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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Pieza de la serie La flor caduca de la hermosura de su gloria / Los Ruanetas; acrílico sobre tela, Wilson Díaz, 2011.
    Pieza de la serie La flor caduca de la hermosura de su gloria / Los Ruanetas; acrílico sobre tela, Wilson Díaz, 2011.

Cuando la música se ve

Una selección de cinco artistas contemporáneos de diferentes ciudades de Colombia, que desde el arte sonoro o desde la creación visual construyen o deconstruyen el paradigma de las músicas y el legado de sus estereotipos.

Carlos Uribe* | Publicado

Entre todas las artes, la música ha tenido una relación particular y problemática con su exterior, con aquello que existe por fuera de la música. En ese contexto, se considera música absoluta o música abstracta a todas aquellas obras musicales instrumentales que no contienen ningún elemento extra musical, es decir, que no contienen relación con ningún texto, imagen ni cualquier otro tipo de arte. Por su parte a la música que integra cantos o estructuras narrativas, se le considera música programática.

La música está entonces en tensión con el concepto, con el lenguaje entendido como código organizador de la realidad. Esta tensión está presente ya en la voz, ya que la misma es capaz de articular tanto la palabra como la melodía, siendo la voz hablada la depositaria de esa imagen acústica del signo lingüístico. 

De acuerdo con lo anterior, la música no es definible a partir de la gama de sentimientos humanos a representar. Un sentimiento determinado nunca existe como tal sin un contenido real, histórico, narrativo, el cual solo pueden exponerse mediante conceptos. Pero la música no reproduce conceptos; en cambio, representa la dinámica de los sentimientos, siendo el movimiento aquello de lo que se apropia más eficazmente, comprendiendo como movimiento el crecimiento o decrecimiento de los sonidos. El resto de lo que podría representar la música es simbólico y sujeto a la interpretación.

Es tal vez aquí, en la producción e interpretación simbólica, en la hermenéutica de comprensión de los significados de lo real, en la decodificación de lo no verbal, en el concepto, en donde las artes visuales se diferencian de la música, y paradójicamente, la han fagocitado, acercándose sigilosamente a ella en las últimas décadas. Es más, no hay una separación clara: es decir, el arte visual influencia la música y la música influencia al arte. La unión de ambas crea una experiencia más completa para el artista y el intérprete, y para el creador y los consumidores de estas.

Para comprender mejor esta aproximación, presento a continuación una selección de cinco artistas contemporáneos de diferentes ciudades de Colombia, que desde el arte sonoro o desde la creación visual construyen o deconstruyen el paradigma de las músicas y el legado de sus estereotipos: Jorge Barco, Tatyana Zambrano, Wilson Díaz, Liliana Angulo y Lorena Zuluaga, son los/las invitados/as a esta edición de Generación; algunas de sus obras y procesos aparecen en este artículo, y/o desplegados en conversación con las reflexiones de algunos de los colegas articulistas según el tema.

Jorge Barco artista, curador y productor cultural ha construido un discurso y un lenguaje multimedial a partir del arte sonoro. Investiga las manifestaciones sónicas de la materia, la confluencia entre arqueología y geología de los medios, el diseño especulativo, y la ecología. Construye artefactos sonoros, composiciones, video, actos en vivo y participa activamente de la escena del ruido. Ha presentado su trabajo artístico en varios espacios para la difusión de las artes electrónicas de Latinoamérica y Europa, vive en Medellín. A partir de la obra de Barco, es importante comprender el punto de intersección o las diferencias entre la música y el arte sonoro, porque, aunque ambos quehaceres estén relacionados por lo acústico y el fenómeno sonoro, la música maneja un lenguaje en el que el sonido musical o tono está enmarcado dentro de escalas, contrapunto, armonía y ritmo. En el arte sonoro se utiliza el sonido o el ruido analizado en microsegundos al elaborar una obra, y en el caso de Barco, como de muchos otros artistas sonoros los objetos, el espacio y las visuales son incluidas como un todo.

Tatyana Zambrano artista visual y activista de Medellín, establece igualmente una relación disruptiva frente a la música, pero desde un orden marcadamente conceptual y critico que cuestiona las narrativas y estereotipos de las músicas urbanas recientes, específicamente el rap y el reggaetón. Sus happenings y acciones colectivas subvierten abiertamente la idea de “industria” al dislocar el brillo de los ídolos y el estrellato de las reconocidas figuras del escenario, por situaciones distópicas donde individuos o grupos emergentes con necesidades diversas: de género, ideológicas o sexuales, pueden “parchar” y reivindicar sus consignas en lugares insólitos como la sede local del partido comunista o parasitando la misma tarima.

Wilson Díaz quien vive en Cali, además de ser un gomoso coleccionista de elepés de salsa, música tropical y chucu-chucú, con los cuales formaliza instalaciones y espacios ambientales donde la iconografía de las caratulas se correlaciona en una especie de atlas mnemosyne, coteja a partir de estas un particular relato de la historia política del país reciente, frente a la cosificación y reproducción que hace la cultura popular de los imaginarios sobre las tierras tropicales y calientes, y la vinculación con sus disfuncionalidades políticas. Como una deriva de este proyecto denominado La Flor caduca de la hermosura de su gloria, presentado en el Premio Luis Caballero en 2011 ha venido desarrollando la “remasterización” de dichas imágenes de portada, donde la fuente, -el original-, es modificado y sometido al supuesto de la ficción, en un diálogo con las carátulas que le dan sentido y potencian el relato.

En esta misma vía, sobre la reflexión de los estereotipos e imaginarios identitarios, Liliana Angulo, artista nacida en Bogotá pero de raíces caucanas, ha desarrollado varias series críticas y reflexivas sobre los clichés raciales asociados a las negritudes: Negro Utópico (2001) y Mambo Negrita (2006), y específicamente con la música Salsa y la cultura vallecaucana, el proyecto Feliz Negrura – Cali es Cali – Mi hijo y yo (2008), y Negritude (2007), son cuatro miradas agudas desde las artes visuales al establecimiento blanco hegemónico del país y su imaginario sobre lo Afro.

Haré hincapié por solicitud de la autora en las dos últimas: Feliz Negrura... se divide en una trilogía de videos que actualmente se encuentra en proceso, hasta el momento incluye las dos primeras partes que están relacionadas con la música y el baile Salsa. Se centra en el cuerpo performativo, las prácticas sociales y los discursos que rodean este género musical. Indaga cómo la cultura vinculada a esta música exhibe formas de resistencia negra incorporadas por los cuerpos de los bailarines. Aborda cómo algunas letras describen el cuerpo negro y las relaciones sociales entre las comunidades negras. Por su parte Negritude, es una videoinstalación que hace referencia a las formas históricas y contemporáneas de opresión y resistencia. Se centró en el “cuerpo negro que baila” en espacios públicos icónicos. Un hombre afrodescendiente con un prominente peinado afro baila salsa por el paisaje urbano de una ciudad distópica, que puede ser cualquier capital caribeña. Las canciones que fueron elegidas para formar parte del video describen a hombres negros; algunos visten y expresan un fuerte legado del pensamiento colonial y otros comunican algún tipo de resistencia a las representaciones hegemónicas del hombre negro. Las canciones populares escogidas asociaban a los hombres con la rumba, la pereza, la poligamia, la fealdad, el fracaso, la deshonestidad.

Finalmente presento a Lorena Zuluaga, la más joven entre los mencionados. Sus investigaciones y procesos de obra se han centrado en las músicas populares. Canción del día (2020), hace parte de un proceso de investigación en campo junto con el historiador Daniel Giraldo, desarrollado con músicos populares en el centro de Medellín. Los invitados fueron Los Auténticos del Ritmo cuatro músicos callejeros que tocan música parrandera a jubilados y gente sin rumbo en los parques y heladerías aledañas al parque de Berrio. El medio elegido fue grabar un programa de radio con entrevistas, cortinas, cuñas ficticias y saludos para dar a conocer a estos talentos anónimos, se hablase de la situación de los trabajos informales y cómo son las dinámicas sociales entre lo rural y los procesos de migración a las grandes ciudades.

Pero Lorena se ha dado a conocer más por Amores de Arrabal (2022), una puesta en escena instalativa que sigue los lineamientos de los sets de grabación para cine. En esta instalación escenográfica, la artista reunió́ el trabajo conceptual e investigativo de varios años para concebir la construcción escenográfica del espacio, a la manera de la dirección de arte para una película, visitó varios bares de la ciudad y juntó objetos, materiales y texturas que le imprimieron al espacio el ambiente de la noche bohemia; con la prevalencia del rojo, los espejos y las portadas de elepés con mujeres. Su narrativa contaba, de una manera vivida, las historias de los bares de barrio, de las esquinas, las dinámicas del deseo y la seducción... una excusa para que sucedieren historias entre los visitantes.

*Historiador, curador y artista visual.

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