Hace algunos años la Fiesta del libro de Medellín creó una estrategia para internacionalizar el evento. Consistía en invitar oficialmente ciudades que no fueran capitales, en esta forma estableceríamos relaciones con pares de Medellín y buscaríamos intercambios culturales efectivos. En 2014, el tema que orientaría todas las actividades de lectura era «Fronteras». Escogimos entonces a Tijuana, una ciudad fronteriza de México, de la cual nos llegaban ecos de sus dramas sociales, su música, su comida y sus escritores.
Como en esos momentos yo era director de la Fiesta, viajé a Tijuana con Herman Montoya, que iba en representación de la Secretaría de Cultura de Medellín. Íbamos con la misión de convencer a las autoridades de aquella ciudad de que enviaran una delegación cultural a Medellín. Las primeras reuniones nos mostraron el entusiasmo de los funcionarios, que veían en esta invitación una oportunidad para promocionar la ciudad en Suramérica. Los escritores convocados se preguntaban cuál sería su papel, cómo era el público, qué tanto conocíamos en esta parte del mundo la literatura mexicana, qué nos unía a ambas ciudades. Así se fue creando una atmósfera de viaje hacia un lugar lejano del cual habían oído historias de violencia y de superación de dificultades. Medellín se parecía a Tijuana en las leyendas negras que las persiguen. A nosotros, la sombra de Pablo. A ellos, el fardo de haber sido el jardín de las delicias de los gringos libertinos en los comienzos del siglo XX.

Cocineros, músicos, investigadores, poetas, cineastas y narradores de diversos géneros se embarcaron hacia Colombia. Traían sus saberes y soñaban con quienes los recibirían en el Jardín Botánico de Medellín. Los vimos, asombrados ante lo que iba apareciendo frente a sus ojos. Miles de personas de varios lugares de Colombia. Familias en grupo. Niños y niñas con sus colegios. Un movimiento alegre que los circundaba mientras recorrían el orquideorama, el patio de las azaleas, el camino de colores, el Parque Explora. ¿Qué pasaba por la mente de estas personas visitantes en un nuevo mundo? ¿Se sintieron más mexicanos que latinoamericanos cuando toda la delegación se reunió en la tarima de eventos de la Fiesta del libro para conmemorar el día de su independencia con el tradicional grito patriótico? ¿Se identificaron con nuestra tierra? Tal vez nunca lo sepamos con certeza.
Otros escritores han venido a Medellín y también dejaron su marca en la ciudad. Recuerdo haber asistido al Paraninfo de la Universidad de Antioquia a una lectura de poemas de Eugenio Evtuschenko en 1968. No pude verlo de cerca porque no alcancé puesto en el auditorio, tampoco en el corredor que tenía las ventanas abiertas. Me quedé a mitad de las escaleras y desde allí oí su voz como de metal triste. Supe que había venido a Colombia deslumbrado por la aparición de Cien años de soledad y que Gonzalo Arango lo había convencido de venir a Medellín. Después vino Borges y me lo perdí porque yo no estaba en la ciudad, pero desde el momento en que Manuel Mejía Vallejo lo paseó por Versalles y la Piloto no dejamos de hablar de él como si todavía estuviera aquí. El retrato que le hizo el fotógrafo Jairo Osorio sigue hablando por él, lo representa en bibliotecas y en algunas casas donde viven lectores de su obra y ha pasado a ser parte de los cuadros obligados, igual que en otra época fue el Corazón de Jesús.

Saber qué expectativas tenían estos autores, y otros que vinieron después, como Vargas Llosa, es difícil, pues son personajes públicos con frases célebres para cada momento, o si no, recordemos a Borges diciendo «ser colombiano es un acto de fe», una frase que hasta ahora no he logrado entender. Tal vez sea mejor buscar en aquellos invitados que, siendo conocidos por el gran público, todavía se expresan para pequeños grupos de personas. Recuerdo entonces los intercambios culturales de Medellín con Buenos Aires y con Barcelona. Por esos días de comienzos del siglo XXI, invitar escritores y artistas era una actividad emocionante, pues la primera etapa de la conversación estaba marcada por los prejuicios hacia Medellín. El narcotráfico y la violencia nos habían impuesto un estigma difícil de borrar. Luego tenían lugar las palabras de esperanza con las que les hablábamos de nuestra nueva realidad. Y cuando finalmente aceptaban venir todo era una fiesta. Así llegaron de Argentina Martín Caparrós, Guillermo Martínez, la orquesta Fernández Fierro, y de Barcelona Serrat, Quim Monzó, Jorge Herralde, Joan Tarrida, Nuria Amat, Carme Riera y con ellos las obras de Antoni Tapies y de Jorge Wagensberg.

La Fiesta del Libro reforzó el capítulo que ya había inaugurado el Festival Internacional de Poesía en 1991 y que podríamos llamar Medellín en el mundo. Nos hemos acostumbrado a ver llegar poetas y escritores de otros lugares del planeta. El horizonte de nuestra gente se ha ampliado y ahora somos una aldea diferente, consciente de que no somos los únicos habitantes del universo. Menciono algunos nombres de autores que han creado lazos de amistad con el público de Medellín. Alessandro Baricco, que recorría el Jardín Botánico hablándole a un público de jóvenes entre las orquídeas, les preguntaba por sus sueños, por la vida en la ciudad. Neil Leyshon, la británica, autora de Del color de la leche, por poco llega tarde al evento en el Parque Explora porque se le pasó el tiempo sentada en una acera de Carabobo hablando con venteros ambulantes. El personaje de su novela es una empleada doméstica del siglo XIX que despertó el interés de quienes luchan por los derechos de las mujeres todavía esclavizadas en nuestro tiempo. Fernando Savater puso sus reflexiones al servicio de nuestra sociedad y sus libros fueron editados masivamente para que las comunidades más marginadas tuvieran acceso a sus ideas. Recientemente tuvimos a Irene Vallejo en gratas conversaciones con quienes trabajan en las bibliotecas del Valle de Aburrá y en una magistral intervención en el teatro Fundadores de Eafit. Algunos días antes, cuando se anunció su visita, ella misma empezó a enviar mensajes de Twitter en los que se mostraba emocionada por conocer la realidad de esta ciudad que se ha destacado en el mundo por su red de Bibliotecas.
Si pudiéramos entrar en las mentes de los escritores que nos visitan, tal vez nos encontraríamos con la fascinación de quien viaja en busca de motivos para renovar su existencia. Y si ellos y ellas pudieran conocer el efecto que causan en nosotros sus libros, encontrarían una ciudad agradecida por la palabra que nos ha unido al mundo.
*Escritor y gestor cultural. Su más reciente libro es Adiós, pero conmigo. Otros son Soñamos que vendrían por el mar y El cine era mejor que la vida.
