Tengo sueños eléctricos (2022) de Valentina Maurel
Que esta sea una película sugestiva, se debe no tanto al qué sino al cómo es contado ese qué. En primera instancia podríamos advertir que se trata de un típico coming of age femenino narrado a partir de la exploración de la relación de una chica con su padre. Pero muy pronto nos damos cuenta de que se trata de un filme controversial que por momentos nos ubica en una posición, incómoda como espectadores por cuenta de la furia e intensidad dramática de sus personajes y su puesta en escena.
Nos instalamos en el presente de una adolescente que anhela vivir con su papá, recién divorciado de su madre, un hombre agresivo, impulsivo, casi salvaje pero sensible, a quien le cuesta la vida social “normal”. De fondo está la metáfora de la casa. Eva, su madre y su hermana menor acaban de mudarse a una casa grande, según parece ubicada en un barrio de estrato alto, la cual está en proceso de adecuación, y donde Eva nunca se siente a gusto, mientras su padre, sin casa, vive por el momento donde un amigo.
La joven insiste en buscar un apartamento con dos habitaciones para mudarse junto a su papá, mientras su madre la presiona para que pinte las paredes de su cuarto y se instale de una vez por todas. Este es el fondo de la trama de la película, que se construye con las experiencias de Eva, quien vive enérgicamente su proceso de maduración. En medio de su obsesión por su padre, aprende a fumar, se emborracha, pierde la virginidad, se ilusiona, se decepciona y así se teje una cotidianidad radical en la que el gran acierto de la directora es mirar todos estos sucesos, casi siempre desgarradores, de manera frontal. No elude, no decora, no exagera, pero tampoco esconde. El ímpetu de la adolescente se percibe en cada plano de la película: su cabello revolcado y mojado por el sudor y su piel brillante se sienten en los fotogramas, de ahí la admirable apuesta sensorial que tiene la forma fílmica de la película.
El despertar sexual femenino es uno de los temas sobresalientes, que podríamos adjetivar como recurrente en los primeros trabajos de directoras, y es que el primer impulso es narrarnos a nosotras mismas, descubrirnos en las imágenes, hablar del deseo, la intimidad, la sexualidad y el erotismo. El segundo impulso es forjar una estética que desafíe las convenciones del lenguaje y a la representación dominante, esto tiene que ver con el punto de vista, la construcción del relato, los encuadres, los tipos de plano, el sonido.
Por otro lado, las relaciones entre padre e hija se han convertido en un motivo narrativo, todo argumento universal reiterado en el cine contemporáneo, hay una lista de películas recientes que así lo confirman, pero lo interesante son las variaciones en las miradas. En este caso, estamos ante una voz femenina que emerge con potencia, y nos permite conocer un cine hecho en las periferias del cine hegemónico latinoamericano, pues se trata de la ópera prima de la costarricense Valentina Maurel, premiada en varios festivales internacionales como Locarno y San Sebastián.
*Guionista, directora de cine e investigadora.