La última resaca de Andrés le duró tres días y solo pudo pararla con jugos de zanahoria y plátano que la abuela le hizo tragar. Fue una fiesta de tres días en la que bebió güisqui hasta caer de bruces en la arena de las playas de Acandí. Hasta allá fue su abuela a recogerlo, para después llevarlo por el “camino de la pasión” hasta la casa, con una “cantaleta que me duró ocho días”, recuerda el chico de 16 años.
Andrés es uno de los guías que trabaja en Capurganá llevando migrantes a Metetí o Yaviza, corregimientos fronterizos panameños hasta donde les está permitido llegar con extranjeros luego de caminarse el Darién. Este morocho que solo quiso estudiar hasta quinto de primaria porque necesitaba trabajar para “ayudar en la casa”, es el mismo que en el Muelle 2 de Necoclí les recibió 20 dólares a un haitiano y 40 dólares a un cubano como pago inicial por la travesía del pasado jueves 19 de agosto.
Para hablar con él fue necesaria la intervención de un líder de la zona. Tras una hora de conversaciones en uno de los hoteles de Necoclí, el guía, a quien llamamos Andrés por seguridad, accedió a contarle a EL COLOMBIANO cómo es el negocio que en un recorrido de dos días puede dejarle réditos por 8 millones de pesos.
Por lo general nos buscan personas recomendadas por otros que ya pasaron." — Andrés (Guía)
“Ellos nos contactan por whatsapp y uno les pone una cita. Uno da una ronda para ver que sí son gente seria y después se les presenta, cuadra el negocio y le ayuda a conseguir los tiquetes para pasar en la lancha hasta Capurganá”, relata.
Los tiquetes comprados legalmente en empresas de transporte en Necoclí les cuestan a los migrantes $160.000 por persona, pero ya en el corregimiento la negociación es a otro precio. Al desembarcar, los guías van a los migrantes y los llevan hasta El Platanal, un sitio en las afueras de este corregimiento que ha visto el boom del billete verde explotar en sus calles. Ahí reclaman el resto del pago cuyo total es de 70 dólares por persona.
Con la conversión del dólar a cambio de hoy del peso colombiano ($3.874), le cobran a cada migrante $271.180; multiplicado por 30 que es el número de personas que pasan, son $8.135.400 en total por una travesía que dura uno o dos días. La tarifa multiplicada por los 300 migrantes que se calculan cruzan a diario por esa agreste frontera, arroja un saldo de $81.354.000 que, calculados en un recaudo semanal promedio, asciende a más de $488 millones de ganancias repartidas entre todos los guías, cuyo número no supo precisar Andrés.
“Suena a mucha plata, pero realmente es poca porque se trabaja, porque usted atravesar esa selva y después devolverse solo es mucho más duro, y eso es lo que nadie entiende”, dice el joven. Pero lo que nadie entiende en realidad es a dónde van los ocho millones que recibe el “guía por cada viaje”, porque ni él supo responderlo.
Alicia, una mujer que alquila por dos dólares su baño a los migrantes para que se aseen, o a un dólar para que “den del cuerpo”, conoce a fondo la renta dejada por el fenómeno migratorio. Esta mujer, de dientes blancos como sal marina, pelo ensortijado y una negrura que brilla al sol, explica que los jóvenes guías no saben de ahorro ni proyectos a futuro, y es ahí donde la promesa de Andrés de “trabajar para ayudar en casa”, se desvanece, como se desvanecen las esperanzas de migrantes que no logran vencer la fiereza de la selva.
“¿Qué hacen ellos con la plata? Sencillo, hacen un paso (caravana) y juntan dinero y el fin de semana se compran chanclas de $300.000 porque no les gustan los tenis; se compran jeans de $500.000 y camisas de $200.000 o $300.000. Se emborrachan con güisqui y se les olvida que el techo se les cae a pedazos y la casa es de madera, y eso que son muy vanidosos”, dice Alicia mientras se mete entre sus enormes senos un fajo de billetes verdes, y agrega que, a veces, los “muchachos” tienen dos mujeres por mantener.
Indica, además, que el paso de migrantes lo ven como una oportunidad para ganar dinero en un territorio abandonado por el Estado, donde no hay oportunidades de estudio o trabajo digno. Por eso están acostumbrados al rebusque, a ganar dinero por empujar una lancha varada, por pasar personas por la frontera, por cargar maletas a los turistas o por pescar coca en el mar.
“Es triste escuchar a los niños que ya no quieren volver a la escuela, prefieren quedarse tardes enteras a orilla del mar y aprender a ser guía como un tío, un primo u otros jóvenes que viven de pasar caminantes y se conocen las trochas como su mano”, dice, “pero ellos prestan un servicio, no hacen daño a nadie”, dice la matrona.
Andrés, con su hablado desparpajado desmiente a Alicia, y también desmiente la versión que detrás del paso de migrantes están las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc) o Clan del Golfo que, según un investigador judicial, cobra un porcentaje por cada persona guiada y la tarifa está entre 40 y 50 dólares, es decir, entre $154.960 y $193.700.
“Eso es mentira, esa gente no se mete con esto porque a ellos lo que les da plata son otro tipo de negocios”, dice Andrés. Este guía asevera que en la soledad de la espesa selva no se ven hombres armados, por lo menos no del lado colombiano. “Allá solo se ve y se siente el sonido de los micos, los tigrillos, las chicharras y los pasos del migrante”.
La versión del guía es corroborada por un habitante de la región. Contrario a los señalamientos de la Policía y el Ministerio de Defensa, esta persona asevera que al Clan del Golfo no le interesa meterse en este tipo de negocios por dos razones: la primera, porque para ellos es más lucrativo el narcotráfico; y la segunda, por toda la normatividad internacional que recae sobre el tráfico de personas. Aun así es difícil desconocer que 348 millones de pesos que recibirían las Agc en un promedio semanal (más de 1.394 millones de pesos mensualmente) es una cifra nada despreciable para un grupo que debe mantener un ejército en una guerra librada contra el Estado colombiano y otras estructuras ilegales.
“Ellos no van a dejar la marmaja que les deja el negocio de la coca por las minucias de pasar personas que lo único que hace es calentarles las rutas”, dice el habitante.