En el mundo del arte, el término italiano pentimenti se refiere a los vestigios de una composición anterior ocultos en una pintura, rastros que revelan detalles sobre la evolución de la obra y la mente del artista.
El concepto bien se puede aplicar a la industria de los videojuegos. El relanzamiento de títulos clásicos, en versiones remake o remaster, a menudo incluyen los bocetos de personajes, escenarios e ideas descartadas, mientras se exploran nuevas direcciones creativas que antes eran imposibles por las limitaciones tecnológicas.
Es el caso del que muchos califican, desde ya, como el juego de la década: la trilogía de Final Fantasy VII exclusiva para PlayStation 5. Su segunda entrega, FF VII: Rebirth fue desarrollada por gran parte del equipo original del clásico de 1997 (considerado el mejor juego de la historia) y vio la luz el pasado 28 de febrero.
Desde su primera entrega, FF VII Remake de 2020, los desarrolladores de Square Enix han desafiado las expectativas al transformar un clásico de la primera PlayStation en una experiencia épica dividida en tres actos. En declaraciones a la revista japonesa Automaton, el director de la saga, Tetsuya Nomura, explica que tomaron los diseños originales y los ampliaron “con elementos modernos para que... la gente que haya jugado a FF VII pueda reconocer esa misma sensación y atmósfera”.
La trama de la historia original se mantiene: Cloud Strife, un exsoldado convertido en mercenario, se une al grupo terrorista Avalanche para luchar contra la corporación Shinra, que está agotando los recursos naturales de su planeta. La historia aborda temas de amistad, redención, pérdida y la lucha contra el destino.
Tras probar un par de horas esta nueva entrega, se puede decir que Rebirth cumple la promesa de un “viaje desconocido”, estableciendo incluso un nuevo estándar de excelencia para las entregas de la mítica franquicia que hace tres décadas popularizó los RPG en el mercado occidental.
El juego sumerge más a los jugadores en la vida de cada personaje del grupo, con segmentos en los que ayudan a Cloud a cumplir misiones específicas o completar minijuegos.
Como señala el crítico Zachary Small en The New York Times, ese tiempo de ocio dentro del propio juego “humaniza la experiencia” y acerca a los jugadores a una narrativa más robusta, permitiendo sumergirse en un mundo vivo y vibrante lleno de regiones diversas, misiones secundarias con sentido y nuevas experiencias interactivas.
Al igual que un pentimenti, Final Fantasy VII Rebirth se cimienta en los vestigios de un clásico atemporal mientras forja un camino propio.
*Periodista digital y gamer.