La universidad, como construcción social, es quizás uno de los más grandes patrimonios de la humanidad. Tras las paredes de este claustro de conocimientos se han forjado, desde hace centurias, dinámicas de conservación de las formas del saber y del hacer. Pero más allá de esto, se ha formado una red que, en tiempos de las telecomunicaciones y la inteligencia artificial (IA), ha logrado abrazar al orbe a través de un entramado solo posible gracias a la colaboración efectiva entre personas de curiosidad insaciable, aquellas que enseñan y contagian su inmenso amor por la verdad, es decir, por la libertad.
Y es que esta historia se remonta a la antigua Grecia, donde sus nobles pobladores comprendieron que la mejor manera de superar el miedo y la incertidumbre era mediante el encuentro y la conversación, la cooperación y el diálogo, el contraste de ideas y el fascinante arte del debate argumentativo. El ágora, pues, reemplazó al fuego y cimentó el nacimiento de la casa del universo: La Universidad. Después, vinieron otros momentos, como el de Al-Qarawiyyin en Fez, Marruecos, una escuela universal que data desde el 859, y otros más adelante, como la de Barcelona (1088), Oxford (1096) y París (1150), que secundaron una historia que hasta hoy persiste sana y salva, siempre atenta a las complejidades del tiempo y las contingencias que trae consigo, incluso su misma extinción gracias a sus propios inventos. Ya hemos mencionado eso tan extraño que hasta ahora no logramos entender bien, la IA.
Para nuestro caso, el de Antioquia, nuestra Alma Mater, que este año conmemora sus 220 años, el punto de partida no ha sido distinto. La reunión y la cooperación en busca de la libertad fueron el germen que fundó, incluso desde finales del siglo XVII, lo que sería la última escuela con Cédula Real, es decir, una universidad Virreinal, la cuarta de este territorio y que hoy es la única de ellas que tiene fuero público. Aun así, con el lastre del colonialismo, es una casa de estudios plural, centrada en la necesidad de sus pobladores de conocer sus potencialidades y expandir sus límites con la más amplia gama de disciplinas y artes que van desde la filosofía clásica hasta las ciencias exactas y sociales, persistiendo con un solo propósito: alcanzar el bienestar de los pobladores de una tierra exuberante, pero con los más complejos problemas de estabilidad social.
Pero volvamos a eso de ser patrimonio. Es difícil conocer a alguien que haya estado en las aulas de esta casa universal y que no profese por ella un amor desmedido, una pasión rara, una melancolía sublime, un sentimiento de gratitud enorme, incluso al punto de que esta forma de amor sea en sí misma un patrimonio (inmaterial) de nuestra sociedad. Para el año 1891, un instructor y directivo de la Universidad de Antioquia, en medio de su consciente futilidad vital, redactó a manera de epitafio y testamento la siguiente frase: “Mi alma a Dios y mi corazón a la Universidad de Antioquia”. No sabemos claramente qué sucedió en los albores de su muerte, pero sí dejó instrucciones específicas sobre qué hacer con este mandato. Lo cierto es que en el Museo Universitario, en una caja de una manera preciosa y dentro de un envase de cristal hecho a mano, reposa su corazón, el músculo que mantuvo su vida y donde se ha creído que guardamos el amor. La familia de Marco Antonio Ochoa cumplió a cabalidad este último deseo del inquieto maestro, y de esta manera, parte de él es una pieza de museo de una universidad bicentenaria que hoy se enfrenta a retos tan inmensos como su propia historia.
La educación ha cambiado y con ella la universidad, aunque no tanto como debería haberlo hecho ya. Todos, de alguna manera, hacemos parte de esta historia que es también nuestro patrimonio. En tanto, la institución se enfrenta a una sociedad vana y fluida de relatos cortos de 280 caracteres, videos de no más de un minuto en los que se espera decir mucho, programas electrónicos que aprenden por sí mismos y que tienen la virtud de entregarte un ensayo crítico con una básica instrucción. ¿Qué hacer para perdurar bajo la esencia primera? es la pregunta ahora. Confíemos, como lo hizo el instructor Ochoa, en que esta casa universal que llamamos Universidad pueda contener y recrear la vida en comunidad, por el bien de todos, incluso a pesar de ella misma.
*Curador, crítico de arte y politólogo. Director del Museo Universitario de la UdeA.