Alcarràs, (2022) de Carla Simón
Dicen que las segundas películas plantean un desafío mayor a sus directores que las óperas primas, sobre todo si éstas últimas han sido exitosas como es el caso de Verano 93 (2017) de la joven directora catalana Carla Simón. Sin duda, Alcarràs le representó un reto a todos los niveles, dada la complejidad que supone la coralidad en una película y es que tener en escena a más de cinco actores no profesionales (todos encontrados en el pueblo donde rodaron), de diversas edades, con actuaciones intensas, requiere de una gran maestría en la puesta en escena. Con su segundo largometraje se fortalece como una autora de mirada auténtica, que esquiva cualquier pretensión de espectacularidad o grandilocuencia, por el contrario, cautiva con una belleza simple, elemental, profunda.
En Alcarràs asistimos a la última cosecha de melocotones de una familia en el tórrido verano de un pueblo catalán, se trata de un retrato, casi un documento que se mueve entre lo íntimo y lo social, lejos de la playa, las ramblas y las ostentosas vitrinas de la Barcelona que existe en el imaginario, y en cambio, ni exotiza el paisaje ni romantiza el campo. Uno de los valores del cine de esta directora es ese respeto por el idioma de su región, es un cine hecho en provincia, hablado en catalán, que resulta estimulante en un mundo cada vez más homogeneizador.
Los Solé han vivido en el campo toda la vida, generación tras generación, y se han dedicado al cultivo de frutas para su sustento, defienden a ultranza la vida campesina, pero ahora se enfrentan al advenimiento de la modernización industrial que quiere usar la tierra que por años ha servido para la agricultura de los lugareños para la instalación de placas solares que promete mejores ingresos por menos trabajo. Como en toda película coral, la trama se teje a partir de los conflictos y dramas personales que van sumando matices al relato que los alberga a todos. La narrativa está llena de metáforas sobre el conflicto central, construidas con los elementos de la cotidianidad de la familia.
Las generaciones de hijos y nietos no solo heredan aquí las costumbres o la vocación de los abuelos, también el carácter y sobre todo la mirada; la pregunta ¿quién mira a quién? funciona como una suerte de leitmotiv para la organización dramática y estética de la película, incluso es lo que revela el final, confiando la resolución en una imagen, más que en un nudo dramático.
Podría decirse que Alcarràs se inscribe en la tradición de un cine naturalista que hereda los atributos del Neorrealismo italiano, al poner en escena actores naturales que encarnan los conflictos sociales de una colectividad más amplia, en este caso campesinos, pero la directora cambia el melodrama que signa al gran movimiento cinematográfico italiano surgido después de la guerra, por el intimismo propio de un cine más contemporáneo.
Carla Simón hace parte de una generación de cineastas españolas que renuevan las tradiciones cinematográficas de ese país, vinculadas más a un cine clásico, de actores famosos y géneros dramáticos claramente establecidos, contribuyendo al impulso de un nuevo cine mundial con mirada femenina.
*Guionista, directora de cine e investigadora. El deseo de descifrar la vida urbana, con sus diferentes esferas y matices, colores, sabores y sonidos, inspiran las historias que escribe.*
