revolución. Así que nuestro deseo y el placer de juntarnos, del cuidado y apañe entre nosotras, de rebelarnos contra múltiples sistemas de opresión es la razón de nuestra existencia lésbica. El lesbofeminismo como movimiento se expande mucho más allá del relato de violencias que hemos vivido, a la vez que lo denunciamos con vehemencia. Nuestro acervo en galaxias, decía la poeta Adrienne Rich sobre las memorias lésbicas. El dolor no es lo que nos ha permitido tejernos ni elegirnos lesbianas. El dolor y las violencias heteropatriarcales que hemos experimentado y/o que nuestras ancestras han acuerpado es un estímulo para seguir tejiendo-nos en continuum lésbico, en una búsqueda incansable de hilvanar Otros Mundos Posibles para lo humano y la relación con el resto de la naturaleza.

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