El mundo está hecho de redes y de conexiones que a veces pasan desapercibidas. Redes de hongos, que distribuyen alimento entre los árboles. Las de malla, fibra o metal que sostienen y fortalecen. Y, sin ir tan lejos, redes formadas por más de cien mil millones de neuronas, que nos permiten realizar acciones tan cotidianas y humanas como pensar o sentir.
Así como éstas se crean para transmitir información, existen redes de conocimiento que se tejen naturalmente para enriquecer la experiencia de las personas. En Colombia, por ejemplo, se teje una red invisible de mujeres científicas que les permite encontrar puntos en común.
En palabras de la climatóloga Paola Arias: “El hecho de compartir con otras mujeres científicas a lo largo de mi experiencia profesional ha sido muy enriquecedor, porque con cada una me he dado cuenta de que entre nosotras siempre hay un montón de puntos comunes, no solo en cuanto a vivencias, sino también en cuanto a los roles”.
La experiencia ha sido similar para la astrofísica Lauren Flor, cofundadora del colectivo Colombianas Haciendo Investigación en Astrociencias (Chia), una asociación voluntaria de mujeres que ejercen en las áreas de Astrofísica y Ciencias del Espacio en Colombia y alrededor del mundo. Dan visibilidad y exaltan el trabajo de mujeres con baja representación en la academia.
“Crear redes con mujeres nos ha permitido compartir perspectivas únicas, habilidades y conocimientos que han enriquecido nuestras ideas y proyectos, además de ser referentes locales para nuevas generaciones. Nuestra misión es explorar la belleza y complejidad del universo con una diversidad de visiones que aportarán de manera eficiente la producción de conocimiento científico del país”.
Esta red femenina que se teje día a día fortalece la voz de las mujeres en un área donde históricamente han estado subrepresentadas. Al conectarse entre ellas se transforman en una unidad que impulsa cambios significativos, el más importante: enriquecer la ciencia con otras miradas.