Un autor cinematográfico se reconoce por su destreza técnica, una personalidad reconocible en una clara posición ética y estética, un significado interno resultante de la tensión entre esa posición y el material que crea, así como una continuidad temática y estilística de una obra a otra. Esta concepción me permite introducir al portugués Pedro Costa, como un autor en el sentido pleno del término. Y Vitalina Varela (2019) su última película, como la muestra de su maestría. Costa es tal vez uno de los autores contemporáneos más revolucionarios. Ha logrado una coherencia admirable entre sus convicciones sobre el cine, los métodos de producción que emplea y las obras que crea.
Vitalina Varela es el título de la película y el nombre de la protagonista. La película es ella, el personaje y la actriz quien se interpreta a sí misma. Hay aquí una clara muestra de esa idea de persona-personaje, que caracteriza el cine híbrido, aquel en el que las fronteras entre ficción y documental se confunden. No solo porque los no actores de la película aportan elementos de sus vidas a la narración, sino porque ellos mismos son los guionistas; Para Costa el guion es mucho más que las páginas numeradas con secuencias escritas que describen lo que ocurrirá en la película y los diálogos que dirán los actores; y al mismo tiempo es mucho menos de lo que aportan los actores con sus voces, sus cuerpos, sus miradas, sus gestos, sus palabras, sus acciones, sus historias.
La película narra la llegada de Vitalina a Portugal después de 40 años de espera para reencontrarse con su esposo Joaquín. Viene de Cabo Verde donde construyó su hogar con él. Hombro a hombro edificaron la casa que un día Joaquín abandonó para emigrar a Europa, buscando algo que Vitalina nunca comprendió porque en Cabo Verde lo poco que tenían les pertenecía y eran felices, por lo menos ella lo era.
A través de una fotografía exquisita, definida por un claroscuro esplendoroso Costa nos adentra en el ambiente espectral de Fontainhas, ese barrio oscuro con pasadizos laberínticos por donde escasamente entran los rayos del sol y deambulan sus habitantes, cuasi zombis, que cargan en su piel las marcas del trabajo, del cansancio y la pobreza. Encuadres en los que el tiempo se funde con el espacio, en los que el cuerpo de Vitalina crece en dignidad y carácter en medio de una habitación sombría llena de objetos que guardan los secretos de los días que vivió Joaquín ahí. Los largos silencios contrastan con extensos monólogos en los que las palabras reclamantes de Vitalina tienen el poder de traer el pasado al presente, de evocar la amargura que camufla el profundo amor hacia él. La riqueza del sonido fuera de campo construye la vida barrial que se extiende más allá de las cuatro paredes roídas, las texturas son casi palpables gracias al baño de luz que majestuosamente entra por las rendijas.
Pedro Costa nos demuestra una vez más que para hacer una película basta un personaje frente a una cámara.
Esta película puede verse en la plataforma Mubi.
Guionista, directora de cine e investigadora. El deseo de descifrar la vida urbana, con sus diferentes esferas y matices, colores, sabores y sonidos, inspiran las historias que escribe.