Desde las editoriales universitarias
Pichón de diablo, de David Eufrasio Guzmán. Fondo editorial Eafit. 221 páginas.
Se agradece, por escaso, el humor en la literatura. Entre las mejores sensaciones que tiene la vida puede estar la de reírse solo en compaía de un libro. Y mejor que la carcajada agarre al lector en soledad, o al menos en alguna situación de privacidad, y no entre un bus o en una sala de espera, porque entonces el gozo se convertirá en vergüenza.
Como lector desde hacia mucho tiempo no me reía con un libro. Recuerdo que me sucedió con algunas escenas de Sin remedio, de Antonio Caballero; y con Nuestro hombre en la Habana, de Graham Greene, que es algo así como una comedia de enredos. Pero la lectura de ambos fue hace muchos años y desde entonces las lecturas que escogía me hacían atravesar muchas sensaciones, pero no la risa.
Aunque ya que lo pienso mejor, sí me había reído. Justamente con Piel de conejo, un volumen de cuentos de este mismo autor, que ahora con Pichón de diablo entró en la novela.
El libro cuenta la llegada al sector estatal —es decir, a la burocracia— del joven Mauricio Castañeda Roldán, Mauro, luego conocido como Artista, y también como Mac Casta, aunque en el fondo no sea nadie más que Pichón, el heredero del clan político de su familia. Los Roldán Builes se mueven entre clientelas, componendas, ponen y quitan, se amangualan con concejales, y aunque Mauro los detesta se ve obligado a aceptar por intermedio suyo un trabajo que no quiere pero tiene que hacer para pagar una deuda universitaria que, si no la amortigua, se lo engullirá. El riesgo estará en que, al hacerlo, correrá el riesgo de terminar tragado precisamente por esa burocracia que, como se sabe, atenaza con más fuerza que una boa constrictora. Ahí, en ese escenario de oficinas públicas, nuestro héroe improbable caminará por la cuerda floja. Para saber su destino habrá que llegar hasta la hoja final.
La buena noticia es que al hacerlo el lector se reirá. Con carcajada, por lo menos un par de veces. El pequeño mundo de los comités primarios, las grecas, los peinados con gel, las escarapelas, el olor de los microondas a la hora del almuerzo, los cactus al pie de las pantallas, las fiestas colectivas de navidad, son el escenario de esta historia que es narrada con ingenio y buen humor. La trama está atravesada por pequeñas desavenencias de cubículo, salpicada de coqueteos de archivador, teñida por la sordidez del funcionario en sus horas de descanso, impulsada por una follada furtiva pagada con nuestros impuestos, y en general cubierta por los vicios —pero también virtudes y bondades, el libro es más, mucho más que una caricatura— de los ecosistemas humanos.
Ahora que se acercan las vacaciones este libro es un gran recomendado. Se advierte, sin embargo, que es mejor leerlo en soledad.
Trozo para lectores: «Se bajó del taxi en el centro y entró a Participación como si nada, con un pastel de pollo en una bolsa de panadería y un juguito de caja, comió rápidamente en su escritorio y cuando creía que había sido un día perfecto, con el almizcle de la faena aún en el hocico, llegó la doctora Berta muy molesta y le dictó un ultimatun, O te ponés las pilas, Mauricio, o pido que te trasladen».
El carnaval de los dioses, de Gabriel Arango Henao. Editorial Universidad de Antioquia. 64 páginas
Entre las novedades de las editoriales universitarias de la pasada Fiesta del libro de Medellín estaba este pequeño volumen de relatos cortos. Se trata de historias inspiradas en las mitologías de varios pueblos indígenas suramericanos que, como suele suceder, tienen la fuerza elemental del mito. Hay quienes dicen que los seres humanos nos hemos estado contando las mismas historias una y otra vez, y lo único que en realidad hemos hecho es cambiar los personajes y los escenarios. En efecto en estos relatos aparecen las pulsiones más originales, como la envidia o la rabia, pero también la bondad y la imaginación.
Se trata, pues, de una nueva versión de historias que quizás ya hayamos leído o escuchado en otros formatos, pero que acá el autor recrea con buena pluma y respetando el origen de la tradición la inspiró.
Trozo para lectores: «Atravesamos un largo trecho al lado de una caudalosa quebrada, hasta que de un momento a otro mis ojos se paralizaron del asombro: ya no había más camino. El agua y la montaña desaparecieron: habíamos llegado al “fin del mundo”».
Escritor. Autor de la novela Dos Aguas.