Reconozco, entre otros, estos dos movimientos en la poesía: un poema suele entregar algo inesperado, nunca antes visto, pensado, o soñado, una gran sorpresa, el sueño de otro, una visión o una imagen venida de no sabemos dónde. Ese es el primer movimiento. El segundo es la restitución de algo, algo nos es confiado de nuevo, nos es devuelto. Algo muy cercano y familiar que habíamos perdido. Es el caso de este poema del poeta coreano Lee Moon-jae, que estuvo de visita a la Feria del Libro de Bogotá. No lo elijo porque sea un poema extraordinario, o inquietante, tampoco porque Lee Moon-jae sea un poeta que conozca bien o que admire. Simplemente este poema llegó a mí, y lo retuve entre las pocas cosas que leo, buscando siempre el silencio por encima de la saturación de palabras y de ruido. Puede ser una buena idea recomendar un poema en vez de un libro. Cada día creo más en esto: más valen pocas palabras bien leídas, que muchísimas palabras perdidas. Este es el poema que comparto con ustedes, y estos son los pensamientos sencillos que lleva consigo:
Oración antigua
Tan solo con cerrar los ojos en silencio
estamos rezando.
Tan solo con cubrirnos la mano derecha con la izquierda
tan solo con poner las manos juntas sobre el corazón
tan solo con llamar a alguien por su nombre sin decir nada
tan solo con detenernos cuando el sol se pone
tan solo con recordar la primavera en el lugar donde han caído las flores
estamos rezando.
Tan solo con masticar los alimentos repetidas veces
tan solo con mantener una vela encendida
tan solo con escuchar el viento que sopla en el bosque de pinos
tan solo con mirar a los ojos a un recién nacido
tan solo con caminar sin subirnos a un coche.
Tan solo con unir las islas con los ojos
tan solo con mirar el lado oscuro de la luna menguante
estamos rezando.
Tan solo con imaginar el origen de un río anochecido que casi llega al mar
tan solo con observar la cabeza de una estrella fugaz
tan solo con aceptar que nunca estamos solos
tan solo con reconocer la simple verdad
de que la muerte siempre está acompañada de la vida
estamos rezando
tan solo con respirar despacio
levantando la cabeza hacia el cielo.
Muchos poemas son en sí mismos un pequeño evento espiritual. En varios sentidos. Bien sea porque guardan los movimientos de lo que a veces llamamos “espíritu”, las emociones más turbias y cristalinas de la mente humana, remolinos tormentosos interiores o momentos de quietud y de visión que encuentran un espejo en el mundo exterior visible, bien sea, como este, porque son una relación con algo que es uno, la naturaleza que a pesar de la devastación sigue fluyendo en su unidad, y porque son la expresión de un sentimiento de emoción por estar vivos, de un asombro que detiene un poco el tiempo, que cava un espacio de contemplación, para ver una vela encendida, un pedazo de pan, la luz en los ojos de un niño. Son un acto de celebración y de adoración a la vida. Este es un poema de restitución y gratitud, es en verdad una oración antigua, y basta con leerlo para hacer de nuevo las paces con el mundo.