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En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • A cien años de Lejos del nido, de Juan José Botero

A cien años de Lejos del nido, de Juan José Botero

Se trata de una pieza clásica de la literatura antioqueña, cuenta la historia de una niña robada para imponerle una identidad distinta.

Por Nicolás Naranjo Boza | Publicado

La alegría caracterizaba a Juan José Botero como ser humano alegre. Nació en Ríonegro en 1840 y desde su juventud fue reconocido por ser tomapelo y juguetón. Fue poeta de verdad, con poemas livianos, gráciles, aéreos, jocosos y musicales, como “La nigua”, “Percances de un conejo”, “El correo”, “El baúl de Eulalia” entre muchos más. Era compositor. Su canción “Carmen la leñadora” nos la enseñó Elkin Obregón (se encuentra en You Tube) y el gran cronista de Santa Fé de Antioquia, Julio Vives Guerra, la destacó en la revista Colombia.

También fue un dramaturgo con obras conocidas como “Juana la contrabandista”, “Las yerbateras” o “Un duelo a taburete”. Colaboraba desde los setenta del siglo XIX en revistas como La pluma, El oasis, El Ruiz, El Liceo antioqueño, La miscelánea, etc. Y fue redactor de las revistas La golondrina y El estudio. Trabajó en el sector oficial y hacia el final de su vida se dedicó al cultivo del café en su finca en San Roque.

“Juancho” Botero, como se le decía, era ya muy apreciado en publicaciones desde el siglo XIX por autoridades en nuestro pasado cultural como Juan José Molina, Camilo Botero Guerra y Manuel Uribe Ángel. Le dedicaron páginas elocuentes Antonio José Restrepo y Juan de Dios Uribe y se le valoró entre integrantes de la creativa generación de la última década del siglo XIX como Luis de Greiff, Horacio M. Rodríguez, Efe Gómez, Félix Betancourt, Tomás Carrasquilla, Eduardo Zuleta, Francisco de Paula Rendón, Samuel Velásquez.

Nos queda una novela suya de acabado tan especial y temática tan genuina que suponemos debió escribir unas preparatorias de esta obra maestra, pero es la única que se le conoce. Se llamó Lejos del nido y se anunció completa para 1897 en La miscelánea pero se publicó solo en 1926 (el manuscrito en el Archivo Histórico de Ríonegro está firmado en 1924).

He aquí un intento de plasmar brevemente la trama: La niña Filomena es raptada de su entorno familiar por un matrimonio de indígenas dedicados al cultivo y la venta de tabaco (quienes cambian su nombre por Andrea) y luego es alquilada por el hombre de la pareja a un director de una empresa de espectáculos (al ingresar a ese medio recibe otro nombre: Carolina). Luisa Villada, quien vive cerca a los indígenas, desde el primer momento sospecha que ese ángel no es, como dicen ellos, una nieta de los esposos, y se dedica a cuidarla, a ayudarle, a acompañarla y a educarla. Logra conseguirle un trabajo en casa de los Ruiz para evitarle servir más de esclava de sus raptores. Velará por la niñez y la adolescencia de Filomena: delatará a la pareja ante las autoridades y salvará a la niña del indio Isidoro, tomatrago, peleador y atarbán, quien intentaba llevar a Filomena a un matrimonio forzado. Y vela por las nupcias por amor con Luciano (miembro de la familia Ruiz). Pasados los años se da el reencuentro con la familia originaria, en El Retiro, cuando Filomena ya es educadora.

El estudioso de la literatura antioqueña y de la obra de Botero, Jorge Alberto Naranjo Mesa, consideró a Luisa como la heroína de la narración por su inteligencia, su bondad y su maestría en cuidar, acompañar y salvar a la niña. Es, sin lugar a dudas, un modelo del ser humano genuinamente bueno y, se puede tener como ejemplo en un país donde el secuestro sigue siendo un flagelo social.

La expresión “Lejos del nido” con la cual la madre, Matilde, nombra su dolor de no poder cuidar a su Filomena, luchando por no decaer y aguardando su regreso, sin importar el paso de los años, se repite con variaciones en diversas momentos narrativos. Este y otros elementos literarios dejan traslucir buen conocimiento de la literatura del siglo XIX, cultura y sensibilidad artística. Hay elegancia en la escritura, en el estilo afloran varios tipos de poesía: pocas veces se acude al párrafo largo y se dominan matices del poema en prosa extenso y narrativo o se incluyen coplas y versos. La trama está muy bien hilada, las expresiones de los personajes son siempre acertadas, las situaciones convencen y la agilidad de los diálogos sorprende.

La religiosidad del novelista se palpa en las oraciones rezadas, en imágenes empleadas como el cuadro de la Virgen de Murillo pero, sobre todo, en la delicadeza y finura de su solidaridad de artista ante el sufrimiento. Para quienes gustan de rastrear conexiones culturales, incluye alusiones a Juan Valera, a Gregorio Gutiérrez González, a Mariano Ospina Rodríguez, a Camilo Antonio Echeverri y al doctor Manuel Uribe Ángel o a hitos culturales de diversos lugares de Antioquia.

Se sitúan los acontecimientos por los años de 1854, pero sobre todo de 1876 a 1879, con alusiones a sucesos aislados anteriores y posteriores a dichas fechas. Es notable la aparición de El Camino Real del cual quedan trazas en muchos lugares de nuestro departamento y por el cual uno “bajaba” hasta Quito y “subía” hasta la costa atlántica (en el periódico Monteadentro de El Retiro se rastrea la relación de la vereda Lejos del nido con el acontecer de la novela).

Hay paisajes y entornos descritos con maestría. Los lugares incluyen la hoya del río Arma, San Antonio, Ríonegro, La Ceja (se pasa por Pontezuela y el Chuscal -entre la Ceja y el Retiro-), El Retiro, brevemente municipios como Santo Domingo y Amalfi, y se incluye, de pasada, otros como Bogotá, Medellín, Marinilla, Santa Fé de Antioquia, El Peñol, el Magdalena.

Ofrece material para estudios de lingüística en el retrato literario del habla de los casados indígenas Mateo Blandón y Romana Grisales, de Isidoro, de Luis Villada y de la madre de esta -la cual se apoya para expresarse en dichos y proverbios-, o la de Jacinta. Igualmente se puede estudiar el habla de la familia de la niña Filomena, el de la familia de Luciano, el de las autoridades, el de jóvenes como la hija de Albertini o Camila, hermana de Lorenzo, o del amigo de Luciano, Daniel.

No se trata de una novela contra los indígenas, como afirman algunos analistas y estudiosos. Luisa y Jacinta, siendo indígenas, son almas sabias, solidarias y valientes. Se buscó mostrar la vileza y el maltrato humano pero no se condenó una raza entera sin más. Hay “blancos” como Albertini que no salen “bien parados” tampoco.

A cien años de finalizar el manuscrito, sugerimos a los amantes de la buena literatura leerla con cuidado, pues brinda goce estético, toca problemáticas hondas de nuestra sociedad y trata del pasado del territorio en las inmediaciones de la capital del departamento antioqueño.

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