Viendo los números, se podría decir que el arte –las artes plásticas y visuales– en Medellín tuvo un buen año. Los grandes museos incrementaron el número de visitantes. El Museo de Arte Moderno tuvo cerca de 180 mil, 50 mil más que el año anterior, y el Museo de Antioquia, a noviembre llevaba más de 165 mil, lo que significa un incremento de casi 15.000 mil en comparación con ese mismo periodo del año anterior. Eso a pesar de haber sido aislado por el cerramiento que la administración local hizo de la Plaza Botero, donde está ubicado. El arte urbano, particularmente el Graffitour de la Comuna 13, esa galería a cielo abierto que ya hace parte de la identidad de la ciudad, sigue siendo el más visitada. En la temporada alta de los primeros meses del año recibe alrededor de 700 mil visitantes, siendo el sitio favorito de los turistas, según un estudio contratado por la Alcaldía de Medellín.
El balance es bueno, pero no es para tanto, si se tiene en cuenta que Medellín es una ciudad de más de 2.5 millones de habitantes y que recibe más de 1.4 millones de visitantes nacionales e internacionales al año.
De acuerdo con curadores y galeristas consultados, la realidad es que el arte está en crisis y a la vez no. Lo está por la escasez de recursos, pero goza de buena salud en cuanto a creación, porque se sigue haciendo con intensidad, con inteligencia.
El principio de la cultura
El arte necesita de todos para sobrevivir. Del público que lo aprecia, de los museos que exponen, de los galeristas que comercializan, de los coleccionistas y curiosos que compran y de la empresa privada y el Estado que ayudan a financiarlo. Y todos necesitamos del arte.
“El arte es un espacio de conversación, de encuentro, no solo de gozo estético. La gente dice que no tiene nada que ver con el arte, pero es mentira. Todo el día estamos tomando decisiones estéticas. No es ajeno, es absolutamente humano”, dice Sol Astrid Giraldo, investigadora y curadora independiente.
El arte “no te deja ver como tú quieres verte sino como la realidad es. Ahí está su importancia, hay que hacer que la gente vaya y se vea, porque es el principio de la cultura, es el espacio para reflexionar sobre todo”, dice Carlos Uribe, artista y curador independiente.
De todos y de nadie
Las galerías independientes están asumiendo un papel fundamental en el desarrollo del arte en la ciudad: atraer nuevos públicos y abrir espacios donde antes no había arte. Es el caso de El Coleccionista en Barrio Colombia y La Bruja Riso y La Comenta en El Poblado.
El Coleccionista, como su nombre lo indica, busca impulsar que la gente consuma más arte, que lo compre. Tiene también un interés de formación de público y de articulación con otras galerías, talleres y museos del sector.
“Este tipo de espacios hacen mucha falta. Hay muy pocas galerías de arte, instituciones y museos”, dice Alejandra Villa, fundadora de El Coleccionista. “Soy muy positiva y es muy alentador que una persona llegue y encuentre esto acá. Tengo fe de que podemos seguir mostrando a los artistas colombianos porque somos muy buenos”, dice.
Galerías como la suya buscan ampliar los circuitos del arte, pero también ayudar a articular a los actores del ecosistema. Que la gente sepa a dónde puede ir para ver, aprender y comprar arte. Pero el mercado de arte en la ciudad es limitado.
“Este año no ha sido tan bueno como los anteriores. Hemos tenido un receso en las ventas locales”, dice Blanca Londoño, directora de La Cometa en Medellín. Aun así, destaca el talento de los artistas locales y el interés de las nuevas generaciones y de los turistas extranjeros en el arte hecho en la ciudad.
La Cometa tiene tres sedes —Medellín, Bogotá y Madrid— y está por abrir una cuarta en Miami. Ellos, como galería, han creado su propio circuito. “Mi labor es coger artistas de la ciudad y sacarlos de Medellín y traer artistas que no se conozcan en la ciudad”, dice Londoño.
La Cometa, además, hace parte de Ruta 14, un recorrido que se extiende por otras galerías del sector, como La Balsa y Policroma, creando formas circulación para las personas interesadas en el arte, sobre todo los turistas, que cada vez más se interesan por los artistas locales. Pero el arte no puede estar enfocado solo en el turismo.
“Cuando pensamos en los turistas, es cuando más nos olvidamos de las personas que habitamos estos territorios”, dice Juli Zapata, curadora asistente del Museo de Antioquia. Ella, que entiende el arte como una posibilidad de transformación, señala que debe pensarse sobre todo para los locales.
“A mí el arte me transformó. Conozco historias de personas en distintos lugares y proyectos, con el museo y con otras instituciones, a las que les ha permitido cambiar las posibilidades que tenían en sus vidas. El arte no responde solo a crear obras, sino también a trabajar con proyectos y comunidades”, dice Zapata.
Eso que dice es en gran parte lo que hace el Museo de Antioquia y por lo que más se le reconoce y admira: el trabajo con la comunidad del sector y con la ciudad en general, los grandes aciertos expositivos y formativos.
Esos esfuerzos por acercar el arte a los ciudadanos los replican también galerías pequeña,s como La Bruja Riso, pues sus propuestas expositivas rompen las barreras de lo que se supone que es el arte. La Bruja, además de galería, es taller y tienda. Eso facilita el acercamiento al arte, pero también el hecho de que las obras que ponen a circular abarca un espectro amplio, que incluye artes gráficas y casi cualquier elemento que se pueda llevar a un formato expositivo.
“Se trata de darle oportunidad de exhibir a lo que no tiene cabida en las galerías tradicionales. Estamos en esa evolución. Nos estamos dando cuenta de que hay muchas cosas valiosas dentro de la gama de las artes gráficas y las galerías están empezando a tomar riesgos en ese sentido”, dice Andrew Smith, cofundador.
El arte urbano también rompe esas barreras, aunque en los últimos años se ha enfocado tanto en el turismo, que para muchos se ha convertido en simple adorno y marketing de ciudad, como es el caso del Graffitour en la comuna 13, que nació de una idea de artistas y líderes del territorio, como Jehhico y Perrograff. “La idea es contarle al mundo el barrio y las vivencias de nosotros”, dice Jehhico. Una idea que se ha ido desfigurando con la llegada masiva de turistas.
El Graffitour ha tenido tanto éxito de convocatoria, que particulares y empresas se han apropiado de ese nombre para hacer tours por la comuna. Para muchos no se trata de hacer memoria, como promueven Jehhico y el Perrograff, sino de hacer dinero; y por eso tergiversan la historia de los barrios y dicen cualquier cosa que atraiga a los turistas, y meten a Pablo Escobar, como siempre, en todo.
Los recursos públicos y privados también limitan los discursos del arte y su capacidad creativa. Adicionalmente, un señalamiento en común que hacen artistas, curadores y galeristas tiene que ver con que los recursos no solo son pocos, sino que se distribuyen mal y es difícil acceder a ellos.
Por eso muchos buscan diversas formas de financiación que a la misma vez atraigan más personas. Es el caso del Mamm con sus proyecciones de cine, la noche extendida y otros eventos que diversifican su oferta.
“La gente está muy ávida de información, de conocimiento, nos va muy bien con las visitas guiadas, se llenan inmediatamente. Los visitantes quieren preguntar, conversar. Eso se nota mucho”, dice María Mercedes, directora del Museo.
Pensando en el futuro y en formas que mantengan la creación artística en el interés público, a Medellín le hace falta un espacio donde pueda consignarse el arte para revisitarse y siempre poder traer el pasado al presente y así generar, a partir de esos artistas y esas obras, conversaciones que permitan seguir reflexionado sobre la vida, la ciudad, el mundo y sus maneras.