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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Colección de libros locales de 2024

Colección de libros locales de 2024

El equipo de la revista Generación destaca sobre siete libros que, para su consideración, son fundamentales para entender la literatura que se publicó en Medellín este año.

Por Generación | Publicado

En la última edición del año pasado, Generación hizo una lista de los 26 libros más importantes publicados por autores colombianos en este siglo. Fue un trabajo arduo: consultamos a más de cien expertos —escritores, editores, académicos, lectores, libreros— para que nos contaran cuáles eran sus cinco favoritos, el caso es que tras ese ejercicio nos animamos a recomendar un puñado de libros publicados por autores locales, de Medellín y Antioquia, en 2024. Sabemos bien que esta es una empresa babilónica, y más ahora, cuando se encuentran escritores y libros hasta debajo de las piedras. Pero hay que mojarse, hay que dar a un paso adelante y decir estos son mis elegidos, ojalá lectores queridos se animen a leerlos. No es un ranking, se trata de una lista azarosa hecha por el puro gusto o por la pura importancia —caprichosa. Hay de todo, escritores y escritoras que ya cuentan con experiencia suficiente, potentes. Y hay otros escritores o escritoras jóvenes, que empiezan a formar lo que nos gustaría que fuera una obra potente —aunque aprendimos de Rulfo que una obra potente puede estar hecha de unas cuantas páginas. En primer lugar, queremos mencionar El hilo que teje la vida: aproximación a la vida cultural en Antioquia y Medellín (1820-1940) de Juan Luis Mejía y publicado por el Fondo Editorial Eafit. Varias cosas para decir: es un libro hecho de puro conocimiento, pues Mejía se ha pasado la vida investigando por qué somos los antioqueños como somos, por qué Medellín pasó de ser una ciudad del carnaval, a una ciudad de la fiesta, cómo nos atravesó el tango y la melancolía; es un libro de mesa enorme, con buenas fotos e ilustraciones, pero bastante “encartoso” para el lector, deberían pensar en una edición rústica y pequeña.

Muerde perra espléndida, de Jorge Iván Agudelo (coedición de las editoriales universitarias de Eafit, Cesa, Icesi y Uninorte), cuenta la historia de un ingeniero que entrado en whiskys recuerda su adolescencia en un barrio de las orillas de cráter de Medellín, las andanzas alucinógenas, las borracheras, los amigos asesinados; lo interesante de la novela es que tiene un giro estilístico: el hombre en medio de su descenso etílico hace un homenaje ambiguo a un profesor, poeta, que le mostró la gracia de los versos, la maldición de la literatura, el rescate de un puñado de palabras. Agudelo logra darle a la narrativa típica de Medellín un giro de tuerca. El nombre de la novela —Muerde perra espléndida— es el primer verso de un poema suelto del que no conocemos su culmen, algo así como los capítulos perdidos de la gran novela que escribió (¿?) el vago neoyorquino Joe Gould.

Quien vuelve con las calles de Medellín y la historia de su mal íntimo es Juan Diego Mejía, que publicó Y si acaso yo muero en la guerra (Tusquets), una novela sobre la calamidad que vive una familia cuando su hijo, como soldado en servicio, cae en una mina “quiebrapatas”. A tres voces —la del soldado, la del padre del soldado, y una primera voz de un hombre que es novelista y comparte atributos con el autor—, Mejía desarrolla con soltura una reflexión sobre la familia, el amor y la posibilidad de que un nacido en Medellín hace cincuenta años haya sido mordido por todas las maneras de la guerra: el narco, el conflicto armado, los combos de barrio. De fondo aparece una excusa: el ejercicio de trotar, de correr. Todos los personajes trotan con desespero, como huyendo del mal. Todos los que alguna vez lo han hecho saben que el que trota busca cambiar de obsesión: arañar con el pensamiento la huida de una tragedia.

De Mejía pasamos a talentos más jóvenes. Manuela Espinal Solano publicó Ya nadie canta (Literatura Random House), que apareció primero en España con el sello Caballo de Troya; se trata de su segunda novela —la primera fue Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto (Angosta Editores, 2016)— donde cierra las memorias ficcionadas de una familia de músicos viejos, de otra época, y de la que la narradora es testigo excepcional; es la muerte del abuelo de la familia lo que desencadena una reflexión sobre el amor, el dominio y los roles de hombres y mujeres engullidos por la vida doméstica.

La editorial Gallina ciega publicó El tiempo no sabe dónde estoy, el primer poemario de Sara Rodas Correa —también cantante de Mr. Bleat—, un puñado de versos, algunos con rima, acompañados de ilustraciones y letras de canciones, todo hecho por la misma Rodas: “Las nubes van pasando / y tu cara se va formando / Puedo ver / cómo la luz se pone a tus pies / Puedo ver / cómo la luz se pone a tus pies / Las nubes se van formando / y tu cara que va pasando / Puedo ver / cómo la luz se traga tu piel / Puedo ver / cómo la luz se traga tu piel / Puedo ver / cómo la luz se traga tu piel / Puedo ver / puedo ver, las nubes”. Gallina ciega quiere publicar el primer libro de poetas locales, una empresa valiente y que hacía falta en Medellín, donde las editoriales solo se “arriesgan” con los vates ya consumados de siempre.

Este es uno de los primeros párrafos de Los niños de La Pica, del joven periodista Camilo Castañeda Arboleda, quien, con este libro publicado por Sílaba Editores, ha ganado ya varios premios: “Jorge, el muchacho de camisa ocre, resume lo que pasó el día en que el Ejército mató a los seis niños; se ve un poco nervioso. Cuenta que en su escuela habían organizado un paseo escolar. Que solo hasta el día anterior su padre les había dado permiso a sus hermanos, Alejandro y Paola, y a él. Que el 15 de agosto, en la mañana, inició la caminata desde la escuela de La Pica, una vereda escondida en las montañas de Pueblorrico, Antioquia. Que iban cincuenta niños, una profesora y tres padres de familia. Que en medio de la caminata fueron emboscados por militares. Que él se salvó de milagro, pero asesinaron a sus dos hermanitos. Que el Ejército justificó las muertes diciendo que los niños eran guerrilleros. Y que ahora, 19 años después, quiere saber la verdad de lo sucedido”. Esta es la historia de una masacre cometida por el Ejército en una vereda de Pueblorrico, como dice la cita. Es sorprendente que poco se ha hablado de un crimen tan horroroso. El libro sigue siendo el refugio del periodismo profundo.

Aunque se trata de una reedición, no está de más mencionar Los amigos míos se viven muriendo, de Luis Miguel Rivas, que esta vez publicó Seix Barral. Puede ser uno de los libros más importantes publicados en Medellín en los últimos veinte años, que se transformó en un fenómeno editorial y un tesoro que pocos encontraban, pues el Fondo Editorial de Eafit, tímido, no se atrevió rápido a las reimpresiones. Muchos, la primera vez que lo leyeron sintieron que Rivas estaba descubriendo un estilo nuevo, lleno de humor y tragedia: el sexo grupal trágico —casi la violación—, el delirio de persecución —sentir que alguien te persigue por delante—, el lavaperros que manda en un pueblo ambicioso como Envigado.

Hijo de ese estilo que propuso Rivas —estilo que viene de Vallejo y antes de Carrasquilla—, se publicó también este año Cuentos guerrilleros (Klebsidra Editores), de Esteban Roldán, un libro de voces diversas, como escrito por legión, aquel espíritu que decía tener miles de identidades. Algunas piezas se precipitan sobre el lector como un mal, como aquel cuento donde dos sicarios conversan en una moto. Además de estar influenciado por Rivas y por David Betacourt, hay algo de Ricardo Piglia en la prosa de Roldán: el cuento que en lo profundo no solo lleva letras sino ideas.

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