El chucu-chucu no es propiamente un género musical. Es un híbrido sonoro que agrupa bases rítmicas cumbieras con pulsos motrices campesinos, que surgió con la revolución cultural de los años 60. Desde sus comienzos se destacó comercialmente, incluso sustituyó al rock and roll y se convirtió en vehículo de liberación mental y corporal. Su aparición puede considerarse como una revolución musical juvenil urbana. Por supuesto, su desarrollo no fue homogéneo. Podríamos hablar de dos etapas: la de los conjuntos musicales (incluye grupos de fusión rock y twist) y la de las orquestas tropicales (el que propiamente se denomina chucu-chucu).
Los músicos implicados pasaron de una etapa a la otra, según exigencias del mercado y directrices de la industria. Inicialmente solo se le consideró una manifestación temporal y pasajera, sin mucho futuro, como un capricho juvenil de época. Sesenta años después los repertorios siguen vigentes y su impacto irrefutable. En su momento, el chucu-chucu, en tanto fenómeno de masas, fue considerado como “baja cultura” y se le satanizó, quizás tanto como al reguetón en tiempos más recientes. Incluso podríamos considerar no pocas similitudes en sus desarrollos, tanto a nivel estético como cultural.
Personajes como Gustavo “el Loko” Quintero y Rodolfo Aicardi causaron tanto escozor y fanatismo como J Balvin y Maluma, y quizás por razones análogas. Hubo una férrea resistencia a considerarlos representantes dignos de la tradición musical colombiana y les auguraron poca longevidad artística. Lo cierto es que, tal como con el reguetón, el chucu-chucu escaló internacionalmente como ninguna otra música colombiana lo había hecho antes, y quizás solo superado en alcance por el propio reguetón, esto debido a la evolución tecnológica que permite hoy, a nivel planetario, diseminar de manera efectiva canciones y mensajes. Para hablar de ese éxito inicial de la industria musical local es necesario detenernos en su base rítmico-sonora: la cumbia, que en el siglo pasado encarnó de forma temprana una idea compartida de lo latino.
Cumbia: andina y tropical
La cumbia es quizás el género musical que más cohesión tiene en el imaginario sonoro latinoamericano. Su impronta está en prácticamente todos los países de la región, desde México hasta Argentina. En cada uno, por supuesto, se revelan variaciones, pero es indudable que existe una suerte de célula rítmica que permite establecer no solo lazos de un origen común, sino trazos de continuidad histórica. No hay dudas sobre el origen colombiano, sin embargo, el trasegar transnacional está atravesado por mixturas e hibridaciones que impiden establecer relaciones causales en su diseminación entre países.
Podríamos decir que hay tipologías de cumbia, dependiendo del país. Solo en Colombia podríamos diferenciar la cumbia folclórica, la cumbia big band y la cumbia urbana o tropical (también denominada chucu-chucu), sin hablar de otras mezclas contemporáneas que implican el rap, la electrónica, el jazz y el rock. En otros países se presentan también variaciones nominales.
En Perú existe la chicha, que a su vez cambia dependiendo de si es costeña, de la sierra o selvática; en Argentina, la célebre cumbia villera, pero también la santafesina; en México está la norteña, pero también la rebajada. La cumbia ha repercutido también en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Chile, siguiendo la estela de internacionalización que logró la industria musical colombiana. Su expansión en toda Latinoamérica podría explicarse por dos motivos: lo cultural y lo económico.
A nivel cultural es evidente que la cumbia cuenta con una base andina y otra tropical caribe, lo cual amplía el espectro de consonancias con los diversos pisos térmicos de Centro y Suramérica, de gran presencia indígena, negra y mestiza. Si bien, la salsa ha tenido gran aceptación en todos los países latinoamericanos, su valor idiosincrásico, estructurado a partir de imaginarios afro-cubanos a través de migrantes en Estados Unidos, no parece reconocerse en las genealogías indígenas suramericanas ni centroamericanas, como sí ocurre con la cumbia. Sin embargo, para que esta identificación vernácula pudiera ser efectiva, se requería de una estandarización rítmica, que se llevó a cabo gracias a estrategias de mercado y comercialización.
Y es allí donde entra en juego el segundo motivo, el económico, a partir de la labor de la industria discográfica colombiana. Este proceso se efectuó en Medellín, entre las décadas del 50 y 60, cuando se radicaron en la ciudad los sellos más importantes de la producción musical del país, creando un circuito dinámico que implicó de manera activa a una sociedad cada vez más ávida de música. En este contexto, la industria le apostó a la cumbia (o música tropical bailable, como se le conocía también) para integrarse en el mercado global. ¿Por qué esta música y no otra como el bolero, el tango, la guaracha y la ranchera, tan en boga para finales de los años 50? La respuesta, más allá de su sentido comercial, tiene implicaciones políticas.
Cumbia, colombianidad y Lucho Bermúdez
El investigador musical Peter Wade dice certeramente que, con el recrudecimiento de la violencia, luego del asesinato de Gaitán, fueron las regiones del interior colombiano las que recibieron un mayor impacto de la confrontación feroz entre liberales y conservadores, por lo que la región de la costa norte logró constituirse en una suerte de contracara de dicha violencia. Como estrategia política, y pese a que los hechos demostraban lo contrario, se decidió orientar la mirada hacia dicha región para ofrecer la imagen de un país pacífico y festivo. Tal perspectiva permitía, además de alienar a los connacionales, promover el turismo, tanto local como internacional.
Este hecho significativo favoreció un cambio en la idea de nacionalidad que tenía el país de entonces. En la música fue muy evidente: hasta el momento lo que se denominaba como “música colombiana”, se originaba en sonidos andinos y de evidente influencia europea, como el bambuco y el pasillo, mientras que las músicas costeñas eran consideradas toscas y vulgares. Todo cambió a partir de los años 50 y la música bailable de la costa norte fue la pauta sonora para entender una colombianidad no violenta. Esta reorientación tuvo como referente y máximo exponente a Lucho Bermúdez.
El proyecto de Bermúdez se inició a mediados de los años 30 y se formalizó, gracias a un contrato con la RCA Víctor, como el vehículo para la difusión internacional de los sonidos bailables colombianos. La propuesta era audaz: adecuar bases rítmicas costeñas, especialmente del porro y el paseo, a los formatos de orquesta de la música swing norteamericana. Con ello, según los presupuestos de la época, se les daba elegancia y glamour a unos sonidos de origen agreste. El éxito de la fórmula lo llevó a radicarse en Medellín, en 1957, donde vivió 15 años y su presencia fue determinante para el gusto musical de la ciudad.
Aunque era el máximo exponente del género, Bermúdez tardó en reconocer sus canciones como cumbia. Incluso, antes de su uso masivo, a mediados de los años 60, los sellos musicales la etiquetaron (y aún hoy se hace) con el genérico de música tropical. Aunque no es posible por ahora detectar exactamente cuándo se decidió que este sería el género por antonomasia de la base rítmica colombiana, sí podemos reconocer que su amplia difusión fue posible gracias a la existencia de un mercado hecho de híbridos y mezclas que se produjeron cuando músicos costeños intercambiaron ideas con músicos del interior, en Medellín.
El chucu-chucu
El impacto de Bermúdez tocó tanto a continuadores de su legado, en el formato orquesta, como a quienes en algún momento lo consideraron caduco y agotado y emprendieron un proceso rebelde de transformación de las músicas de salón para trasladarlas a la calle y a las cantinas. Tales personajes fueron los jóvenes músicos de la ciudad que influenciados por el rock and roll y el twist propusieron una nueva mirada a la música bailable a partir de fusiones y experimentos sonoros.
Estos jóvenes sesenteros se atrevieron, incluso, a nombrar sus grupos en inglés: Teen Agers, Falcons, Golden Boys, Black Stars y modificaron radicalmente la instrumentación de orquesta para acercarse más al formato del rock, dando origen a la cumbia urbana que, a la postre, cuando poco a poco retomaron los formatos de orquesta, los repertorios se estabilizaron y rebautizaron los grupos con nombres en castellano (Hispanos, Graduados, Claves...), llamaron chucu-chucu.
Pese a ser poco reconocido académicamente, el chucu-chucu es el centro de la internacionalización de la cumbia, pues consiguió estandarizar las bases rítmicas para una nueva generación poco hábil para el baile y menos condicionada por el elitismo cultural, y le añadió un tipo de modernidad que el porro big band, estilo Bermúdez, no conseguía.
El chucu-chucu obtuvo su nombre como una definición despectiva por parte de los jóvenes salseros caleños que, en los años 70, veían la música tropical con la misma sospecha con la que antes los mismos músicos tropicales habían visto a Lucho Bermúdez y hoy se mira al reguetón. Chucu-chucu, nombre onomatopéyico que indica el sonido del güiro, significó, en este contexto, música simple y vulgar, promotora de alienación, en contraste con la salsa, que evidenciaba más compromiso social y mayor complejidad sonora. Fue muy evidente la separación entre la salsa y aquello que “no podía ser salsa”; es decir, el chucu-chucu. Desde esta postura se decidió, entonces, que el chucu-chucu, además, representaba la degeneración de la música costeña tradicional.
Lo cierto es que en torno a este género se configuró el crecimiento exponencial de la industria discográfica que, al construir un imaginario comercial de la cumbia “moderna” colombiana pudo permear fácilmente mercados latinoamericanos, que para entonces veían la polirritmia de la cumbia tradicional y demás géneros costeños, como escenarios de difícil comprensión.
Al hacer una revisión de los repertorios consumidos en países latinoamericanos encontraremos porcentajes altísimos de agrupaciones surgidas durante los años sesenta en Medellín. Los encuentros eran de doble vía, incluso es difícil a veces reconocer los orígenes. La cumbia “Liliana” de Los Falcons, por ejemplo, fue adaptada al estilo chicha peruana a comienzos de los 60, por Los Demonios del Mantaro, quienes en retribución inspiraron a Los Golden Boys con la canción “La Chichera”. En Perú, además, consideran como propio el grupo Afrosound. El éxito rotundo de Los Hispanos en Ecuador derivó en imitadores del Loko Quintero. Uno de ellos, Gustavo Velásquez, lo imitaba tan bien que terminó por reemplazarlo como cantante del grupo. En Chile se habla de cumbia chilombiana y se interpretan repertorios que van desde Lucho Bermúdez hasta Los Graduados. En Monterrey, México, hay una comunidad llamada Los colombianos de Monterrey, fervientes admiradores de Rodolfo Aicardi y las cumbias lentas de Gildardo Montoya con Los Rumberos.
El chucu-chucu es una impronta sonora diseminada por toda Latinoamérica. Y hoy, cada diciembre y en cada fiesta patronal de Colombia, la cumbia, en su versión chucu-chucu, da forma a nuestras fiestas y celebraciones, activando nuestras fibras rítmicas ancestrales.
Playlist cumbias latinoamericanas
*Doctor en Filosofía, especialista en Literatura, músico. Profesor de la Facultad de Artes y Humanidades del ITM.