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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Los hermanos Andrés y Blanca Uribe comparten el amor por la música, así la vivan en diferentes géneros. Toda una familia muy musical y talentosa. Foto: Manuel Saldarriaga
    Los hermanos Andrés y Blanca Uribe comparten el amor por la música, así la vivan en diferentes géneros. Toda una familia muy musical y talentosa. Foto: Manuel Saldarriaga

De Beethoven al reguetón: los hermanos Blanca Uribe e Ily Wonder

La pianista clásica más importante del país, Blanca Uribe, es hermana de Ily Wonder (Andrés Uribe), uno de los productores de reguetón más importantes de Latinoamérica. Hablamos con ellos y contamos su historia.

Por: Daniel Rivera Marín | Publicado

En 2011, Andrés Uribe no se había convertido en Ily Wonder, aunque ya usaba el seudónimo de rapero. Por ese entonces, daba clases de guitarra eléctrica en un apartamento del barrio Simón Bolívar, de Medellín. Recuerdo que tenía dos guitarras eléctricas —una Gibson Les Paul y una rareza de ocho cuerdas—, enseñaba líneas de jazz que sus alumnos repetían con tenacidad e intentaba ser productor de rap y reguetón. Además de su sonrisa franca, de su amabilidad sincera, destacaba de él su manera de vestir como un hombre moderno de Nueva York, y destacaba también el tatuaje de su antebrazo, en el que se veía a un hombre tocando el saxofón sopranino. Ese hombre era su padre, Gabriel Uribe García, músico excepcional que tocó con Lucho Bermúdez. El hombre era padre también de Blanca Uribe, la leyenda del piano clásico en Colombia, una mujer experta en Ludwig van Beethoven que está entre las pocas personas que ha tocado las 32 sonatas para piano del gran compositor nacido en Bonn. Puestas las cosas en orden, esta es la historia de una familia que heredó la flecha dichosa y mortal de la música.

Gabriel Uribe García tuvo un primer matrimo-nio con Blanca Espitia, una mujer dedicada a su ho-gar y al cuidado de los cinco hijos; todos recibieron educación musical, pero solo una fue la escogida: Blanca, que tuvo las primeras clases con su abuela María García de Uribe, quien había fundado con su esposo, el violinista Luis Uribe Uribe, el centro artís-tico de Barranquilla; una pareja de concertistas que tuvo un éxito importante en la Costa y en Bogotá. La niña estudió en el Conservatorio Nacional de Músi-ca, fue instruida por la maestra Luisa Manighetti; de-butó a los once años como solista en el Teatro Colón; a los catorce años se fue a estudiar a Kansas, Estados Unidos, gracias al mecenazgo del magnate antioque-ño Diego Echavarría Misas y luego, con ese mismo apoyo, estudio en Viena —ciudad por donde corre en himno mudo la historia de la música clásica, la sangre de los compositores más grandes de la histo-ria—. Años después de enviudar, Gabriel se casó con la flautista Lía Esther, de esa relación nació un único hijo: Andrés, a quien Blanca acogió con el cariño de la complicidad y de la enseñanza.

***

Es un día de sol brillante y aire benéfico en el orien-te antioqueño. En una casa de gran techo de made-ra, donde hay varios retratos familiares y unos cuan-tos de Beethoven, están sentados Blanca Uribe y Andrés Uribe (Ily Wonder). Ella viste una blusa de flores y él un saco holgado de la marca local Under-gold, preferida de los artistas urbanos y a la que aplauden diseñadores internacionales. Entre uno y el otro hay casi cuarenta años de diferencia, pero se entienden a la perfección, como si fueran adoles-centes que comparten roles en una banda de rock. El artista no deja de ser un niño —la figura es mani-da, pero se refuerza en el poder creativo que habita feliz en los primeros veinte años de vida— cuando está en su entorno común, en este caso, la música, los instrumentos. Blanca y Andrés tienen una fren-te beethoviana, matemática, donde puede albergar-se el gran conocimiento; él puede ser unos cuaren-ta centímetros más alto. En algún momento juga-rán a los roles: él se sentará a tocar el piano —toca-rá una progresión de soul con acordes menores— y ella se pondrá las gafas Prada típicas del mundo re-guetonero. Están dispuestos para una entrevista en la que mencionaremos la contradicción: ella es una de las grandes maestras del piano clásico y él es uno de los productores más importantes del reguetón mundial.

Blanca habla de la tradición familiar, de su abuela María, de su abuelo Luis Uribe, de la música en la fría Bogotá donde nacieron ella y sus herma-nos. Allá vivieron la infancia primera hasta que, en 1948, el padre —Gabriel Uribe García— recibió una oferta para tocar con la orquesta de Lucho Ber-múdez en el hotel Nutibara de Medellín. En el ca-mino de estos dos hermanos (Blanca y Andrés) no había otra opción más que la música: su bisabuela, la mamá de Luis Uribe, se llamaba Luisita Uribe y era sobrina del doctor Manuel Uribe Ángel; ella aparece como referencia y gran iniciadora de la his-toria musical antioqueña. Pero entre todo, hay una admiración profunda por el padre.

¿Quién era don Gabriel Uribe?

—Para mí es facilísimo hablar de mi papá porque lo hemos admirado todos los hijos, fue un gran músi-co. Y no solamente lo digo yo, sino el mundo de la música que lo conoció. Saxofonista, clarinetista, flautista, y de todos los géneros, porque tocó con la Orquesta de Lucho Bermúdez, fue cofundador de la Orquesta de Lucho Bermúdez, tocó en la Sinfónica de Colombia, en la Sinfónica de Antioquia; tocó música colombiana, andina, y lo hizo con el gran maestro Oriol Rangel, quien compuso para mi papá el famoso ‘Ríete Gabriel’. Entonces, sí, lo admira-mos y nos apoyó en todo lo que queríamos hacer —dice Blanca.

—Mi papá puso la vara muy alta, ¿no Mona? Es muy complicado uno llegar a ese nivel. Yo creo que mi papá sin duda alguna era el más talentoso de todos —dice Andrés.

***

Paréntesis: ir a Youtube, buscar ‘Ríete Gabriel’. Hay una versión del Grupo Seresta Colombia. Es un pasillo que empieza con caída cromática toca-da en un saxofón —guiño al maestro Gabriel— que, si se tratara de un acorde, parecerían acor-des semidisminuidos, por lo que más que produ-cir tensión, producen risa. El pasillo crece, como subiendo una montaña detrás de una mujer ama-da, riendo. Ya en plena fogosidad, la percusión re-marca las caídas cromáticas, como diciendo: ríe-te espectador, ríete Gabriel.

***

Andrés Uribe estudió piano desde pequeño, su ma-dre se encargó de las primeras clases. Y Blanca, que por entonces era maestra en Estados Unidos, viaja-ba en vacaciones y le enseñaba algunas cosas, pero, sobre todo, jugaba con el pequeño, a quien amaba como a un hijo. Al muchacho le resultó difícil el piano, pero no tocarlo, no soportaba las presenta-ciones en vivo, las audiciones, los conciertos donde los reflectores le caían como el puño de un dios. Un día en el colegio San Ignacio escuchó a un amigo tocar Motorbreath, de Metallica, y se enamoró de ese riff galopante, le pareció un descubrimiento. Blanca le regaló una guitarra eléctrica y así empezó una edad metalera en la que ella fue cómplice y al-cahueta: le regaló discos, lo llevó a conciertos y has-ta le auspicio una perforación en la ceja.

—Lo del piercing sucedió en Estados Unidos. Me fui a vivir con mi hermana a los catorce años y allá estaba en un colegio católico: Nuestra Señora de Lourdes, Our Lady of Lourdes, íbamos todos con corbata y un día llegué con esa perforación, me tocó tapármela con una curita.

¿Allá estudiabas música?

—Empecé con el piano porque veía a mi hermanita tocando y quise hacer eso. Pero el piano no me pa-reció tan divertido en un momento, porque me exi-gía mucho tiempo y en las presentaciones me daba de todo, me temblaban las manos, me sudaban. Quizá por eso con los años me encantó la produc-ción, porque me gusta estar detrás del telón y hacer la música, pero que otro salga a cantarla, a tocarla, y yo me quedo en mi casa tranquilito. Y, claro, estu-dié allá guitarra con varios profesores, hasta que me matriculé en Berkeley.

En Estados Unidos, la fiebre metalera de An-drés tomó vocación de realidad: compró discos, es-tuvo en conciertos (su hermana lo esperaba a la sa-lida hecha un manojo de pensamientos) y armó bandas en las que tocaban cover o canciones pro-pias. También conoció el rap, pues eran los años en que Wu Tang Clan recibía todos los reflectores de una Nueva York agitada por el hampa y la crisis del crack. Todo encontró sentido cuando se matriculó en la gran universidad de los músicos, Berkeley, y conoció el jazz. Hubo un tiempo en que soñó con las líneas de Miles, de Coltrane, del gran pájaro azul, Charlie Parker, y quiso dedicarse a ese don su-premo. Pero con el tiempo el destino abre sus cami-nos, los cambia, los tuerce.

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Como se trata de una entrevista doble, hay que hacer zoom a los personajes. Preguntamos.

Maestra Blanca, entonces Andrés se fue a los 14 años a vivir con ustedes y, mientras tanto, ¿usted qué estaba haciendo en Estados Unidos

—Era profesora en un college, sí, donde estuve 36 años...

Pero mientras tanto usted también daba conciertos, ¿cómo fue su vida?

—A mí me escuchó don Diego Echavarría Misas cuando yo tenía 13 años, yo tocaba de solista con la Sinfónica de Antioquia, y entonces él nos invitó a su casa y les preguntó a mis papás cuáles planes te-nían para mí, y no, pues planes no había, porque económicamente era muy difícil salir a estudiar afuera. Mi tío, que había sido primer cello de la Sin-fónica de Colombia, y había sido director del con-servatorio, estaba tocando con la orquesta filarmó-nica de Kansas; él había averiguado que había un excelente conservatorio con un profesor polaco, en-tonces la única opción era ir a la casa del tío y por eso me fui para Kansas. Estuve tres años y medio allá, y antes de cumplir los 17, o cuando ya había cumplido 17, me fui a estudiar a Viena. Unos cole-gas del Conservatorio de Kansas habían ido a Viena y les pareció la maravilla. Uno soñaba con Viena por su historia musical. Le consulté a don Diego, le dije que prácticamente el apoyo sería el mismo y me dio autorización. Viena estaba recién salida de los rusos, que se fueron en 1955, así que todavía se estaba como recuperando de la guerra y era muy económico, entonces don Diego se puso feliz, por-que él amaba a Beethoven y a Mozart. Allá estuve casi seis años.

Usted tuvo ahí un maestro importante...

—Sí, sí, sí, el maestro Richard Hauser. El caso es que diez años de mis estudios los pagó don Diego Echavarría Misas. —¿Que hace la diferencia entre un maestro y otro? ¿Cuál es la diferencia de un pianista con otro, cuando las partituras son las mismas, las sonatas son las mismas?

—Son muchas cosas. Primero, la forma-ción técnica. Técnica es poder tocar pia-no, es poder que cante el instrumento, es manejar el pedal, es el control de las ma-nos, la velocidad, la dinámica. Y todos podemos leer que aquí que dice ‘fuerte’ y aquí dice ‘piano’, pero el fuerte mío va a ser distinto al de otra persona... aunque estemos respetando todo lo que el com-positor quiere, cada uno lo hace un po-quito distinto, porque si no sería muy aburrido, sería apretar un botón y que todo suene igual. Con los profesores, so-bre todo en el caso mío, fue muy impor-tante llegar a Viena y entender cómo se toca la música clásica del periodo clásico, cómo se toca un Haydn, un Mozart, un Beethoven, a diferencia de cómo se toca un Chopin o un Rachmaninoff, son dos cosas totalmente distintas que uno cree que no es sino leer y tocar, no, son una infinidad de cosas, que eso lo aprendí yo muy afortunada con el profesor en Vie-na, sobre todo con los clásicos, el respeto por la articulación.

***

Una vez en Medellín, y después de tocar con algunos cuartetos y tríos de jazz, de dar clases en el pregrado de Música de Eafit, Andrés se integró a la escena del rap de Envi-gado. Conoció los inicios de Reykon, de J Balvin, de un montón de muchachos que tenían el sueño de convertirse en grandes estrellas de la música. Las influencias del hip hop de Nueva York florecían en él, que tampoco olvidaba la formación de casi cinco años en Berkeley.

—Andrés se graduó el 22 de diciembre de 2002 de la Universidad y dos días después estaba viajando para Medellín, él quería volver a como diera lugar, le hacía falta la mamá, pero también la ciudad —dice Blanca Uribe.

¿Vino con la idea de hacer reguetón? —le pregunto a Andrés. —No, yo no estaba pensan-do en reguetón, yo estaba pensando en jazz y tocar aquí. Regresé porque siem-pre quise vivir en Medellín.

La conversación gira de manera extraña por el amor a Medellín y los gus-tos musicales. Blanca siem-pre remarca que le sorpren-de la capacidad de trabajo de Andrés y sus colegas, dice que siempre están pro-duciendo, componiendo.

—Él regresó por su amor por Medellín, él na-ció con ese amor, porque cada momento que tenía libre, si la mamá no podía visitarnos, él se venía a estar con su mamá.

—Recuerdo que la Mona (Blanca) me decía: “¿Quieres que nos vayamos en las vacaciones de ve-rano para España para que estudies flamenco?”. Yo le decía que no, que yo quería venirme para la tierra —dice Andrés y yo remarco que los contactos que tenía la hermana mayor pudieron abrirle el mundo entero, a lo que ella responde lo siguiente.

—Pero también tengo que decir que donde lo recibieron no era por contactos míos, que porque era el hermanito de la maestra, sino porque él es ex-tremadamente talentoso. Recuerdo cuando el profe-sor de guitarra del college lo vio, porque iba a tomar clases, privadas, y lo vio calentando y dijo “Oh my god... este niño de 14 años que me trae es un genio”.

Usted ahora decía que Andrés es el que más talento heredó del papá, ¿por qué? —le pregunto.

—Porque me quiere... —dice Andrés y se ríe.

—No, su capacidad de hacer música es impre-sionante. Y hace bien todos los géneros, a mi pón-ganme a tocar cualquier otra cosa que no sea clá-sica o música colombiana y no soy capaz. —¿Usted qué opina de la música que este muchacho está haciendo ahora?

—Lo respeto, nosotros respetamos todo. No me gusta mucho, pero sí lo oigo, si él es el que está ha-ciendo una guitarrita, me parece lindo, lloro y todo... él dice que no es responsable por las letras. Mientras no sea responsable por la letra, lo que sea.

***

Una anotación que no es menor. En una entrevista con la revista Bocas, Blanca Uribe habló del mo-mento más triste de su vida: “La muerte de mis pa-dres. Primero fue mi madre, justo cuando me lla-maron para la audición en Juilliard. Ella estaba en las últimas y yo tenía que volar a Nueva York para poder optar por esa beca. Tener que dejarla en Co-lombia, subirme a un avión y presentar una audi-ción con el alma en vilo fue horroroso. Cuando mu-rió mi papá, un jueves, yo debía tocar dos concier-tos, uno el viernes y otro el sábado. Yo decidí que me iba para Medellín para estar en el entierro de mi papá, y dos amigos del alma me reemplazaron uno en cada concierto para no cancelarlos. Pero en el aeropuerto de Nueva York me robaron la cartera con todos mis documentos y no pude viajar. Enton-ces me quedé y toqué el concierto del sábado. Fue otra prueba tremenda; lo mismo que tocar en el en-tierro de don Diego Echavarría, que fue una perso-na muy importante en mi vida”.

***

Blanca y Andrés hablan casi todas las noches por te-léfono; ya ella no da clases en la universidad, pero sí tiene alumnos que la visitan en su casa. Nunca ha dejado de estudiar, cada día pasa por su amado Beethoven, por la música colombia, por los ejerci-cios de los dedos. Dice que algunas veces hablan a la una de la madrugada y escucha a su hermano produciendo, dándole vueltas a algún arreglo de una canción de reguetón. Para él llegó el éxito des-pués de colaborar con 4 babys, la exitosísima can-ción de Maluma donde colaboró con guitarras y producción.

—Los RudeBoyz me invitaron a colaborar con Maluma. Eso lo hicimos en Miami y yo me di cuenta que por ahí podía ser la cosa. Yo escu-chaba reguetón, pero todo fue un proceso, por-que mi amor siempre ha sido por el rap. Pero ahí ya hemos hecho varias canciones importantes como Hawaii o el último álbum de Maluma y Blessd.

¿Cuántos temas puede hacer en un año?

—Hacemos miles, la cosa es que salgan. Esa es la parte compleja de la industria, que se tienen que juntar un montón de factores para que el artista sí quiera sacar una canción.

¿Qué quiere hacer cuando se retire? —Siempre he dicho que el día de mañana quiero tener un cuarteto de jazz.

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