Hace un siglo, José Eustasio Rivera, un hombre de clase media, nacido en San Mateo, Huila (hoy Rivera), publicó una novela llamada La vorágine. Corría el año 1924. Las estéticas latinoamericanas buscaban en la ruptura de las vanguardias, en la mirada hacia los pueblos originarios —el indigenismo— y en la reivindicación de lo telúrico, formas para entender su lugar en el mundo, a un siglo de haberse creado las primeras repúblicas tras las emancipaciones coloniales. Rivera había nacido en 1888. Había viajado como abogado a Orocué, un pequeño pueblo del Casanare, para atender un pleito. Sabía, por los informes que se habían producido desde la década de 1910, que la Amazonía colombiana y peruana era el escenario de la empresa colonial extractivista más cruel que haya existido en el siglo XX en América Latina. Miles de indígenas bora, huitoto, muinane, andoke, entre otros, fueron esclavizados a través de la economía del endeude, que consistía en entregar bienes —máquinas de coser, radios, etcétera— a los individuos para atarlos para siempre, al ignorar el monto que debían pagar. Así se creó una maquinaria para extraer látex de los árboles, haciendo cortes en los troncos (siringueo), que debido a la brutalidad de caucheros de los dos países, como de la famosa Casa Arana, acabaron con la vida de más de 60.000 personas.
Aquella matanza está bien documentada en Holocausto en el Amazonas: una historia social de la Casa Arana, de Roberto Pineda, uno de los diez libros que, junto con la novela de Rivera, componen la Biblioteca Vorágine, editada por la Biblioteca Nacional con motivo del centenario de su publicación.
Esta colección se suman una serie de conversaciones nacionales e internacionales, una exposición itinerante, un acto de perdón ante las comunidades que habitan la zona conocida como La Chorrera y la invitación de Brasil como país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) de este año para hacer énfasis en la Amazonía.
Queremos proponerle al país y al mundo una conversación que atraviese asuntos como la emergencia climática, el racismo, el extractivismo y la exclusión, pero también, al decir del profesor Pineda, la esperanza y alegría que recuperaron pueblos originarios como los andoke, a pesar del arrasamiento al que fueron sometidos por cuenta de un sistema inhumano que precisa ser puesto en cuestión.
Esta Biblioteca Vorágine busca contribuir al diálogo sobre los horizontes que nos abre un libro inmenso para nuestra historia, que van desde el plano histórico, político y social, hasta el estético y literario. Horizontes que se materializan en diez libros, los ya mencionados de Rivera y Pineda y otros ocho títulos, cuatro que reeditamos por su importancia histórica: Raíces históricas de La vorágine, de Vicente Pérez Silva; Historia de Orocué, de Roberto Franco; Los infiernos del jerarca Brown, de Pedro Gómez Valderrama, y La historia de José Eustasio Rivera, biografía escrita por Isaías Peña Gutiérrez. Y otras cuatro compilaciones, hasta ahora inéditas y que han sido preparadas especialmente para la conmemoración del centenario de publicación de La vorágine: Las vorágines de los hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce, que reúne los testimonios de los cuatro pueblos indígenas que resistieron a la masacre en sus territorios y que hoy buscan endulzar la palabra para resignificar la historia; Anastasia Candre: Polifonía amazónica para el mundo, antología y homenaje póstumo a la gran artista ocaina-uitoto que recoge en su obra el dolor y la resiliencia de sus familiares, que fueron testigos del holocausto cauchero en el Amazonas; Vastas soledades: Antología de viajeros en tiempos de La vorágine, en la que se recopilan textos que dan cuenta de la complejidad de los territorios recorridos por Arturo Cova y que inspiraron a Rivera, y Mujeres frente a la vorágine amazónica: lecturas críticas desde la literatura y la antropología, una antología crítica de literatas y antropólogas que estudian La vorágine y/o el genocidio cauchero desde una perspectiva de género y raza.
Las puertas están abiertas para construir juntos un relato más incluyente de nación, en el cual quepan miles de dolorosas exclusiones y omisiones. La vorágine es una obra abierta. Si cada lector la acompaña y la confronta con sus propias lecturas, prejuicios, filias y fobias, tendrá la opción de pensarla como más que una ficción —como quisieron convertirla las élites que repetían el manido discurso de civilización y barbarie—; podrá encontrar que se trata del más pertinente alegato en contra del dolor de un pueblo.
*Ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia.