Después de consolidar el taller gráfico Talante, creado con su esposo hace diez años, Yuli Cadavid, artista, grabadora, especialista en tipografía y papel, dedicó sus primeras series de grabados a la maternidad, ese hecho biológico tan silenciado y silencioso que ocupa a las mujeres, y cuya “esencia está en el amar”, como escribe Luisa Muraro. A partir de una imagen suya con su hija Amelia envuelta a su cuerpo en un fular, Yuli realizó su serie “Arrullo”, compuesta por treinta grabados que reflejan los cambios progresivos de la plancha en una sutil escala de grises. Junto a esa serie, hizo otras que tomaban como metáfora el huevo y el nido, y unas más a partir de libretas de apuntes con planas y frases alusivas a lo sobrecogedor, también agotador y difícil, que puede ser la maternidad.

Llegó la pandemia cuando Nicolás, su segundo hijo, tenía pocos meses de nacido. Como tenía problemas respiratorios, Yuli quiso protegerlo en un confinamiento estricto; ni siquiera “abría las puertas ni las ventanas” de la casa, y no volvieron a recibir a nadie, hasta el punto de que un día Amelia le preguntó, llorando, si era que ella no iba “a volver a ver otro niño”. Enfermos finalmente de COVID, fueron las plantas las que la trajeron de vuelta a la vida, y que la reconectaron con su familia, entonces lejana, y con la tradición familiar de curar con plantas. Ella recuerda que cuando era niña sentía mucha curiosidad por el armario de la abuela que estaba lleno de plantas: cuando lo abría, pensaba que “debía ser una bruja”, y se espantaba, hasta que su mamá le dijo que “con esas plantas, ella las curaba”. Aunque la abuela ya no estaba, la tía Marta le enviaba recetas de remedios caseros con plantas; para ella fueron alivio y sanación, además de hacerle recordar el amor de su mamá y el cuidado que siempre le prodigaron las mujeres de su familia.
Las plantas, después de todo, están en el origen de nuestro mundo, lo hacen posible y lo renuevan permanentemente. Las plantas, en palabras del filósofo Emanuele Coccia, no son competitivas ni necesitan “depredar para vivir”; son, más bien, un “mecanismo de generosidad”. Tal idea me recuerda la maternidad; al fin y al cabo, la vida es una sola. Yuli trabaja los “Herbarios” con sus plantas curativas y con las recetas de la tía Marta: moringa, sauco, eucalipto, limón, entre otras, a las que llamó su “Fitoterapia básica”. A diferencia de las ilustraciones científicas, sus imágenes surgen del juego de posibilidades que le ofrece el grabado y que ella bien conoce: impresiones directas de la planta sobre el papel que se multiplican y se desdoblan en un juego entre negativo y positivo; de dibujos y grabados “naturalistas”, como dice ella; de plantas envasadas en pequeños frascos para sus “Boticarios”, o en botellas curadas, como las que usaban las curanderas.

Yuli también lleva el trabajo a diferentes soportes: graba plantas sobre la chocolatera vieja de la tía o sobre sus ollas renegridas por años de soportar el fuego, las que para ella representan “el calor de hogar”. Hace lo mismo con libros descartados en la biblioteca por hongos o comején. “El objeto en sí ya cuenta una historia”, que ella busca exponer. Por ejemplo, interviene un libro sobre la explotación del caucho, el oro blanco, que trata sobre la codicia colonial y la costumbre de cercenar las manos de los esclavos que se negaban a trabajarlo; ella hace de comején, como dice, y perfora aún más las hojas, las ahueca, tacha palabras o resalta algunas, reescribe su texto y crea un nuevo dibujo hasta conseguir una imagen, bella y reparadora, de la triste historia colonial.
El trabajo de Yuli es lento, oficioso y detallista, como de un tiempo que ya no encaja con este presente acelerado. Así mismo, sus obras evocan lenguajes, saberes y técnicas que fueron comunes entonces: la impresión de libros, el grabado, los boticarios, los herbarios o los gabinetes de curiosidades; aquellos microcosmos que reunían objetos de diversas procedencias en un tiempo en el que el arte, los oficios y la ciencia no se habían diferenciado y distanciado como islas ajenas entre sí. Tampoco había sido despreciado el trabajo de las curanderas , ni los saberes ancestrales, ni América se había convertido en un submundo colonial, ni el reino del arte se había autoproclamado como un hacer y entender más elevado, del que eran responsables, sobre todo, los hombres. Todo eso comenzaba a suceder y sucedió de forma expandida. Yuli nos lo recuerda a su manera, mostrando su contracara, como lo hace el grabado: en una placa, por ejemplo, hay que escribir al revés para que en el papel se pueda leer normalmente. “Hoy entiendo, dice Yuli, que quien ama, cura, y que todo acto de amor, es un acto de fe; como cuando mi tía nos decía: ‘Las plantas se toman su tiempo, pero curan´”. Yuli grabó la frase repetidamente sobre la tapa de la olla recreada. El próximo mes de mayo podremos ver su obra en Casa de la Leona, en el municipio de El Retiro.
