eatriz González enseñó en colegio y universidad, capacitó guías de museos y abrió grupos de estudio íntimos en su casa. Siempre pensando en la necesidad de formar en la apreciación del arte, no desde la memoria y el conocimiento de los hechos, sino desde la sensibilidad que es necesario cultivar para apreciar una obra.
“Le dije a las niñas: ‘A mí no me importa que ustedes sepan quién es Calder, sino que cuando salgan de aquí se den cuenta cómo se mueven las hojas en el pedúnculo’. Y eso me dio una visión: el arte es para la vida, no es para saber, para ser unos doctores en arte”, dijo la maestra, según el artista Snyder Moreno Martín en su conferencia “La persistencia del aprendizaje. Beatriz González y los procesos educativos”, que dio a los mediadores de los museos del Banco de la República, a propósito de la exposición “Los archivos de Beatriz González”.
La artista ha tenido cientos de alumnos a lo largo de su carrera, entre los que se encuentran Daniel Castro, Doris Salcedo, Claudia Fischer, Luis Luna, José Alejandro Restrepo, María Fernanda Cardoso, Carolina Franco, Clara Sofía Pinto, Marta Calderón, Marta Morales, Gloria Merino, Hilda Piedrahita, Carmen Helena Carvajal, Rodrigo Trujillo, Ricardo Castillo, Francisco Restrepo, Jorge Cortés, Beatriz Duque, Elsa Borrero, José Ignacio Roca y Carolina Ponce de León.
La mayoría, parte de sus programas de capacitación para guías que organizó en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y el Banco de la República. En los grupos de estudio se leían textos de firmas como Walter Benjamin, Susan Sontag y Roland Barthes. Siempre con el deseo de la misma maestra de seguir aprendiendo, actualizar sus conocimientos de la mano de los estudiantes, “obligarse a leer”.
No daba calificaciones ni estaba pendiente de la asistencia, “los que lleguen y que vengan pues que aprendan”, compartió la maestra a Moreno.
Con esa filosofía llegó a impactar la relación entre arte y educación en las instituciones museísticas, pues antes de su intervención, y sin dejar de levantar ampolla, ambos departamentos estaban separados, pero resultó que el componente educativo era tan vital en la curaduría, como el ojo del curador a la hora de escoger las obras que componen una muestra.
De su familia de maestras heredó la vocación por enseñar, pero de sus propios maestros Marta Traba y Danilo Cruz Vélez, la primera le enseñó la importancia de la narrativa y la pasión en la transmisión del conocimiento, mientras que el segundo la introdujo a estructurar el pensamiento, a través de la metodología del seminario. Cuando estaba frente a una obra de arte con un grupo, el objetivo de la artista era encontrar un detalle en el que el público pudiera fijarse para lograr la recordación de la obra y que esta hiciera parte de su narrativa personal. Un pájaro, una hoja, de la que se pudiera desprender una historia que se volviera parte de la experiencia del espectador, y no se olvidara.
También era partidaria de que cada quien encontrara su voz en el espacio, no les decía a sus pupilos cómo tenían que ser las cosas, sino que cultivaba su mirada para que ellos crearan sus propios discursos, y así alentar al público a hacer lo propio. El arte no era una cosa de élite, exclusiva y excluyente, sino que podía llegar a la vida de cualquiera, sin importar su formación previa, e impactarla, hacer que esta persona se aproximara sin prejuicios al arte moderno ◘