Por: Sofía Rodríguez Taborda
I.E. José María Bernal
Gustavo nació el 14 de agosto de 1945. Es una persona inigualable y es mi abuelo. Desde que soy una niña siempre me sentaba con mi peluche favorito a escuchar sus maravillosas historias de cuando era joven.
Él no se imagina cuánto lo aprecio, lo admiro más que a nadie. Me ha enseñado a esforzarme por lo que verdaderamente quiero. Desde niño siempre soñó con ser soldado, pues su papá también lo era. Toda su infancia admiró mucho a su papá porque él sabía que ser soldado no era nada fácil, que era un reto, pues en el ejército se pueden vivir cosas muy impresionantes. Eso fue lo que impulsó a mi abuelo a seguir su sueño, se plantó esa idea en la cabeza y la puso en práctica.
Siempre cumplía todas sus metas. En su juventud tuvo muchos cargos en la vida militar: fue policía, soldado, carabinero… Desde ahí comenzaron sus historias y pasó por momentos verdaderamente increíbles.
Una vez me contó algunas de las cosas que podían pasar allá un día cualquiera; era un 25 de marzo del año 1964, en las montañas de Marquetalia, Tolima, zona en la que actuaba Manuel Marulanda, alías “Tirofijo”. Era un día como cualquier otro. Mi abuelo y sus demás compañeros debían levantarse a las 5:00 de la mañana, bañarse con agua fría y desayunar. Los soldados se fueron al campo de batalla e iban por el monte siguiendo a su comandante. Luego de patrullar un rato escucharon unos tiros de fusil, y con uno de esos, mataron a un compañero suyo.
Luego de matarlo se fueron y mi abuelo, junto a su grupo, tuvo que recogerlo y cargarlo alrededor de cinco días, hasta encontrar un campo descubierto donde un helicóptero pudiera aterrizar para recoger al soldado muerto y llevarlo al batallón que quedaba en Neiva, Huila.
Aunque yo era una niña y no entendía mucho del tema, me gustaba demasiado y podía pasar horas escuchando este tipo de historias porque con ellas aprendía cosas nuevas.
Recuerdo que cuando era niña vivía lejos de mi abuelo y mis días favoritos eran cuando iba a visitarlo con mi mamá y lo aprovechaba al máximo. Siempre jugábamos juegos de mesa, en especial el de “la escalera”. Nos encantaba ese juego. También salíamos a caminar y siempre me invitaba a helado. Pasar el día con él era muy agradable y siempre me hacía reír.
A medida que crecía mi abuelo me contaba historias, siempre enseñándome con ellas que debo luchar por lo que quiero. Cuando nací él estaba hospitalizado, muy enfermo, pero aun así, moría por conocerme. Entonces pidió permiso en el hospital militar para que le llevaran a su nieta y pudiera conocerme. Fue algo complicado, pero lo logró. Mi abuelo, enfermo y desalentado, sacó todas sus fuerzas para conocerme, se paró y cuando me vio se le salieron lágrimas de emoción. A los pocos días, se alivió. Para mí fue un milagro que él siempre pidió, y también un claro ejemplo de que luchar por lo que deseas sí vale la pena. Esa es una de las historias que más me ha conmovido.
Hoy en día todavía conversamos y compartimos sus recuerdos. Más que nunca lo admiro, pues para mí es un guerrero. Ha atravesado muchísimas enfermedades y ahora está más enfermo que cuando yo era una niña, y sé que algún día ya no va a poder contarme sus maravillosas historias… eso verdaderamente me pone triste. No puedo ni imaginarme cómo será mi vida sin él, aunque sé que siempre va a estar en mi corazón y que siempre voy a poner en práctica sus consejos. Si llego a tener hijos, les contaré sus historias y lo importante que fue para mí. Por esto y más, siempre va a ser mi ejemplo a seguir.