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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Diorama de Leocadio María Arango que se conserva en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia.
    Diorama de Leocadio María Arango que se conserva en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia.

A la caza de los tesoros tristes

La ignorancia que los colombianos tenemos sobre nuestro patrimonio es el mayor motor para emprender la búsqueda de tesoros por descubrir.

Simón Posada* | Publicado

No hay nada más peligroso que ignorar la ignorancia, que no saber que, en realidad, no sabemos nada. Ya bien lo había dicho Sócrates con su manoseada frase “sólo sé que nada sé”, filósofo griego del que ni siquiera sabemos con certeza si existió de verdad.

Hace cerca de diez años tuve un momento del tipo “sólo sé que nada sé” en una visita al Museo del Oro, en Bogotá. La conciencia de mi ignorancia se hizo evidente cuando estuve al frente del Poporo Quimbaya, una de las piezas fundacionales de la colección de objetos precolombinos del Banco de la República, que había sido la figura de una moneda que había marcado mi infancia, la moneda grande de veinte pesos, con la que podía comprar un paquete de papitas o una gaseosa.

No sabía de dónde venía este objeto ni cómo había llegado hasta allí. Mucho menos sabía para qué lo habían usado los quimbayas. Fue así como emprendí la escritura de un libro tortuoso, que abandoné decenas de veces, y que a punta de testarudez logré terminar y publicar: La tierra de los tesoros tristes (Aguilar, 2022), una historia de cómo el Poporo Quimbaya se salvó de los saqueadores de tesoros, de las fundiciones del Banco de la República y de los piratas que cazaban galeones a cañonazos en el Caribe.

En ese camino, de casi una década de escritura, me fui haciendo consciente no solo de mi ignorancia personal sobre la historia de Colombia, sino sobre la gigantesca ignorancia que existe en el país sobre su pasado. El saqueo que sufrimos como despensa colonial de España fue enorme, pero la situación tiene muchos grises y zonas vedadas. Fue un proceso en el que nadie volvió a ser el mismo, ni los americanos ni los europeos. Nadie ganó ni perdió nada. Todos cambiamos para siempre. Carl Henrik Langebaek, en su libro Conquistadores e indios, habla de cómo el oro que se llevaron era mucho menor del que siempre hemos creído y, además, de cómo los conquistadores dejaron gran parte de sus riquezas como herencia para sus esclavos en América.

Cuando nos acercamos a documentos históricos pocas veces ignoramos nuestra ignorancia. Langebaek también habla de cómo a los cronistas de indias les pagaban por la extensión de sus textos, y es por eso que la cantidad de datos inútiles, frases rimbombantes, saludos kilométricos a “vuestra merced”, entre otros adornos, esconden detalles fundamentales del pasado. Separar la paja del trigo tiene un desafío especial en esos textos.

Así, al no ser conscientes de esto, los lectores contemporáneos de esas crónicas asumimos que, por ejemplo, todo lo descrito en ellas ocurrió de verdad. Creemos que no cometieron crímenes y creemos relatos fantásticos como el de Pedro Sarmiento de Gamboa, fundador de las dos primeras ciudades del estrecho de Magallanes, que contó que en algunos lugares de América el follaje era tan tupido que era más fácil caminar por las copas de los árboles. Además, qué ingenuidad, creemos que las cifras de oro y otros bienes reportados fueron reales. ¿Cuánto oro no reportaron? ¿Cuántos tratos fueron verbales y se perdieron en la bruma del tiempo?

Con preguntas como estas fue que construí mi libro. La idea era hacer una línea de tiempo detallada del recorrido del Poporo Quimbaya desde la tumba en que fue encontrado, entre los municipios de Yarumal y Campamento, en Antioquia, hasta la sala en que reposa hoy en el Museo del Oro. Sin embargo, la historia tiene tantos vacíos que el libro empezó a convertirse en algo más, en una historia del saqueo, de la pérdida de nuestra identidad, con un ingrediente adicional: el poporo como símbolo de la unión de los dos elementos que más riqueza y tristeza le han dado a Colombia, la coca y el oro, compañeros que se han cruzado una y otra vez a lo largo del tiempo.

Sin la coca no habrían sido posibles los grandes imperios que hubo en el continente antes de la Conquista. Su hoja supera el promedio en calorías, proteínas, carbohidratos y fibra de al menos cincuenta alimentos que se consumen con regularidad en América Latina. Gracias a la coca, los mensajeros imperiales incas podían llevar mensajes relevándose en carreras de hasta 10.000 km, y para los españoles habría sido imposible saquear el oro y las riquezas del continente sin ella, porque saciaba el hambre y la fatiga de los indios que trabajan en las minas.

Además, los españoles vieron el enorme mercado de hoja que había desde antes de su llegada como una gran oportunidad para llenar sus bolsillos. Hay investigadores que se arriesgan a afirmar, incluso, que la gran mayoría de la plata que salió de las montañas de Perú hacia España fue por el intercambio del metal por coca entre indios y comerciantes del Viejo Continente.

Todo se pagaba con coca y muchos españoles terminaron cultivándola y comercializándola en un círculo económico macabro: como los indios no podían trabajar en las minas sin consumirla, se las vendían o se las daban en parte de pago por su mismo trabajo. No hay gloria o desgracia en Colombia que logre escaparse del destino sellado por estos dos elementos. Y si fuéramos a escoger un símbolo de esto, una figura en donde la coca y el oro estén tan unidos que parezcan uno solo, no habría uno más perfecto que el Poporo Quimbaya.

Fue esa ignorancia sobre la historia la que me impulsó a conocer más del patrimonio de Colombia, entendiéndolo como algo más allá que los fragmentos de cerámica o las piezas de orfebrería. El patrimonio son también los libros raros, como el catálogo del museo de Leocadio Arango, un coleccionista antioqueño de piezas arqueológicas que tenía un cuidado especial por conocer el origen y las condiciones en que se habían encontrado las piezas de su colección; las técnicas de minería y fundición del oro, que nadie sabe muy bien cómo estos primeros grupos humanos lograron desarrollar sin tener los conocimientos de química ni las herramientas con las que contamos hoy en día; los imaginarios estéticos de estos objetos, que son una mezcla de formas vegetales y animales y detalles geométricos de gran cuidado.

Pero mis inquietudes sobre el patrimonio no se han quedado en los tesoros tristes. Hoy en día me preocupa y me inquieta lo poco que sabemos sobre cómo los grupos indígenas han usado desde hace siglos las plantas medicinales, así como los procesos que han empleado para conocer, por ejemplo, cómo se combinan varias plantas entre sí para lograr ciertos efectos deseados.

También me maravilla la historia detrás de ciertos alimentos perdidos a los que no les hemos sacado su potencial, como es el caso del famoso té de Bogotá, un arbusto descrito por José Celestino Mutis en sus caminatas por los páramos cercanos a la capital del país y que nunca ha sido aprovechado como bebida para reemplazar al té de la China. Hace poco fui a buscarlo y cogí una de sus hojas para probarlo en el Jardín Botánico de Bogotá. Los guías del lugar no sabían dónde estaba y lo encontré por casualidad, antes de irme, a la entrada de la huerta del jardín. He tenido experiencias similares en otros lugares de Colombia, como con un fruto extraño llamado cubarro, que crece en una palma en la orilla casanareña del río Meta, en las cercanías de Puerto Gaitán, Meta, así como con un arbusto cuyas hojas tienen un fuerte sabor a cilantro y crece en los límites del páramo del Cañón de las Hermosas, en Tolima, y del que nadie ha sabido darme su nombre.

Colombia es una despensa infinita de posibilidades que ignoramos. El trabajo que tenemos por delante en cuidado y rescate de nuestro patrimonio es arduo, pero si convertimos esa ignorancia en oportunidad, en curiosidad genuina, la aventura de conocer e investigar nuestros enormes patrimonios será infinita y llena de tesoros.

Datos que quizá no sabías del Poporo Quimbaya

–Su dueño fue Coriolano Amador, uno de los hombres más rico del siglo XIX en Colombia, famoso por haber traído el primer automóvil a Colombia

–777,7 gr: su peso en oro, cobre y plata.

–$3.000: el precio que pagó por él el Banco de la República.

–15: el lugar que ocupó en la incipiente colección del Banco, cuando fue adquirido en 1939.

–Fue hallado en la Loma Pajarito, entre Yarumal y Campamento, Antioquia.

Quién era Coriolano Amador, el dueño del Poporo Quimbaya

–Era uno de los hombres más ricos de Colombia en el siglo XIX.

–Fue tal su fortuna que una de sus empresas, la mina El Zancudo, imprimió billetes con su cara.

–Trajo el primer automóvil a Colombia, un De Dion-Bouton, que se averió en su estreno.

–Se dice que se salvó de morir en el Titanic porque llegó un día tarde al puerto.

–Su hija Magdalena Amador fue quien le vendió por $3.000 el Poporo Quimbaya al Banco de la República.

¿Sabías que los humanos tenemos alrededor de 0,2 mg de oro en nuestro cuerpo?

–Nanopartículas de oro son usadas para diagnosticar la malaria y el VIH y para tratar la arteriosclerosis y el cáncer, y para hacer parte del cableado de los marcapasos.

–Un estudio encontró que 1 kg de lodo extraído de las cloacas, donde llegan todas las heces fecales, contiene cerca de 0,4 mg de oro.

–Benito Piernas, un minero de Nariño, le untaba polvillo de oro a su comida, y se cuenta que las barequeras ponían las heces del viejo en sus bateas para separar el oro de la mierda.

–García Márquez decía que, para él, el oro estaba identificado con la mierda, y por eso nunca usaría pulseras, ni cadenas, ni relojes ni anillos de oro.

–En Cien años de soledad, cuando José Arcadio Buendía logra transmutar los metales en oro, le muestra a su hijo mayor un crisol con los restos de oro rescatados.

“¿Qué te parece?”, le pregunta, y José Arcadio responde: “Mierda de perro”.

¿Cómo los mapas de gran parte de América se dibujaron gracias a los hombres que buscaron El Dorado?

–Vasco Núñez de Balboa encontró el océano Pacífico mientras buscaba una tierra repleta de oro llamada Tumanamá.

–Pascual de Andagoya llegó desde Panamá hasta el río San Juan, en Colombia, persiguiendo los relatos de las riquezas del Perú.

–Diego de Ordás también persiguió esas riquezas y se convirtió en el primer europeo en navegar el Orinoco.

–Francisco de Orellana, en busca del país de la canela, le dijo a Gonzalo Pizarro que iba en busca de provisiones, y terminó, arrastrado por la corriente, descubriendo el río Amazonas.

–Fue tal el sufrimiento de su tripulación que tuvieron que comer cinturones de cuero y zapatos para poder sobrevivir.

–“Más allá de las montañas de la Luna, en el fondo del valle

de las sombras; cabalgad, cabalgad sin descanso, respondió

la sombra, si buscáis El Dorado”.

Poema El Dorado, de Edgar Allan Poe

Los tesoros del Descubrimiento de América que cambiaron el mundo para siempre

–Los españoles llegaron en busca de oro, pero se cruzaron con otras cosas, que no buscaban, y que partieron la historia en dos.

–Millones de perlas, metales desconocidos como el platino y delicias como el maíz, el cacao, la papa, el tomate, los cacahuetes, el chocolate, el pimentón, la calabaza, la piña, la batata, el tabaco, el caucho, y muchas cosas más.

–Sin el Descubrimiento de América, no comeríamos palomitas de maíz en el cine.

–Las hamburguesas no se acompañarían con papitas fritas.

–Los enamorados no se regalarían chocolates en las fechas especiales.

–Y los amantes no podrían tener sexo seguro, a falta de condones.

¿Por qué América no hubiera sido la misma sin los totumos?

–Los calabazos y los totumos son llamados en otros países mate, calabaza, jícaro o porongo.

–Los totumos protegían de la humedad algunos alimentos.

–Los totumos almacenaban bebidas y servían como recipientes para tomarlas.

–En totumos se transportaban objetos personales.

–Cientos de indios intentaron desocupar de agua, con ayuda de totumos, la laguna de Guatavita bajo órdenes de Hernán Pérez de Quesada.

–Tras días de duro trabajo, lograron disminuir en tres metros el nivel del agua y encontraron en las orillas 18,4 kilos en objetos de oro.

–Se cree que la forma del Poporo Quimbaya está inspirada en una especie de totumo que llegó a América flotando por el océano desde África.

Datos asombrosos que no conocías sobre la coca

–Su hoja supera el promedio en calorías, proteínas, carbohidratos y fibra de al menos cincuenta alimentos que se consumen con regularidad en América Latina.

–Por cada 100 gramos de hoja, se estiman 305 calorías, 18,9 gramos de proteína e, incluso, 1.789 mg de calcio.

–Se cree que fue imprescindible para que las mujeres pudieran lactar a sus bebés antes de la llegada de los lácteos a América por parte de los españoles.

–Freud recomendó la coca como estimulante físico, mental y sexual, junto con sus cualidades digestivas y como tratamiento para el asma, la anemia, la sífilis, el tifus y la adicción al alcohol y la morfina.

–“Prefiero una vida de diez años con coca a una de cien mil años sin ella”. Paolo Mantegazza, neurólogo italiano.

–El vino tónico Mariani, una mezcla de extracto de coca con vino de Burdeos, fue usada por el papa León XIII, el zar Alejandro II de Rusia, el príncipe de Gales, Thomas Edison, H. G. Wells, Jules Verne, Auguste Rodin, Émile Zola y los presidentes estadounidenses Ulysses S. Grant y William McKinley.

El misterio de la coca en la Coca-Cola

–El fabricante de medicamentos John Pemberton mezcló un tónico de coca con nuez de cola africana —de alto contenido de cafeína—, aceites cítricos y soda. Años después, el farmaceuta Asa Griggs Candler fundó The Coca-Cola Company con esta receta. La cocaína fue eliminada de la bebida en 1929, durante los años de la prohibición.

–La Empresa Nacional de Coca de Perú (Enaco) envía a la compañía Stepan Company, en Nueva Jersey, 120 toneladas de hoja de coca al año para la fabricación de cocaína farmacéutica. Las hojas restantes son vendidas a Coca-Cola.

–“Nuestras fórmulas son los secretos comerciales más valiosos de la compañía. No confirmamos ni discutimos las fórmulas o los ingredientes de nuestros productos más allá de los ingredientes enumerados en las etiquetas”, le dijo Coca-Cola a BBC News en una investigación.

–Quizá nunca se resuelva el misterio de si la Coca-Cola tiene o no cocaína.

–Por lo pronto, Elon Musk, después de anunciar su compra de la red social Twitter, escribió un trino en el que hace una promesa: “A continuación voy a comprar Coca-Cola para volverle a meter la cocaína”.

*Simón Posada es jefe de redacción de CAMBIO y autor de La tierra de los tesoros tristes.

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