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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Pokémon sus nostalgias

Pokémon sus nostalgias

Federico Rivera López y Daniel Rivera Marín | Publicado

Tengo 35 años y mi hijo siete. Cuando él tenía cuatro y empezaba a interesarse por internet y YouTube supe que tenía que encontrar un tema de conversación, que debía arrojar elementos en su memoria que levantaran un árbol en su infancia al que, cuando sea adulto, vuelva para encontrar sombra y refugio.

Una mañana de sábado le mostré Pokémon. Vimos todos los capítulos en Netflix y me enteré de que Ash —el personaje principal— había tenido más viajes y pokemones de los que yo conocí en 1999. Vi que la caricatura se había convertido en todo un fenómeno de ventas, tenía más sagas que Star Wars. Desde entonces, hablamos de los muñequitos con los que crecí: le otorgué mi niñez.

Después de ver los capítulos en Netflix nos hundimos en los videojuegos. En 1996 se lanzó en Japón el primer juego de Pokémon, tenía dos versiones —Rojo y Verde—, en una impronta de los creadores desde entonces. Todos los lanzamientos son dobles y cada versión tiene diferencias muy pequeñas. El arco es el mismo: un niño —al que vistes a tu antojo y que, en reglas generales, llevará tu nombre— sale en un viaje que lo hará crecer como entrenador: atrapará los pequeños pokémon, creará vínculos con ellos, los convertirás en tiernos guerreros que te llevarán a ganar medallas y, finalmente, serás el ganador. Así te venden la ilusión de que eres Ash.

Con él los jugamos todos —instalé versiones remake en el computador— hasta que llegamos a Pokémon Leyendas Arceus, la edición que salió al mercado en enero de este año. Dice mi hijo: “Papi, aquí cambiaron toda la historia porque ya no se trata de ganar un torneo pokémon, se trata de salir a un campo abierto a cazar lo que podamos, pero por primera vez los pokémon te atacan y te pueden matar”.

Con Arceus, Game Freak intentó por segunda vez la primera persona en 3D. Todos los juegos de Pokémon, hasta la edición Espada y Escudo que salió al mercado a principio de 2021, eran en 2D: el avatar se movía por un mundo plano en el que no había punto de vista del jugador. Para más señas: todo se mantenía en las reglas del Super Nintendo y del Game Boy, yo estaba feliz con esas reglas porque me marea la cámara en primera persona, no la aguanto más de un minuto. Pero mi hijo, el hermoso Federico, ya está metido del todo con Pokémon Arceus y el 3D y yo lo veo jugar de lejos. En un mundo en el que la vida real es solo una extensión de la virtual, no tiene sentido el 2D.

Federico escribió para esta reseña —porque la vamos a escribir entre los dos—: “La diferencia entre Pokémon Leyendas Arceus está en los gráficos, que son más desarrollados. Se trata de que caes de un agujero negro y te aceptan en una aldea llamada Villa Jubileo. Es un buen juego de aventura, bastante difícil”. Me parece que está bien enterado. La crítica en general señala que es el videojuego de la franquicia con los mejores gráficos; además, los creadores le dieron un giro a la trama, ahora se trata de un mundo abierto donde lo único que limita la interacción es el cansancio de la rutina. Todo muy parecido a la vida —un día, pequeño mío, verás que la vida es un juego de espejos.

Cuando se aburre de los juegos, Federico empieza a cambiar su avatar: se pone creativo con el pelo, con la ropa, con el género y habla con propiedad: “Papi, mira la ropa que tengo. Papi, compré una bicicleta”. Algo de todo eso me aterra y me hace entender por qué el metaverso tendrá éxito. Yo intentaré buscar otros temas de conversación con él, y esta columna es una excusa.

*Daniel Rivera Marín es periodista, autor de Volver para qué (Fondo Editorial Eafit 2014) y editor general de El Colombiano. Federico Rivera López es su hijo, un niño de 7 años.

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