La criminalidad de Medellín no es un caballo desbocado, que arremete sin dirección contra las personas. Al contrario, funciona como un pulpo cuyos tentáculos obedecen a un mando central.
En las últimas dos décadas, ese pulpo ha estado regido por “la Oficina”, una organización mafiosa involucrada en el narcotráfico, el sicariato, cobro de deudas, extorsión, secuestro, tráfico de armas y control social, entre otros delitos.
Su poder radica en la hegemonía sobre las bandas afincadas en las comunas del Valle del Aburrá, lo que le permite regular los fenómenos ilegales que más afectan a la comunidad, como homicidios, hurtos, microtráfico de drogas y desplazamientos forzados.
Esta es una investigación realizada por El Colombiano, con apoyo de Revelaciones del Bajo Mundo.