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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  •  La edad fantástica

La edad fantástica

El Medioevo sigue siendo una fuente inagotable de ideas para las creaciones literarias, cinematográficas y televisivas actuales.

Por John Saldarriaga | Publicado

La Edad Media es uno de mis temas recurrentes en charlas y líneas. Cuando me pierdo de vista, no les extrañe si les dicen que estoy de viaje en el Medioevo para llenarme de ese imaginario de magia, superstición, caballería, amor cortesano, juglaría, torneos... Dante, Boccaccio, Chrétien de Troyes... El cantar de Roldán, Cuentos de Canterbury, El cantar del Mío Cid...

Ese tiempo transcurrido entre los siglo V y XV se antoja una ficción colectiva en la que resplandecen las espadas, abundan los caballeros y son comunes los castillos. La literatura es maravillosa, con cantares de gesta y novelas de caballería. Aparecen las Cruzadas —indeseables e irracionales, como todas las guerras, pero cuando son bien contadas, uno se queda para enterarse en detalle—, que buscaban recuperar para el cristianismo las regiones del Oriente próximo, conocido como Tierra Santa. Un ejemplo de las letras en

las que se cuentan estas confrontaciones es Vida de San Luis, de Jean de Joinville.

La Divina Comedia, de Dante Alighieri, respira teocentrismo y resume el ideario cristiano de Cielo, Purgatorio e Infierno que aún pervive. El Poeta Supremo, en viaje de la mano de Virgilio, encuentra en el Infierno a los corruptos de diversas épocas, incluidos papas, gobernantes y reyes. También a muchos de quienes le hicieron la vida imposible y condenaron al destierro, de modo que se trata de una suerte de venganza, venganza poética y, por tanto, tal vez menos dolorosa, pero sin duda más duradera. Y también halla a Beatriz, la mujer a quien dedica sus pensamientos, pero claro, a ella la alcanza a ver de lejos, en el Paraíso. Este es el inicio del amor cortesano, que se desarrolla con fuerza en las novelas de caballería.

Hace bien, de cuando en cuando, sumergirse en ese mundo en el que reina la magia. Primero, muy común y considerada sin malicia. Es una relación íntima con la Naturaleza, llamada por los autores de entonces “la vieja ciencia”. Mencionemos al más emblemático de los hechiceros, el mago Merlín. En La vida de Merlín, Geoffrey de Monmouth lo vincula con un personaje valiente y noble, el rey Arturo... Ah, cómo olvidar a Morgana, la poderosa hechicera, hermana media de este rey. En algunas historias, la relacionan afectivamente con Merlín; en otras, la enfrentan a este en colosales luchas metafísicas. Después, la magia es satanizada y perseguida por la Santa Inquisición.

Ir detrás de unos y otros en busca del Grial, el cáliz de Jesucristo en la Última Cena, resulta excitante. Varios autores se ocupan de ello. Chrétien de Troyes —mi favorito entre los narradores medievales— nos pone cerca de encontrarlo en Perceval La leyenda del Grial.

Y los valores de caballería —la fidelidad, la lealtad a la palabra dada ante todos, la generosidad, la protección y la asistencia a los menesterosos, y la obediencia a la Iglesia y la defensa de sus ministros y bienes— se notan en Guillermo de Inglaterra, del mismo narrador del siglo XII, quien inicia así el relato: “Chrétien se propone contar un cuento, entretejido con asonancias y ricas rimas leoninas, al hilo de la historia, sin quitar ni añadir nada; para llevarlo a cabo cuanto antes, seguirá la vía recta, sin perderse por otros derroteros. Quien quiera tomarse la molestia de buscar en las crónicas de Inglaterra, en la Abadía de San Edmundo, encontrará esta historia verdadera y muy entretenida (así que vayan a buscar allí la prueba quienes pidan garantías de verdad). Cuenta Chrétien, que ya ha dado pruebas del arte de narrar, que hubo en Inglaterra un rey, que reverenciaba la ley divina y honraba a la Santa Iglesia, pues había hecho voto de asistir cada día a los oficios, y mientras le sonrió la fortuna, nunca se perdió maitines ni faltó a misa. Aquel rey era un modelo de caridad y humildad, y gobernaba su reino en paz. Le llamaban el rey Guillermo, y tenía una esposa de real linaje, dotada de gran belleza y prudencia (como no dice más la crónica, no quiero añadir mentiras a mi relato). La reina, que era también muy religiosa, se llamaba Graciana; el rey

sentía por ella un gran amor y nunca dejó de tenerla y tratarla como a su dama. La reina compartía sus sentimientos, y quizá era aun mayor el amor que ella sentía por él. Ambos tenían grandes cualidades, si el rey era un modelo de virtudes, la reina lo era también —lo leí en la crónica—, y no dejó de ir a la iglesia, ni faltó a maitines, mientras le duró la felicidad”. ¿No es un estilo singular, distinto a cuanto pueda hallarse en épocas anteriores y posteriores?

Autores de hoy

Es claro que numerosas personas, al igual que yo, tienen en la Edad Media una bodega inagotable de ideas para la literatura, el cine y la televisión actuales.

Basada en la heptalogía Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin, la serie Juego de Tronos hace parte del género fantasía heroica. Igual sucede con El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien; Las Crónicas de Narnia, de C.S Lewis, y Harry Potter, de J. K. Rowling. Este género se favorece de la atmósfera y los escenarios rurales de esa época llena de magia, superstición y brujería. Aprovecha también que la Iglesia Católica, en su persecución de herejes, motivó la construcción de un imaginario fabuloso, en el que se incluyen bestiarios, inventarios de seres reales y fantásticos como grifos (animales con cabeza de águila y cuerpo de león), dragones, anfisbenas (dragones con cuerpo de serpiente y dos

cabezas), arpías (cuerpo rapaz, busto femenino y cola de serpiente), basiliscos (criaturas dueñas de una cabeza monstruosa con cresta de gallo unida al cuerpo con patas y cola de serpiente, que mataban con la mirada y el aliento)... En poemas épicos de ese período habitan enanos, dragones y elfos; hay tesoros escondidos y reinos en disputa. Umberto Eco se zambullía en aquellas aguas y sacaba ideas llenas de gracia para construir El nombre de la rosa, una novela que tiene de histórica tanto como de policíaca. Hermann Hesse buceó para extraer el material de su libro Leyendas medievales. Una de estas es “Castigo de un jugador que blasfemó contra la Virgen”:

“En el Librum Miraculorum de Claraevallis leemos algo espantoso sobre dos jugadores. Como uno de ellos había perdido el juego y sintió envidia del otro, que había tenido suerte, comenzó a blasfemar contra Dios Nuestro Señor para mostrar su ira. Mas su camarada, poseído por el mismo espíritu del mal, exclamó:

—¡Calla! ¡Tú ni siquiera sabes blasfemar bien! —tras lo cual comenzó a injuriar y a calumniar a Dios aun más terriblemente. Pero cuando prosiguió insultando y denostando a la Madre de Dios, sintióse una voz desde arriba:

—Que yo sea calumniado aun puedo consentirlo, pero que lo sea mi madre no lo puedo tolerar.

Pronto un visible rayo horadó al hombre allí mismo, dejándole una herida visible; entre espumarajos el jugador entregó su alma a Dios”.

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