Alguien podría comenzar a leer esta nota y pensar que sale en el momento justo. Que son estos días recientes, en los que Javier Milei insultó a Gustavo Petro, la ocasión perfecta para profundizar sobre él y su meteórica carrera hasta el poder, y que la revista GENERACIÓN le pidió a este cronista una reflexión luego de las insólitas declaraciones del argentino.
Pero, sin ánimo de querer llevarle la contra a nadie, esa no es la realidad. En primer lugar, la invitación para colaborar en estas páginas llegó antes de las declaraciones del presidente. Pero lo más importante es otra cosa: ese exabrupto, inédito para un mandatario que necesita mantener relaciones protocolares con sus pares, en especial con los de su misma región, es uno más de los que Milei provoca casi a diario. Sin exagerar.
Veamos lo que pasó desde que el mandatario asumió el cargo, el último 10 de diciembre. El libertario mantuvo una durísima pelea en las redes con Hugo Arana, un reconocido actor argentino que tiene una pequeña particularidad: está muerto desde hace varios años. Luego se la agarró contra una cuenta de Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires (la provincia más grande e importante del país) y lo acusó de ser un burro en economía. Acá también el libertario no se percató de un asunto: el usuario (tal cual aclaraba en su biografía) era fake. Cuando se dio cuenta del error, Milei volvió a la carga asegurando que era “una tontería” que bien podría haber dicho el verdadero Kicillof.
Después estuvo todo el episodio de la conferencia en Davos. El libertario viajó a la cumbre máxima del capitalismo internacional en Suiza para dar un discurso fuera de órbita: retó a los presentes asegurando que nazismo o socialdemocracia era absolutamente lo mismo, ya que ambas ideologías incluían la participación de la mano del Estado, y luego advirtió del peligro inminente del avance del “socialismo”.
A la vuelta de ese viaje en donde en solo 24 horas compartió 517 posteos en su cuenta de X, subió cosas a sus redes como una imagen de cuatro mujeres llevando a cuestas un pene gigante, que vendría a ser el de él, otra de una mujer semidesnuda escuchando sus palabras en Davos, una que había compartido originalmente Elon Musk de una pareja teniendo sexo mientras veía esa misma alocución y después otra en la que se veía a un león, su representación preferida, destruyendo una bandera de la Unión Soviética. Sí, esa misma confederación que cayó hace más de treinta años.
Estas son, apenas, algunas de las salvajadas del mandatario desde que asumió el puesto, hace menos de dos meses. Por eso es que las palabras contra Petro, que representaron una fuerte tensión en la relación entre Colombia y Argentina, son apenas un ladrillo más en el castillo de exabruptos del libertario. Pero, está claro como el agua, no será el último. Es que ese es Milei: alguien que no tiene ni un solo filtro entre lo que piensa y lo que dice, que está casi biológicamente incapacitado para mentir, y que arrastra una profunda inestabilidad, luego de crecer entre violencia, golpes y una abismal soledad que lo llevó a convencerse de que su perro muerto podía literalmente comunicarlo con Dios. Y que fue este quien se le apersonó y le encomendó meterse en política.
Balada para un loco. Así se llama uno de los tangos más famosos de Argentina. “Yo sé que estoy piantao, piantao, piantao” (que es lunfardo para “loco”), dice el estribillo del tema que compuso Astor Piazzolla a fines de la década del 60. La misma canción que Milei pidió que tocaran el día que juró como Presidente, en la tradicional gala que se les hace a los mandatarios entrantes en el Teatro Colón. La elección no fue casual. “Tanto que me decían ‘el loco’, ‘el loco’, bueno, ahí tienen: acá está el loco”, explicaría semanas después en una entrevista.
Ese es el título del libro que publiqué el primero de julio del año pasado. Fue la culminación de casi tres años de seguir a Milei y a su espacio político, La Libertad Avanza. En los primeros meses del 2021, cuando el hoy presidente apenas era un economista mediático más que se lanzó a la política, empecé a cubrir el nacimiento de ese frente, conocer a sus dirigentes, estudiar a sus votantes, seguir sus consumos mediáticos, ir a sus marchas.
En la mayoría era el único periodista: el 99,9% de lo que llamamos el círculo rojo─–dirigentes, analistas, empresarios, encuestadores y colegas– juraban que Milei sacaría el 5% de los votos en esas elecciones porteñas, en las que competía por ser diputado nacional. Para ser justos con ellos, era una creencia compartida por la mayoría de su propio ámbito político, que nucleaba a liberales, libertarios, conservadores, nacionalistas duros e influencers. A mí me daba la sensación de que esa alianza variopinta había sabido interpretar bien el clima de época: la nueva derecha era algo que estaba funcionando en todo el mundo, y cualquier convocatoria de La Libertad Avanza lo probaba.
Milei publicaba un tuit publicitando una marcha e iban 300 o 400 jóvenes por sus propios medios, chicos que nunca antes habían militado, que hasta que llegó el libertario tenían miedo de decir en público que eran “liberales” o “de derecha” y que tenían, sobre todo, una particularidad. Eran, en su mayoría, trabajadores, la clase popular que en Argentina apoyó históricamente al peronismo. Pero las cosas estaban a punto de cambiar. Estaba por llegar Javier Milei.
Se sabe cómo terminó esta historia. En un ascenso meteórico comparable en suelo argentino solo al que tuvo Juan Domingo Perón, se convirtió en presidente luego de obtener el mayor porcentaje de todas las elecciones democráticas que ha tenido el país.
En menos de dos meses su presidencia llegó a un lugar más que complejo. Sus primeros 30 días terminaron con una inflación récord de 25,5%, mientras que una mega ley que envió al Congreso –que en la práctica era una reforma constitucional– se cayó el martes 6 de febrero por falta de apoyos legislativos. Fue la primera gran derrota política de Milei, que reaccionó de la peor manera: acusó de ladrones y de traidores a la Patria a los que votaron en contra, y ahora amenaza con ir a un referéndum popular.
Piantao, piantao. Es que el corazón del libro gira alrededor de la inestabilidad del Presidente. Aunque la mitad del texto recorre los desmanejos en su partido, cómo se fue aliando con la casta que había jurado destruir, cómo recibió ayudas monetarias y técnicas del peronismo al que enfrentaba, cómo un megamillonario llamado Eduardo Eurnekian empujó su crecimiento mediático y luego político, lo que le molestó a Milei fue otra cosa. Fue que se reveló, por primera vez, cosas que hubiera preferido guardar.
Por ejemplo, que su perro Conan, del que habla en los medios, en verdad está muerto. Que murió en 2017, y que él lo mandó a clonar –50 mil dólares más impuestos en Estados Unidos–, y que por otro lado empezó a comunicarse con él desde el más allá gracias a una médium. Y que este camino, con los años, lo llevaría a convencerse de que el can fantasma lo hacía hablar con Dios. Y que sería este, un día a finales del 2020, quien le diría que tenía “una misión”.
Hay que entender que el animal era para Milei, como él decía, “literalmente mi hijo”. De ahí la dimensión del duelo y el golpe total que supuso. Y hay que entender también lo profunda que era la soledad del ahora presidente: desde que adoptó a Conan en el 2004 hasta que murió, el libertario pasó esas navidades y esos años nuevos brindando solo con el animal. Los dos encerrados en su casa.
Ese era un reflejo de la terrible vida que tuvo el hombre: su padre lo golpeó durante años, su madre era cómplice de la violencia, en el colegio lo matoneaban y lo apodaron “el loco”, tuvo su primer amigo recién a los 35 años y su primera pareja a los 47.
Es que Milei es, antes que todo, antes que el presidente de los argentinos, antes que el primer libertario que llega a ese cargo, antes que la esperanza de miles de jóvenes, un hombre profundamente solo. Y si no fuera por ese miedo a la soledad que lo llevaría a esa relación tan especial con su mascota y luego a la entrada al mundo místico, es probable que nada de todo esto hubiera sucedido. Que estas líneas no se hubieran escrito.
Y su peculiar personalidad no es un rasgo menor en su ascenso. Milei, un hombre solo, enojado y atemorizado, conectó con una sociedad sola, enojada y con temor, cansada de años y años de vivir con la soga al cuello luego de una crisis económica atrás de otra. Milei, un chico al que toda la vida le hicieron bullying, tocó las fibras de un país que siente que la política le hacía bullying al no resolverle jamás los problemas. Es que no es para nada casual que sea “El Loco” el que gobierne a una sociedad alocada.
*Periodista de las revistas Noticias y Anfibia en Argentina. El Loco es su primer libro (Planeta, 2023).