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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Cosecha de nuevas especies animales y vegetales en la UdeA, ¿por qué?
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Cosecha de nuevas especies animales y vegetales en la UdeA, ¿por qué?

En los últimos años, investigadores de la Universidad de Antioquia han descrito decenas de especies nuevas. ¿La clave? Una combinación entre semilleros, colecciones científicas y trabajo en regiones antes vetadas por el conflicto armado.

Nataly Londoño Laura | Publicado

El 13 de mayo de 2023, una lluvia intensa cayó sobre la Reserva Natural Tulenapa, en el municipio de Carepa, en el Urabá antioqueño. Era la tercera salida de campo del curso de Entomología de la Universidad de Antioquia, una práctica habitual para los estudiantes del Instituto de Biología. Pero aquella tarde húmeda y bulliciosa, cuando el sotobosque pareció despertar bajo el tamborileo del agua, uno de los insectos que emergieron cambió el rumbo de la historia al quedar atrapado en la red de Sebastián Serna Muñoz, quien caminaba solo en busca de ejemplares por una de las carreteras que bordean el área protegida.

De inmediato, el joven investigador guardó el espécimen en un frasco con alcohol y emprendió el camino de regreso al punto de encuentro, pues al mediodía, el grupo se reuniría bajo el techo improvisado de una carpa para compartir lo hallado durante la jornada. Cuando por fin estuvieron todos, Sebastián, aún agitado por la emoción, soltó una frase que encendió la curiosidad: “Parce, encontré algo súper raro”. De verdad lo era: al mostrar el insecto, el asombro fue inmediato, y ninguno de sus compañeros, ni siquiera su profesora, la entomóloga Marta Wolff, recordaba haber visto algo parecido.

Se trataba de un escarabajo que, de cuerpo alargado, con antenas irregulares y una estructura fuera de lo común, despertó la sospecha unánime de que podría tratarse de una especie no descrita por la ciencia. En lugar de enviarlo a un especialista internacional, como es habitual, Wolff tomó una decisión pedagógica contundente: sus alumnos investigarían por cuenta propia. “A veces los estudiantes tienen mucho miedo de hacer este tipo de estudios y a publicar en revistas indexadas, sin embargo, ahí es donde uno como profesora debe entrar y animar, porque sí tenemos las capacidades para desarrollar esos estudios aquí, en nuestros laboratorios”. 

Durante varios meses, Sebastián, acompañado de Julián David Alzate, se sumergió en el estudio del ejemplar. Consultaron bibliografía especializada, revisaron colecciones entomológicas en diferentes regiones del país y al corroborar que nadie había registrado antes al animal, publicaron su descripción taxonómica en la revista Zootaxa, bajo el nombre de Pseudocerocoma tulenapa, en honor al lugar donde fue encontrada, como una forma de reivindicar la riqueza biológica de un territorio amenazado por fumigaciones con agroquímicos en las plantaciones bananeras.

Pero la historia de este escarabajo es algo más que una anécdota científica. Funciona como metáfora de lo que ha comenzado a florecer en la Universidad de Antioquia: una nueva etapa de hallazgos impulsada por colecciones biológicas robustas, estudiantes comprometidos y capacidades investigativas en expansión, tanto en Medellín como en las sedes regionales. Solo entre 2024 y 2025, se han descrito decenas de organismos nuevos, entre ellos insectos (Tigridania magdalenae), plantas (Tournefortiopsis triflora y Dahlstedtia colombiana), peces (Rineloricaria giua y Rineloricaria atratoensis), reptiles (Echinosaura embera) y bacterias (Candidatus Mesolinea colombiensis). E incluso, se han redescubierto especies que se creían extintas, como el Anthurium wallisii, reportado recientemente por el Herbario de la institución, en una zona rural del departamento.

Archivos vivos y manos jóvenes

Uno de los pilares que explican este auge científico es el nuevo papel que han asumido las colecciones biológicas de la universidad. El Herbario, los museos de Entomología y Herpetología, y otras colecciones institucionales han dejado de ser depósitos pasivos para convertirse en archivos vivientes, verdaderos centros de investigación. Aunque muchas de estas descripciones podrían parecer fruto de exploraciones recientes, lo más revelador es que muchas de las especies descritas recientemente no fueron halladas en expediciones nuevas, sino que llevaban años, o incluso décadas, resguardadas en las bóvedas científicas del campus.

“El Herbario tiene una colección con especímenes de hasta 170 años de antigüedad. A veces, en campo, uno no se da cuenta de que está recolectando una especie nueva. Es después, en el laboratorio, cuando se revela que hay individuos sin nombre, que aún no existen para la ciencia —dice Felipe Alfonso Cardona, director del Herbario UdeA—. Hoy tenemos estudiantes especializados en grupos particulares, como orquídeas, leguminosas o helechos, que dedican su formación a escudriñar ese archivo botánico con nuevas herramientas”.

Este giro metodológico ha sido impulsado por la incorporación de tecnologías que han dado un giro radical a la taxonomía tradicional: a los estudios morfológicos tradicionales se han sumado técnicas moleculares, análisis genéticos y plataformas digitales que permiten contrastar especímenes locales con registros internacionales. “Antes tocaba viajar a Europa o Estados Unidos para comparar una planta. Hoy muchos herbarios están digitalizados, y eso ha simplificado y dinamizado la identificación taxonómica”, agregó Cardona.

Algo similar ha ocurrido en las colecciones zoológicas. Juan Manuel Daza, profesor del Instituto de Biología y curador del Museo de Herpetología, lidera un modelo de trabajo que integra morfología y genética. Gracias a ese enfoque, su equipo ha descrito varias ranas nuevas para la ciencia (entre ellas Pristimantis emberá) y ha identificado diferencias genéticas sutiles que, sin este tipo de análisis, habrían pasado desapercibidas.

“Tenemos la colección genética de anfibios y reptiles más grande del país, con más de 11.000 muestras. Ninguna otra institución en Colombia tiene ese número. Eso ha sido clave para encontrar especies nuevas que morfológicamente parecen iguales, pero genéticamente son muy distintas”, explicó Daza. Su laboratorio ha implementado grabadoras autónomas que capturan los cantos de los animales sin requerir presencia humana continua, lo que ha multiplicado las oportunidades de descubrimiento en campo.

Más allá del equipamiento o los métodos, lo que ha resultado determinante es la participación estudiantil, pues son ellos quienes encabezan muchos de estos hallazgos desde los laboratorios universitarios. Para Wolff, que además es la directora del Museo de Entomología, esa es la mayor satisfacción de su labor docente. “Gracias a la Colección Entomológica, nuestros estudiantes están describiendo especies desde el territorio nacional. Eso antes era terreno exclusivo de especialistas extranjeros. Hoy, nuestros estudiantes compiten con solvencia en el ámbito científico global”. Y una prueba de ello es el caso de la Pseudocerocoma tulenapa, descrita por Sebastián y Julián.

La ciencia que brota cuando se abre la tierra

Pero el conocimiento no brota solo del laboratorio, y el posicionamiento de la Universidad de Antioquia como referente nacional en el hallazgo de especies nuevas obedece a una estrategia de largo aliento. Claudia Marcela Vélez, vicerrectora de Investigación del Alma Máter, destaca que la presencia en las regiones ha sido determinante para que este fenómeno ocurra. “La nuestra es una universidad con sedes regionales, con estudiantes en territorios como el Urabá antioqueño, que exploran su geografía y aplican un método de observación riguroso. Esa presencia territorial nos permite estudiar directamente la biodiversidad y acompañar a las comunidades”.

Asimismo, subrayó que la universidad dispone de fondos específicos para investigaciones en regiones y apoya activamente semilleros y jóvenes investigadores. “El país debe entender que cuando se pacifican algunas regiones, cuando bajan los niveles de violencia, se abren oportunidades para el conocimiento. Eso explica, en parte, por qué hoy podemos reportar más especies nuevas o redescubrir otras que se consideraban extintas”, apuntó, al destacar casos recientes como el redescubrimiento del Anthurium wallisii.

En esa misma línea, el profesor Daza ha vivido en carne propia los efectos de esos “momentos de ventana” que surgen con la desmovilización de actores armados: “Muchos sitios donde antes era imposible trabajar hoy son accesibles, aunque a veces solo por poco tiempo. Hemos entrado a lugares donde había presencia de guerrilla, paramilitares o ambos, y en esos lugares hemos encontrado especies nuevas. De igual forma, hay zonas donde aún no podemos entrar, como Anorí, por falta de condiciones de seguridad”, explicó.

No obstante, todos los investigadores coinciden en que aún persisten retos significativos en cuanto a los hallazgos. El más urgente: la falta de financiación para la ciencia básica. “Aunque sabemos que las colecciones son bibliotecas de la vida, la investigación en entomología o botánica no es una prioridad en el sistema. Y eso desmotiva a muchos jóvenes que temen no tener futuro laboral en estas áreas”, advirtió Wolff.

Daza, por su parte, señaló que, si bien la universidad garantiza infraestructura y tiempo de investigación, los recursos para salidas de campo y análisis moleculares deben gestionarse por fuera. “La universidad nos da el espacio, pero yo he tenido que conseguir el dinero para el laboratorio genético, los congeladores, los reactivos. Muchas veces trabajamos con recursos obtenidos a través de alianzas con empresas o instituciones”, relató.

A pesar de las limitaciones, los resultados están a la vista: especies nuevas descritas, publicaciones científicas, estudiantes liderando procesos investigativos y una comunidad académica que se fortalece. “Cuando los estudiantes descubren una especie y logran publicarla, se dan cuenta de que tienen las capacidades. Eso los empodera y siembra en quienes vienen detrás la certeza de que también pueden hacerlo”, concluyó Wolff

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