Extraños son los caminos que ha tomado el conocimiento para llegar a nuestros días y pocos los escritos que han logrado sobrevivir al inclemente paso del tiempo. La fragmentada producción bibliográfica de la que hoy disponemos nos impide tender un puente fidedigno hacia el pasado y sus ideas. Se cree que, en nuestros días, conocemos tan solo el 10 por ciento de las tragedias y comedias griegas escritas. La absoluta mayoría de nuestra historia escrita se encuentra olvidada, perdida y sepultada bajo el tiempo. Lamentable, pues en tiempos de terraplanismo, movimientos antivacuna y condenas al aborto, el conocimiento científico va perdiendo popularidad ante “visiones” injustificables que se repiten y propagan ad perpetuum. Ante este presumible ocaso de la ciencia en nuestros tiempos, recordar el trasegar del pensamiento científico a través de algunas obras puede ayudarnos a atender nuestra zozobra. Al respecto, el poder que refleja la obra de Lucrecio sobre el conocimiento moderno nos recuerda la riqueza del pensamiento antiguo y sus joyas perdidas. Muestra el poder de un poema de tradición epicúrea que, aun perdido por cerca de 15 siglos, logró llegar a la biblioteca de los pensadores más importantes de la historia moderna.
La obra de Epicuro fue vetada por la historia luego del ascenso del cristianismo en el imperio Romano, así como sus reflexiones sobre la naturaleza y la inexistencia del teocentrismo divino fueron desapareciendo. A Epicuro se le atribuye la paradoja del mal, la cual pone en entredicho la bondad de Dios: “Si el mal existe y Dios no puede evitarlo, no es omnipotente; si el mal existe y no quiere evitarlo, entonces Dios no es bondadoso”, contradicción citada en el poema De rerum natura de Tito Lucrecio.
Escrito en el siglo I A.C durante el ascenso de Julio Cesar como emperador romano, De rerum natura devela ideas seminales que dieron paso a la creación de la física moderna, redundando abiertamente en sus seis tomos sobre un postulado bastante peligroso para su época: la búsqueda de un modelo para aproximarse a la realidad y comprenderla sin atribuir su origen a alguna fuerza o voluntad divina. Ante el tamaño de riesgo que prometían las ideas de Lucrecio, se emprendió una cruzada contra su nombre y pensamiento que terminaron relegando su obra a meras anécdotas perdidas en el tiempo. Ahora, ¿cómo logró este texto abrirse paso entre las grietas del enorme muro que nos impide leer a plenitud el pasado? Esto se debe, parafraseando a Jaques Monod, a cierta mezcla de azar y necesidad: la necesidad de Lucrecio de brindar comprensión a asuntos densos e incómodos lo llevo a componer su texto como un hermoso poema en latín integrado por 7.400 hexámeros. El azar llevó a que Poggio Bracciolini en 1417 encontrara una copia intacta de De rerum natura en una olvidada abadía Alemana; al encontrar el texto, Poggio recordó una de las pocas referencias que existía al poema, escrita por Cicerón: “La poesía de Lucrecio es como tú dices, rica por la brillantez de su genio, pero también muy artística”.
Después de cerca de 15 siglos de olvido, De rerum natura escapa de las fauces del olvido e instaura una nueva concepción sobre la realidad y su composición, haciendo arder los viejos cánones que mantenían al hombre atado a la merced de la divina providencia. Hizo arder los cimientos del pensamiento escolástico que sostenían débilmente las cosmogonías de Platón y Aristóteles, dejando al final el corazón de la filosofía de Sócrates y su “solo sé que nada sé”. Ese infatigable deseo de la razón por conocer la naturaleza y su realidad destila sabiamente a manera de introducción en la Metafísica de Aristóteles: “Todos los hombres desean, por naturaleza, saber”. El poderoso fuego del poema de Lucrecio dio luz a la razón y delineó el camino para que Rene Descartes, a mediados del siglo XV, promulgara su cogito ergu sum (pienso, luego existo), punto de inflexión para el pensamiento occidental y primera piedra moderna para la construcción del pensamiento científico. Las brasas atizadas por Lucrecio dieron paso a que Francis Bacon escribiera en 1620 su Novum organum como contraposición a la obra aristotélica y su ausencia de métodos empíricos para aproximarse a la naturaleza. Fueron Descartes y Bacon quienes fundieron las bases para el método científico que hoy conocemos.
Aquellos temores preliminares que sentían los filósofos cristianos al leer los postulados de De rerum natura fueron ciertos. Tal como lo resalta Michel Serres, es indiscutible que la obra de Tito Lucrecio fue participe prematura de la construcción del pensamiento científico moderno, dando paso a una emancipación progresiva del conocimiento. Apartó la niebla que impedía ver la vida y su naturaleza en un sentido humano, material y racional. Esta proclama fue una obsesión permanente para Friederich Nietzche, quien deja claro en El Anticristo que el valor de este poema yace en el rescate de la humanidad y su afrenta permanente por acercar el hombre a su naturaleza: “Léase a Lucrecio para comprender qué es lo que Epicuro combatió, no el paganismo, sino el cristianismo”.
*Químico farmacéutico - Doctor en sistemas complejos. Interesado en la vida, su desarrollo y niveles de organización. Asesor del ministerio de educación.