Por: Yhosselin Ríos Grisales
Institución Educativa Carlos Vieco Ortiz
Halloween siempre ha sido una de las fiestas más amadas por los niños, es el día ideal para ver películas de terror, decorar nuestras casas con arañas, telarañas, fantasmas, muertos vivientes, sangre o cualquier elemento que nos provoque miedo; para disfrazarnos con amigos y comer grandes cantidades de dulces, aunque luego nos duela el estómago por consecuencia. Es también el día perfecto para perderse entre los mares de personas, ser secuestrado y vendido a desconocidos, ser objeto de hechizos, de brujería. Es el día perfecto para la muerte.
El Halloween llegó a Colombia debido a la televisión, a la publicidad y a las influencias extranjeras, al mismo tiempo, justo en los 90 cuando el país vivía una de las épocas más violentas de su historia. En las ciudades y los pueblos se escuchaban sonidos estruendosos, parecidos a un golpe o una caída en seco, estallidos que algunos confundían con pólvora. Hasta el día de hoy, una oscura sombra cubre los rostros y las historias de miles de personas que, lastimosamente, tuvieron que sobrevivir como pudieron, enterrando a sus muertos y abandonando sus tierras.
Ahora bien, pasando de una historia a otra, corría el mes de octubre de un año incierto, 2012 o quizás 2013, cuando la violencia caería una vez más sobre el suelo de nuestro dolido país. La sombra volvería a cubrir los rostros de muchas personas de la comuna 13 de Medellín, entre ellas, a una pequeña niña de escasos cinco o seis años. Y es que este territorio siempre se ha visto envuelto por el narcotráfico y golpeado por la violencia. Se dice que actualmente es algo que ya no sucede, atribuyéndole a la Operación Orión “un cambio y una mejora”, pero la realidad es otra. Esta historia de verdadero terror la vivió la pequeña niña que hoy les escribe.
El hecho ocurrió un 31 de octubre, aunque debo decir que el mero recuerdo ya es difuso para mí. Siendo apenas una pequeña niña, me cepillaba los dientes después de haber comido tantos dulces como había podido, cuando un sonido impactante me dio un susto increíble y me obligó a reaccionar de inmediato, salí del pequeño trance de sueño en el que me encontraba. La curiosidad me hizo pensar que aquel sonido era pólvora, pero de repente fui interrumpida por mi madre que me arrastraría al baño abruptamente.
Los gritos y sollozos se hicieron presentes por las personas que ese día se encontraban en mi hogar: mi madre, mi hermana mayor, una prima mayor que mi hermana y yo. Todo pasó de manera rápida y el afán de entender lo que sucedía se me hizo presente. Mi mamá se encontraba hablando por teléfono, y en un pequeño descuido, decidí ir explorar, me asomé por la ventana a buscar el motivo de tanto alboroto, y lo que me encontraría sería una imagen que, aún años después del suceso, se puede hacer presente en mi cabeza. La escena que presenciaba era tan aterradora como un cuento de Stephen King. Se trataba de un joven con líneas negras y blancas por su rostro, vestido de los mismos colores intentando parecerse a un esqueleto, alrededor de él un charco de un líquido espeso de color carmesí; se encontraba ahí, tirado en la acera de mi casa, una lámpara que estaba diagonal a él en esa misma calle lo iluminaba de tal forma, que pude verlo patentico.
Ilustración: Manuela Correa Uribe
El joven que yacía en el suelo de aquel callejón, pedía ayuda en voz baja, al mismo tiempo que gemía de dolor y comenzaba a retorcerse de formas extrañas, como si un puñado de hormigas subiera por sus piernas produciendo un estremecimiento por todo su cuerpo. Aquel muchacho desconocido, con toda una vida por delante, se empezaba a convertir en otra cosa, en muerte. Curioso, pues su disfraz era una oscura premonición de su futuro cercano. La muerte llegó ese día a un barrio, a una esquina, a una familia.
Aquella noche de Halloween pasó de ser un recuerdo de divertidos disfraces, a ser un hecho traumático. El trance de las risas y dulces al primer vestigio de la muerte. Los restos de la violencia que ha perdurado por años en el país, y que se ha hecho presente en la vida de muchas personas, por no decir todas.
Esta historia marcó mi vida, me transformé en una pequeña que no podía escuchar un sonido fuerte sin pegar un brinco del susto. Se me revuelcan las entrañas y los recuerdos, salen a jugar los sentimientos negativos cuando escucho un impacto fuerte al encontrarme sola o al estar en la fría oscuridad de la noche. Ese Halloween se convertiría en una huella de sangre, en un reflejo del dolor de una comuna, de una historia y de una tradición de muerte.