Para mover las caderas al son de un tambor cumbiero es necesario el trabajo coordinado de millones de neuronas localizadas en distintas zonas del cerebro, principalmente en el lóbulo frontal. Gracias a ellas miles de señales eléctricas viajan a gran velocidad desde el órgano hasta la médula espinal y de ahí a los músculos, que finalmente se contraen y generan la actividad motora.
En el cerebro hay más de 160.000 millones de células, un número 20 veces mayor que el total de personas que hay en el mundo. Sin ellas funcionando no ocurriría la magia: no podría caminar, saludar a alguien agitando el brazo o bailar al ritmo de una canción.
En vista de que el movimiento es inherente al ser humano, comenta Eliana Arcila, docente del posgrado de Medicina Deportiva de la Universidad de Antioquia, se tiende a percibirlo muy natural y desconociendo la gran complejidad que hay detrás de dar un solo paso.
Trabajo en equipo
El movimiento voluntario implica una coordinación y una exactitud majestuosas, tanto que solamente algunos animales lo logran. Todo inicia en la corteza cerebral donde está el área primaria motora (ver imagen), en una región llamada homúnculo motor, que tiene asignadas neuronas para cada una de las partes del cuerpo. Las que tienen mayor rango de movimiento y mayor control motriz —como los dedos— tienen más neuronas a su cargo.
La precisión que requieren actividades como escribir, manipular objetos o señalar tiene origen en la vía extrapiramidal, explica Leonardo Palacios, docente de Neurología de la Universidad del Rosario. Además, intervienen estructuras como el cerebelo y los ganglios basales. Gracias a ellos cada actividad es planeada, es posible manejar las contracciones musculares, la fuerza y la trayectoria de cada acción dependiendo del contexto.
El movimiento involuntario, por su parte, funciona distinto, pero es controlado por esa misma zona y es igual de crucial. Es por él que puede mantenerse erguido e iniciar la marcha. Piénselo un momento: al caminar no está siendo consciente de cada paso, lo que ocurre es casi automático. Si tuviera que hacerlo de forma consciente, agrega Juan Gonzalo Gómez, docente de Neurología Clínica de la Universidad CES, no podría tener otros pensamientos mientras anda, concentrarse en el paisaje, en el camino, reflexionar sobre ese libro que se terminó de leer.
Aunque el cerebro es el órgano central en todo el proceso, es importante recordar que interactúan otros sistemas igual de complejos como el osteomuscular, que incluye esqueleto, músculos, cartílagos y ligamentos; el pulmonar, que toma el oxígeno y provee la energía necesaria; y el tegumentario (piel, cabellos, uñas), que permite establecer contacto con el medio, recibir estímulos y dar una respuesta adecuada a esa interacción.
Una danza interna
El movimiento corporal, además de ser práctico para la vida diaria, ha sido una forma de comunicación. De hecho, su surgimiento fue previo al del lenguaje verbal y terminó desarrollándose en lo que hoy es la danza: una experiencia estética y comunicativa ligada al sonido.
Para que manos, caderas y pies puedan moverse teniendo de fondo una canción es clave que reciban datos sobre el entorno en el que están y la posición del cuerpo. Esto es posible por la información a la que acceden por dos vías sensoriales. La primera es la visuoespacial que facilita, a través de la vista, saber dónde está el cuerpo en relación con los objetos que lo rodean. Para tener clara la segunda, que no tiene relación con alguno de los cinco sentidos convencionales, haga este ejercicio: cierre los ojos y ubique dónde y en qué posición están cada uno de sus dedos. Aunque no los vea, lo sabe. Esto es posible gracias al sentido de propiocepción —llamado por algunos el sexto sentido— que está presente en todo el cuerpo a través de una serie de receptores nerviosos que envían información al cerebro permitiéndole tener un “mapa” corporal claro.
Esa información sensorial recibida a través de esas dos vías llega al lóbulo parietal. Allí es procesada y enviada al lóbulo frontal, a las áreas descritas. Así, cada que se mueve hay una danza interna, armónica y rítmica, que le facilita mover músculos y articulaciones. Finalmente, para el balance y el equilibrio está el oído interno que envía información al cerebelo para que coordine, prevea y corrija posibles errores de ejecución.
Las emociones
Más allá de la explicación biológica del movimiento, hay otros dos componentes fundamentales: el contexto y el entorno psicosocial. Sin esos dos dominios sería muy difícil moverse, complementa Sandra Hincapié Garaviño, decana de la Facultad de Fisioterapia de la Universidad CES. El movimiento que produce es distinto si está trabajando o haciendo deporte. Además, como el movimiento comunica, dice ella, hay que tener en cuenta las emociones.
Estos apuntes de la docente se entienden bajo dos conceptos. El primero, la corporalidad, que se limita a describir los componentes biológicos y las estructuras del cuerpo. El segundo, la corporeidad, que se enfoca en los aspectos psicológicos, sociales y afectivos que acompañan al movimiento. “El entendimiento de este debe ir más allá de la capacidad física. Somos individuos psicosociales y culturales. Los seres humanos aprendemos a través del movimiento, establecemos contacto con los demás a través de él. Es un instrumento de crecimiento, maduración y aprendizaje”.
Proezas corporales
Analizar la actividad corporal de los bailarines —expertos en aquello de moverse— ha sido un reto para los científicos. Esto en vista de que los aparatos y herramientas destinados para su estudio comprometen la movilidad de los sujetos. De ahí que las primeras investigaciones de los cerebros al danzar —y en torno a las que hay consenso— fueran hechas poniendo a los bailarines a observar videos de otras personas en movimiento. Así fue posible determinar que aquellos que danzan tienen más activa la red de observación de la acción —que incluye a las neuronas espejo, ubicadas en la corteza premotora— que aquellos que no. En este mismo sentido, agrega Arcila, la genética —por ende la cultura y el lugar en que se nace— influye en las capacidades de cada ser humano. De ahí que los haya más resistentes y más flexibles. Es normal que sienta envidia de esos bailarines que ve en escena.
Sin distinción, el hecho de moverse, y sobre todo danzar, es saberse vivo y obra de arte. Ya lo decía Nietszche en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música: “Cantando y bailando se manifiesta el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando. (...) El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte” ◘
